Adiós a un ¡grande, grande, grande!
Familia, amigos y periodistas despiden a Carlos Pérez de Rozas
Carlos Pérez de Rozas solía explicar que su casa familiar, en la Ronda de Sant Antoni, el laboratorio y cuartel general de la saga de fotoperiodistas durante décadas, era una locura con gente entrando y saliendo a todas horas y el teléfono que no cesaba de sonar. Una brizna de esa extraña locura se apoderó ayer de todos los que asistieron a su funeral, en el tanatorio de Les Corts, de Barcelona. Un acto de despedida a un fotoperiodista, diseñador de periódicos —El Periódico de Catalunya, La Vanguardia, El País y otras cabeceras de Italia y Sudamérica— y profesor universitario que congregó a su familia, decenas de periodistas —editores, directores, redactores y fotógrafos de prensa— profesionales de la comunicación de radio y televisión y alumnos. Caras populares, algunos representantes de la política —como los tenientes de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona Albert Batlle y Joan Subirats— pero, sobre todo, una legión de amigos.
Una despedida que poco a poco se fue impregnando de la emotividad y el sentimiento que desbordaba el propio Pérez de Rozas. La ceremonia, con su sombrero panamá y una pelota de golf presidiendo, empezó con una de sus arias favoritas —O mio babbino caro, (Oh, padre querido) de Puccini —y acabó con otra de sus canciones preferidas de los Beatles, Hey Jude, cantada a pulmón por su familia más directa —Carmen Canut, su mujer, Carlos, su hijo, hermanas y cuñados—, que rodeó el féretro y que también fue coreada por los asistentes. Una escena que el propio Pérez de Rozas hubiera definido con una de sus sentencias: “¡Grande, grande, grande!
Entre una y otra canción, el adiós de familiares y amigos era un retrato humano del periodista fallecido, de la importancia de una saga de profesionales —Pérez de Rozas (abuelo) hizo fotos ya desde la dictadura de Primo de Rivera, y le siguieron las generaciones posteriores del padre y tíos del fallecido— y una etapa del periodismo contemporáneo. Emilio, hermano de Carlos y periodista deportivo, explicaba: “Me contaba que le confundían conmigo y que no les sacaba del error porque parecían muy felices”.
Antonio Franco, “amigo del alma” del periodista fallecido —tal y como lo definió ayer Xavier Vidal-Folch, en su doble condición de amigo y conductor del acto— no pudo contener la emoción al evocarle: “Llamativo, cariñoso, gritón, entrañable”. Franco, director histórico de El Periódico de Catalunya, quiso recordar las discusiones sobre lo que era noticia, que no una mera imagen de impacto, en su relación diaria durante años con Pérez de Rozas: “Un tipo que era consciente de que los de nuestra quinta ya nos íbamos y de que no habíamos conseguido que triunfara la revolución sentimental que queríamos”.
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