_
_
_
_
BOCATA DE CALAMARES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Almeida, un señor de bandera

Muchas veces la bandera nacional se usa como forma de confrontación

Sergio C. Fanjul
El alcalde de Madrid el pasado 31 de enero, durante el izado de la  enseña, de 14 metros de mástil, en Carabanchel.
El alcalde de Madrid el pasado 31 de enero, durante el izado de la enseña, de 14 metros de mástil, en Carabanchel.TWITTER DE José Luis Martínez-Almeida

Las banderas son bastante útiles. Por ejemplo, gracias a la bandera de España puedo saber, en la librería del Museo del Prado, qué guía está en español. También sé, cuando miro el medallero de los Juegos Olímpicos, cuáles son los deportistas patrios, y cuántas medallas acumulan. Cuando juega La Roja, sé cuál es la selección nacional y cuál el rival a batir. Y así. Sin la bandera como símbolo nacional estaríamos perdidos muchas veces.

Luego está el nacionalismo banal, como lo llama el psicólogo social británico Michael Billig, en un libro así titulado y publicado por Capitán Swing: normalmente somos muy conscientes de los nacionalismos periféricos, sobre todo si son independentistas, pero no tanto de los usos nacionalistas que se dan dentro de la patria grande, pequeños gestos y símbolos de los que está plagada la vida cotidiana. A este tipo de nacionalismo se debe la profusión de banderas redundantes que se ven por ahí.

El inopinado alcalde Almeida se ha revelado como fiero banderófilo y, no se sabe si alentado por sus apoyos de extrema derecha, anda plantando banderas a la menor ocasión. Véase el Belén de Navidad rodeado de la rojigualda, la de Chamberí, las de Montecarmelo y Las Tablas, o el reciente banderón izado en Carabanchel, donde un par de vecinas le dijeron que mejor arreglar los parques y llevar inversión al barrio (por ejemplo, los 700.000 euros que se ha recortado en ayudas para mayores en el distrito), que traerles trapos grandes. Banderas tochas como la de Colón o la del Ayuntamiento nos indican que estamos en España muy claramente, o sea, que son muy útiles a los turistas despistados, por si se han equivocado de avión.

Ahora se dice que la izquierda tiene que abrazar los símbolos patrios para pillar más cacho, para afianzar los lazos comunitarios y romper con un pasado cada vez más lejano. Pero también es cierto que la derecha se apropia de la bandera más allá del mero patriotismo: cuando alguien se pone una banderita de España en la pulsera o va poniendo banderas por ahí, o dice España cada tres palabras, no lo hace por inocente amor al país, sino que trata de posicionarse claramente en el espectro político, y bien a la derecha. Es decir, muchas veces la bandera nacional no se utiliza como símbolo aglutinante sino como forma de identificación con una parte, sacando pecho, con un par.

Con las banderas pasa como con los psicotrópicos: no es lo mismo el uso que el abuso. Y para avivar el sentimiento patriótico, que es lo que pretende hacer Almeida por los distritos, no basta con ir plantando banderas: es preciso construir un país como Dios manda, un país sexy y acogedor, un país al que de muchas ganas de amar. Un país que lo petara en la Isla de las Tentaciones.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_