Almeida, un señor de bandera
Muchas veces la bandera nacional se usa como forma de confrontación
Las banderas son bastante útiles. Por ejemplo, gracias a la bandera de España puedo saber, en la librería del Museo del Prado, qué guía está en español. También sé, cuando miro el medallero de los Juegos Olímpicos, cuáles son los deportistas patrios, y cuántas medallas acumulan. Cuando juega La Roja, sé cuál es la selección nacional y cuál el rival a batir. Y así. Sin la bandera como símbolo nacional estaríamos perdidos muchas veces.
Luego está el nacionalismo banal, como lo llama el psicólogo social británico Michael Billig, en un libro así titulado y publicado por Capitán Swing: normalmente somos muy conscientes de los nacionalismos periféricos, sobre todo si son independentistas, pero no tanto de los usos nacionalistas que se dan dentro de la patria grande, pequeños gestos y símbolos de los que está plagada la vida cotidiana. A este tipo de nacionalismo se debe la profusión de banderas redundantes que se ven por ahí.
El inopinado alcalde Almeida se ha revelado como fiero banderófilo y, no se sabe si alentado por sus apoyos de extrema derecha, anda plantando banderas a la menor ocasión. Véase el Belén de Navidad rodeado de la rojigualda, la de Chamberí, las de Montecarmelo y Las Tablas, o el reciente banderón izado en Carabanchel, donde un par de vecinas le dijeron que mejor arreglar los parques y llevar inversión al barrio (por ejemplo, los 700.000 euros que se ha recortado en ayudas para mayores en el distrito), que traerles trapos grandes. Banderas tochas como la de Colón o la del Ayuntamiento nos indican que estamos en España muy claramente, o sea, que son muy útiles a los turistas despistados, por si se han equivocado de avión.
Ahora se dice que la izquierda tiene que abrazar los símbolos patrios para pillar más cacho, para afianzar los lazos comunitarios y romper con un pasado cada vez más lejano. Pero también es cierto que la derecha se apropia de la bandera más allá del mero patriotismo: cuando alguien se pone una banderita de España en la pulsera o va poniendo banderas por ahí, o dice España cada tres palabras, no lo hace por inocente amor al país, sino que trata de posicionarse claramente en el espectro político, y bien a la derecha. Es decir, muchas veces la bandera nacional no se utiliza como símbolo aglutinante sino como forma de identificación con una parte, sacando pecho, con un par.
Con las banderas pasa como con los psicotrópicos: no es lo mismo el uso que el abuso. Y para avivar el sentimiento patriótico, que es lo que pretende hacer Almeida por los distritos, no basta con ir plantando banderas: es preciso construir un país como Dios manda, un país sexy y acogedor, un país al que de muchas ganas de amar. Un país que lo petara en la Isla de las Tentaciones.
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