28-F: Más memoria y menos nostalgia
La escritora y periodista analiza el referúndum y considera que hoy debería ser "una lección política de primera magnitud"
Cuarenta años dan para ponerse nostálgicos. Y 30 y 20 y 15… De hecho, hace el suficiente tiempo como para que quienes lo vivimos hayamos contado muchas batallitas, como se supone que el periodista Rodolfo Serrano le contaba a su hijo Ismael y él le devolviera el regalo con esa famosa canción no exenta de cierta ironía. “Papá, cuéntame otra vez...”
Y es cierto que hay mucha épica que recordar en aquellos meses que conmovieron al mundo, a nuestro mundo, que hubo un ímpetu, una imaginación y una valentía que no hemos vuelto a vivir. Pero no se trata solo de una historia emocionante llena de melancolía: el 28-F es sobre todo una historia política. Fue, y debería ser hoy, una lección política de primera magnitud. Es bueno recordar episodios casi heroicos, los alcaldes andaluces movilizados uno a uno, un presidente en huelga de hambre, un ministro dimitiendo, toda Andalucía llena de banderas... pero corremos el riesgo de reducir a un anecdotario, eminentemente romántico, el papel fundamental de Andalucía en la construcción de la España democrática y en su vertebración territorial.
Sorprende que desde el resto de España, e incluso desde la propia política andaluza, no se incida más en lo que resulta una referencia inexcusable a la hora de entender la España actual y más ahora en un momento de tensión y redefinición territorial. Andalucía, y no se trata de una reducción a símbolo de la comunidad, sino de los andaluces, una aplastante mayoría de los andaluces, torcieron los planes de un desarrollo constitucional fruto de la negociación de las derechas y de la presión de los nacionalismos vasco y catalán. Tampoco es que fuera fácil (con los militares planeando andanadas bajo la mesa) para la UCD calmar a sus propias filas, que usaron un argumentario tenebroso de ruptura de España, unos mimbres recobrados de nuevo por algunos que olvidan que la Transición, y su famoso espíritu tan mencionado, supuso precisamente defender que vincular no es imponer, que la acción política es precisamente poner de acuerdo a los contrarios.
Andalucía forzó el mapa autonómico reclamando una tercera vía para el acceso a la plena autonomía previsto para las históricas, eso ya se asume, pero además, y eso no lo tenemos tan presente, forzó a la negociación posreferéndum, obligó a los partidos a interpretar la ley al servicio de la convivencia y no al contrario. Habrá que recordar que la salida de aquel atolladero supuso una interpretación bastante libre de lo que se exigía: el Gobierno central había organizado un plebiscito con las cartas marcadas (sin financiación, sin revisión del censo) y además con requisito prácticamente incumplible, el 50% de cada provincia debería adherirse al Sí y no en el cómputo total de la comunidad. Los parlamentarios después del 28-F se comprometieron a hacer otra lectura, luego a forzar la letra de la ley.
Díganme si no es una lección que debería estudiarse en los colegios, díganme si los andaluces no demostraron una madurez democrática que contradecía su imagen de pueblo apasionado pero volátil, de pueblo emocionado pero poco práctico y casi díscolo. He de reconocer que me entristece que no sepamos, que no hayamos sido capaces de poner en valor el coraje de Andalucía en aquel primer momento y que no seamos un referente en ese Estado federal donde deberían coincidir derechas e izquierdas. Cada vez que hablamos de la cuestión territorial y acudimos a los dirigentes nacionalistas, ya sean centralistas o periféricos, y olvidamos a Andalucía estamos siendo injustos con la historia y, lo que es aún más grave y más irresponsable, estamos obviando el papel de una Comunidad que resulta esencial para una concepción federal del Estado. Andalucía no fue un problema, fue una solución. Y hoy otra vez debería serlo.
Conviene recordar qué papel tuvimos entonces los periodistas y quiénes éramos. Jóvenes que se construían mientras Andalucía se construía. Camaradas de quinta de la democracia recién recuperada y nada neutrales narradores de aquello que pasaba. Muchos tuvimos la oportunidad de hacernos mayores en un oficio viejo que recuperaba su sentido: la información en libertad, la honestidad como carta magna de nuestra independencia que no indiferencia. No fuimos neutrales, no. A pesar de que no había muchos periódicos ni radios ni aún menos televisiones, a pesar de que los medios públicos aún renqueaban de su pertenencia al Estado anterior, los periodistas andaluces y muchos de sus jefes, afortunadamente también periodistas, nos mojamos, nos manchamos las manos de barro. El barro con el que se construyen los países que basan su identidad en valores y derechos: La Andalucía que quisimos hacer y que no terminará nunca de hacerse. Porque la historia no tiene punto final ni los países son fotos fijas a las que mirar con nostalgia. A veces una peligrosa y falsaria nostalgia.
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