80.000 toneladas de residuos de vidrio se acumulan en una empresa ambiental (y contaminante)
La firma Recycling Hispania, en un polígono de Ajalvir, desoye a vecinos, al propietario de su terreno y a la Consejería de Medio Ambiente
En Ajalvir se recicla el vidrio de Madrid y en Ajalvir se amontonan sus restos, que se desmoronan. Tapones, etiquetas, plásticos, corchos, vidrios inservibles y rotos, cerámica, contenedores desgajados. Todo suma en esas 80.000 toneladas de basura inodora. El lugar, que sirve para someter materiales usados o desperdicios a un proceso de transformación por el bien del planeta, ofrece también una imagen degradante, con una especie de cordillera artificial de desperdicios cada vez más alta, más extensa, más desbordada. Para los vecinos y el propietario del terreno, un vertedero ilegal. Para Recycling Hispania, la empresa que se encarga de limpiar ese vidrio, una montaña que la normativa le permite alimentar.
Este municipio madrileño está a 26 kilómetros al norte de Madrid. Allí, desde 1984, empezó a funcionar con una enorme visión de futuro Recycling Hispania en una nave industrial rodeada de otras fábricas y de un campo de cereales. El lugar, junto a la carretera principal, es aséptico, neutro. Al lado de Recycling también se fabrican muebles, pinturas o jabones. Todo cabe en esta zona industrial denominada Las Marinas. “Esto viene de lejos, de mi padre y de mi abuelo, que tenían una pyme pequeña que se dedicaba al reciclaje. Luego, antes de que empezara el boom, decidimos centrarnos en el vidrio”, cuenta Miguel Ángel Díaz, de 64 años. Él mismo se encargó de comprar los terrenos en Ajalvir para asentar su fábrica y buscó tres socios más con la idea de ampliar el negocio y hacerse fuertes en un nuevo mundo por descubrir. Todo con la ayuda de Ecovidrio, entidad sin ánimo de lucro que se dedica a la gestión de los envases de vidrio en toda España. Esta es la que contrata los servicios de las plantas de tratamiento para que muelan, limpien y conviertan el vidrio en lo que se denomina calcín —vidrio en polvo—, que venden posteriormente.
Ecovidrio, a través de un concurso, contrató a Recycling, y con esta unión llegaron los años de bonanza.
“Estuvimos mucho tiempo dedicándonos a esto y la empresa funcionaba perfectamente. Nos dedicábamos a reciclar todo el vidrio de la Comunidad de Madrid. No hubo problemas de ningún tipo y teníamos beneficios. Como en todo negocio, hay que saber los trucos de cada cosa, conocer los entresijos para saber qué se debe hacer en cada momento. Es necesario para llevar bien el negocio”, cuenta Díaz, que además de ser uno de los cuatro socios de la empresa original ejerció de gerente desde el inicio. La empresa despegó y funcionó. Tanto, que un día llamaron a la puerta con una oferta.
“En 2006 vinieron a vernos un grupo de socios y nos preguntaron si queríamos vender el negocio. Ni nos lo habíamos planteado, nos iba bien y estábamos contentos”, cuenta Díaz. Aun así los cuatro propietarios de Recycling se fueron a su casa y lo debatieron con sus respectivas familias y, tras muchas vueltas pusieron un precio. “Dijimos, si nos pagan lo que pedimos, lo vendemos. Y lo pagaron”.
De esta manera, Recycling, con sus 24 trabajadores, cambió de dueño en 2007. Lo único que se quedó Díaz fue el terreno —“porque no me lo quisieron comprar”—, que alquiló a los nuevos propietarios. Al poco tiempo llegó la polémica en forma de montaña: la que empezó a formarse con los desechos del vidrio. “Plásticos, etiquetas, tapas, corcho, cristales, cerámica… Eso es lo normal que te encuentras en el contenedor de reciclaje de vidrio. Pero aparece de todo. Desde droga, pistolas, colchones, ropa… la gente no es consciente de lo que cuesta que tire eso donde no debe”.
El funcionamiento del reciclado, según explica el exgerente de Recycling, es sencillo. Se vuelcan los contenedores y las máquinas separan el vidrio bueno de los elementos extraños. “Desde el corcho, las etiquetas, los vidrios oscuros que no pasan por la máquina… Todo eso se aparta”. El desecho se amontona, se deja un año a la intemperie expuesto a las inclemencias meteorológicas y, transcurrido ese tiempo, “vuelve a pasar por la máquina para reciclar lo que se pueda salvar”. El restante se considera inservible. “Y se lleva a un vertedero”. O eso es lo que se debería haber hecho y desde 2007 se dejó de hacer.
En 12 años la montaña de residuos ha ido creciendo, ha roto muros de piedra de contención con otros terrenos, ha acumulado unas 80.000 toneladas de restos —cuando antes no superaba las 1.000— y ha enfrentado a la empresa con algunos de sus propios trabajadores, con los vecinos y con Díaz, el dueño del terreno, que no se explica cómo su anterior empresa ha llegado a esa situación, incumpliendo la normativa medioambiental que ellos seguían a rajatabla.
“Hemos visto desde dentro cómo la mala gestión de la empresa nos ha llevado a la ruina. Ha dividido a los trabajadores: los de administración apoyan al nuevo gerente, Francisco Ansaldo, porque no quieren perder el curro. Los de planta, muchos, hemos visto cómo nos ha llevado a la ruina”, explica un extrabajador que prefiere no dar su nombre. “Acabé muy mal con ellos y no quiero líos. Pero es que ese era mi trabajo, me gustaba. Han llegado a tener una deuda de cuatro millones y pico con proveedores. Los de dentro ahora mismo están condenados”.
La ley 22/2011 de residuos y suelos contaminados establece que los gestores de residuos están obligados a mantenerlos almacenados en las condiciones que fije su autorización, estableciendo además que la duración de almacenamiento de los residuos no peligrosos —como es este caso— “será inferior a dos años cuando se destinen a valorización y a un año cuando se destinen a eliminación”. También especifica que “los datos mencionados empezarán a computar desde que se inicie el depósito de residuos en el lugar de almacenamiento”.
“Por eso nosotros teníamos los residuos dos años como mucho. Ellos han acumulado la basura durante 12 años, incumplen la normativa medioambiental y nadie hace nada. Me he quejado por activa y por pasiva. He escrito a la Administración regional, al Ayuntamiento, a la empresa, a todos”, se queja Díaz, que explica que la cantidad de desechos acumulados desprende lixiliados —líquido residual, generalmente tóxico, que se filtra de un vertedero por percolación— que contamina los terrenos, tanto los suyos como los colindantes.
Teresa Herrero es una de las afectadas. Trabajadora en la administración de la comunidad de vecinos de las naves que rodean a Recycling Hispania, explica que se han quejado en innumerables ocasiones, han mandado cartas “que no contestan”, han elevado la queja al Ayuntamiento de Ajalvir, “y nada”, y cada vez “afecta a más terrenos”. “Los coches no pueden pasar porque se les pinchan las ruedas con los vidrios rotos”, añade. “Esto es un vertedero ilegal, y no entiendo cómo no hacen nada”. Los vecinos han elevado su queja a la Fiscalía, con la esperanza de que allí alguien les escuche.
Lo cierto es que sus demandas sí llegaron al área de Medio Ambiente de la Comunidad, que asegura que, en 2018, actuó “conforme a la ley de residuos y suelos contaminantes, sancionando a la empresa por una infracción grave con 12.000 euros”. Además, explican, se le exigió un plan para que dejara de dispersar residuos al entorno y un protocolo de reducción de stocks de residuos acumulados”. Sea como fuere, según el abogado de Díaz, la empresa todavía no ha pagado la multa. Y la montaña se mantiene inamovible.
El exgerente de la empresa apunta a una solución evidente, y costosa: “Es fácil: llevar los residuos al vertedero, que es lo que nosotros hacíamos en su momento. Eso implica que en tus cuentas tienes que destinar un dinero para eso, por eso nosotros lo hacíamos cada cierto tiempo. Contábamos con ese gasto y al año íbamos llevando la cantidad que ya había excedido su tiempo por ley. Llegados a este punto hacerlo es un dineral. Hace dos años pregunté cuánto costaría llevar todo lo que hay al vertedero y me dieron un presupuesto de dos millones de euros. Claro, eso ahora es un dineral, y ya no es tan fácil”. El temor de Díaz es que, como Recycling se declaró hace dos años en concurso de acreedores, “se vayan de aquí y dejen toda esta montaña en el terreno”.
EL PAÍS ha intentado contactar en varias ocasiones con el actual gerente de la empresa, Francisco Ansaldo, para que ofreciera su versión, pero no ha respondido ni a las llamadas ni a los correos. Mientras, una enorme máquina vuelca cada día más residuos y da de comer a la montaña, que engorda sin remedio.
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