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Crónica
Texto informativo con interpretación

Tiro de gracia a la Impala

El 1 de enero entra en vigor en Barcelona la Zona de Bajas Emisiones (ZBE), que impedirá circular, entre otros, a la icónica moto por su antigüedad

Ana Pantaleoni
Xavier de la Presa, Santi Ruiz y Pep Itchart, miembros del Club Impala, en Poblenou.
Xavier de la Presa, Santi Ruiz y Pep Itchart, miembros del Club Impala, en Poblenou.CARLES RIBAS

Finales de 1961. Recorrer África en moto para probar una nueva moto. 20.000 kilómetros durante 100 días. Entre amigos. Así fue la operación Impala, una de las grandes aventuras catalanas. El itinerario, de sur a norte, les llevó por Zimbabue, Zambia y Etiopía. Pasado el Ecuador se encontraron con el primer gran problema: Sudán estaba en guerra. Hubo que replanificar la ruta pero siguieron adelante. Cruzaron Egipto, llegaron a Alejandría y acabaron en Túnez. Llegaron imágenes geniales de los motoristas frente a las tres pirámides de Giza o a su llegada a diferentes poblados con banderolas de la marca de la moto. “Además de una aventura, fue la mejor campaña de publicidad para una fábrica en nacimiento, Montesa, y una moto diferente, la Impala, que saldría al mercado pocos meses después y que debe su nombre al espíritu intrépido de cinco hombres: Oriol Regàs, Rafa Marsans, Tei Elizalde, Enric Vernís y Manuel Maristany”, recordaba en EL PAÍS Nadia Tronchoni en 2012 en el estreno del documental.

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Así nació esa moto. Diseñada por Leopoldo Milà, con depósito con fondo plano, generalmente de un rojo intenso, y el asiento en forma de guitarra, la Impala se convirtió en un objeto de culto de parte de la sociedad barcelonesa. Hoy tiene las horas contadas en las calles de Barcelona por la nueva norma contra la contaminación que impulsa el gobierno de Ada Colau. Pero hay algunos, aquellos que llevan décadas cuidando de su moto, que se resisten. “Hasta abril pienso seguir usando mi Impala, hasta que me llegue la primera multa. Pero ¿qué se cree Colau? ¿En serio todos los del Ayuntamiento van en coche eléctrico?”. Inés G., con voz firme, no está dispuesta a abandonar su moto. Ni siquiera por la Zona de Bajas Emisiones (ZBE), que entra en vigor el 1 de enero. Inés se agarra con firmeza a su moto, con 20 años y adquirida con su dinero. La usa cada día. “Es un clásico, un icono de Barcelona. Salvando las distancias, es como el taxi en Londres. Como mínimo, una vez al mes me paran para decirme qué bonita es mi moto”. Las multas por circular con un vehículo contaminante, como dice Inés, empezarán a aplicarse en abril: serán de 100 euros las infracciones leves, 200 las graves y 500 las muy graves.

El Ayuntamiento considera la Impala un vehículo antiguo y, por lo tanto, tiene las mismas condiciones que uno sin etiqueta. A partir del 1 de enero, no podrán circular por la Zona de Bajas Emisiones de siete de la mañana a ocho de la noche, de lunes a viernes laborables. Dispondrán de 10 autorizaciones anuales para poder salir. “¡Diez Salidas! Es broma ¿no?”, exclama Inés. Otro de los usuarios habituales de la Impala, Albert, reclama la amnistía para esta moto. “La legislación no separa entre vehículo histórico y vehículo antiguo. El fundamento de la ordenanza es que cuanto más antiguo, más contaminante. No tenemos un catálogo de la Dirección Genetar de Tráfico que diga qué vehículos son los patrimoniales”, argumentaba el regidor que impulsa el plan, Eloi Badia, esta semana.

La cita es en la calle Ciutat de la Granada, en Poblenou. A pocas calles donde hace décadas Montesa empezó a fabricar. En la entrada del estudio, tres motos rojas, brillantes, impecables. En la mesa, tres miembros del Club Impala: Xavier de la Presa, Santi Ruiz y Pep Itchart. Cuando se les pregunta si esto es la guerra “de cuatro pijos”, como dice alguna crítica, lo niegan en rotundo. La Impala, defienden, es un símbolo de la ciudad. El último censo fiable del Ayuntamiento es del 2014 y apuntan que existen unas 4.000 circulando en total, pero simultáneamente la cifra se reduce a 30. “Es un patrimonio industrial móvil, una moto singular. El consistorio no nos da una cifra clara de lo que contaminan”, explica Ruiz. O Itchart, que ha mantenido varias reuniones con los técnicos de Colau, añade: “Nos hemos dado cuenta de que son personas que no han vivido la historia del motor, que no han conducido por el placer de viajar. Pero cuando les explicas la historia… lo entienden. Hemos presentado alegaciones, entendemos que esto no puede pasar en una ciudad donde existieron más de 100 fabricantes de motos. Tendrán que ver el error”.

¿Por qué se sienten diferentes a los Seiscientos, las Ossas o las Vespas? “57 años circulando de forma habitual sin perder su capacidad de integrarse en el tráfico diario, mientras que otras marcas y modelos han perdido cualidades para ello. Tiene premio FAD de 1962, pero no solo es eso, sigue gustando, es icono de anuncios de bancos, de perfumes, de museos. Junto con su mínima o despreciable emisión de gases, la convierte en el símbolo del error que se está a punto de cometer, prohibirla porque nació demasiado pronto”, dice uno de ellos.

El texto de la ordenanza de la Zona de Bajas Emisiones incluye un listado de vehículos que podrán circular aunque sean contaminantes y que, en realidad, no suelen moverse durante todo el día. Se trata de vehículos que por sus características y utilización específica son muy caros y amortizarlos sería muy costoso para sus propietarios, por ejemplo, los vehículos blindados, las grúas, unidades móviles de radio y televisión, antiguas camionetas reconvertidas en puestos de comida (food trucks), vehículos destinados al riego del asfalto o para realizar trabajos de pintura en el pavimento. Todas las motos y los ciclomotores matriculados antes de enero del 2003 (anteriores a la normativa Euro 2) quedan fuera. El Ayuntamiento cifra en unos 50.000 los vehículos contaminantes que ya no podrán entrar en Barcelona. Incluidas ellas, las Impalas.

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Sobre la firma

Ana Pantaleoni
Redactora jefa de EL PAÍS en Barcelona y responsable de la edición en catalán del diario. Ha escrito sobre salud, gastronomía, moda y tecnología y trabajó durante una década en el suplemento tecnológico Ciberpaís. Licenciada en Humanidades, máster de EL PAÍS, PDD en la escuela de negocios Iese y profesora de periodismo en la Pompeu Fabra.

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