No es una entelequia
Para acabar con el racismo no debemos negarlo sino recordar a sus víctimas y combatirlo. Ahora y siempre
El 21 de Marzo se celebró el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial. Se escogió esa fecha en recuerdo de los 69 manifestantes que fallecieron a consecuencia de los disparos que efectuó la policía en una protesta contra el apartheid en Sharpeville, Sudáfrica, en 1960.
Los medios, en España, no se han hecho casi eco de una efeméride que parece no incumbirnos, puesto que el racismo, en demasiadas ocasiones, se considera un problema del pasado, de fuera o exclusivo de los grupos que lo padecen y no de la sociedad en su totalidad. Supongo que no se entiende que no es una suma de anécdotas o que a una niña le llamen negra de mierda, eso, como la creación de esa construcción a la que llamaron raza es solo una de sus consecuencias. El racismo es un sistema.
Pero yo aquí hablo de barrios, porque decidí no encerrarme en mi piel sino contar lo que fuera desde ella. Y eso haré.
En los 90, en Madrid, existían áreas que resultaban peligrosas para las personas que no éramos blancas o para quienes llevaban una indumentaria que podía traducirse en, como mínimo, una amenaza. En esa época, unos skin heads me echaron del sitio de Moncloa en el que estaba cenando con una amiga. “A las negras habría que violarlas y luego matarlas”, comenzaron, para después decirme que emigrara a Brasil o a Nigeria.
Un fin de semana después de que acabaran con su vida, yo fui para allá, porque era joven, porque no quería que el miedo me venciera y porque Alcorcón es mi casa
Y emigré, volví a mi Alcorcón, ya que ahí siempre me había sentido a salvo. Salía por la L, la Plaza del Casas o por el Polígono Urtinsa, la famosa “Costa Polvoranca”, aunque tuviera mala fama.
Poco después de abrir, en 1995, un grupo de skin heads mató a Richard, un coterráneo. Y los nazis, aunque no fueran de Alcorcón, nunca desaparecieron, es más, algunos eran porteros. En 2002, uno de ellos, José David Fuertes, asesinó a Ndombele Augusto Domingos, un chico negro de dieciséis años. El mismo jurado que lo declaró culpable entendió que “no se desprendía que Fuertes fuera racista”, pese a que una testigo afirmara que se trataba de un conocido neonazi de Parla.
Un fin de semana después de que acabaran con su vida, yo fui para allá, porque era joven, porque no quería que el miedo me venciera y porque Alcorcón es mi casa. Todo estaba lleno de cámaras y de coches de policía. Quise meterme en La Plaza, un lugar inocuo, donde no solía haber mal ambiente y el hombre que estaba en la puerta me impidió la entrada con un “no dejamos entrar a las personas de color”. Flamante eufemismo para negarme el acceso. Se lo conté a la gente que se disponía a pasar y la mayoría me respondía: “¡Qué mal!”, pero entraban. Incluso se lo dije a un policía, que me contestó que si sabía lo que era el derecho de admisión, como si estuviera por encima del artículo 14 de la Constitución, ese que dice lo de que somos iguales ante la ley. Principio del formulario. Final del formulario
El racismo en los barrios no es una entelequia. Para acabar con él no debemos negarlo sino recordar a sus víctimas y combatirlo. Ahora y siempre.
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