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Columna
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La fábrica

Cada semana, una foto de Madrid

RAÚL CANCIO

¿Y si Madrid hubiera sido una capital industrial? Decenas de chimeneas de adobe se reparten huérfanas por la ciudad, en un encomiable alarde de resistencia callada. Como esta de la calle Juan Urbieta, en Pacífico, que perteneció a la fábrica de vidrios. Su empeño heroico en sobrevivir a todos los planes de remodelación urbanística ha logrado que haya sido protegida tras un escaparate que la realce en un patio de vecinos. Algunas de sus parientes responden a un estilo similar.

Las chimeneas de aquel mundo perdido entre el siglo XIX y principios del XX eran concebidas con su dignidad artística en un cruce que respondía a la identidad herreriana y a cierto desenfado modernista, con sus adornos en la parte superior e inferior. Hoy perviven como joyas solitarias de cierta arqueología industrial. Un rasgo de la ciudad que pasó a ser secundario y no cuajó porque durante los años del desarrollismo, Madrid se conformó con responder al retrato que hizo de ella Camilo José Cela: “Una mezcla entre Navalcarnero y Kansas City poblada de subsecretarios”. A Dios gracias, es hoy mucho más. Y el eco de esas chimeneas conforma su infinito mosaico pasado y presente. También nos acompañan en la reflexión sobre el paso del tiempo y sus transformaciones.

Parece que fue ayer cuando crecíamos en la ambición del frenesí industrial mientras hemos entrado de lleno en la era inodora de lo digital. ¿A qué olería el humo que despidió en tiempos aquella chimenea? Su función concreta se ha transformado en una estática llamada de atención a una memoria no tan lejana.

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