¿Quién quiere el diálogo?
Los llamados equidistantes en realidad no lo son, forman parte del bloque independentista, pero con la comodidad que supone no comprometerse
Desde finales de 2012, los partidos políticos y la opinión pública catalana se suelen dividir, grosso modo, en tres bloques: los partidarios de la independencia, los contrarios a la misma y los equidistantes.
Las posiciones de los dos primeros están claras. Los equidistantes, en cambio, no se sabe muy bien donde se sitúan. Lo más claro que proclaman constantemente es que hay que dialogar, lo cual por supuesto es muy razonable. Pero es legítimo sospechar que el término diálogo, en boca de los equidistantes, oculta ciertas intenciones.
Estas quedan desveladas al analizar el contexto desde el cual se utiliza dicho término: “La culpa de todo —dicen— es que los dos bandos no han dialogado, ahí está el origen del problema”. Es decir, por un lado, la culpa en no llegar a una solución se reparte por igual entre separatistas y constitucionalistas y, por otro, en la raíz del problema ambos bandos tienen idéntica responsabilidad. Creo que ni una ni otra afirmación son ciertas.
Dejemos de lado lo último, el origen del problema, muy largo de explicar. Centrémonos en lo segundo, en que el diálogo entre las partes es la solución y la culpa de que no se haya producido se reparte por un igual. Adelantando la conclusión: no creo que ello se corresponda en absoluto con la realidad y los hechos demuestran que esta posición es insostenible. En efecto, al hilo de los acontecimientos que se van desarrollando desde 2012 podemos comprobar cómo la iniciativa que imposibilita cualquier tipo de diálogo corresponde al bloque independentista. Veamos.
Quienes no han querido propiciar nunca el diálogo han sido sólo los de una parte, los del bloque independentista
Primero, en enero de 2013, tras las elecciones autonómicas de noviembre del año anterior, el Parlament de Catalunya aprobó, por ajustada mayoría, una declaración cuyo punto primero decía que la soberanía residía en el pueblo de Cataluña. En puridad, eso ya constituía una declaración de independencia y, en todo caso, era un claro desafío a la Constitución que dice algo muy distinto: la soberanía está atribuida al pueblo español. Un duro puñetazo a la mandíbula no es manera de empezar un diálogo, supongo que estarán de acuerdo.
Segundo, el 14 de noviembre del año siguiente, con pretensiones de referéndum de autodeterminación, se celebra aquella consulta ilegal y sin garantía alguna sobre la veracidad de los resultados que el débil gobierno de Rajoy tolera para evitar, según cree, males mayores, pero con la condición pactada con Artur Mas de que figurara tal consulta como una iniciativa de la sociedad civil (ANC y Òmnium Cultural, básicamente) y, en todo caso, sin intervención alguna de la Generalitat. Mas incumple el pacto con Rajoy y proclama solemnemente a última hora de la tarde unos resultados como si tuvieran validez oficial. Puñetazo al estómago y a traición. ¿Es una buena forma de diálogo, queridos equidistantes?
Tercero, los meses de septiembre y octubre de 2017, aprobando irregularmente los días 6 y 7 dos leyes que reconocían explícitamente la desobediencia a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico, se salían abiertamente del marco constitucional, convocaban un referéndum de autodeterminación para la jornada del 1 de octubre y, días más tarde, proclamaban en sucesivas tandas una Declaración Unilateral de Independencia, la tan esperada como ineficaz DUI. Fue un intento, ridículo si se quiere, mal planteado sin duda, sin base legal alguna y muchas más cosas que se podían añadir, pero ciertamente con la clara intención de poner en jaque a la democracia y al Estado constitucional. Por ello los principales responsables están ahora en el banquillo. Buscaban el KO técnico y se quedó en nada, pero en todo caso no pretendían el diálogo.
Es legítimo sospechar que el término diálogo, en boca de los equidistantes, esconde ciertas intenciones
Por tanto, volviendo al principio, quienes no han querido nunca propiciar el diálogo han sido sólo los de una parte, los del bloque independentista. Y los llamados equidistantes en realidad no lo son, forman parte de este bloque, pero con la comodidad que supone no comprometerse, se trata de los tibios, aquellos que tanto despreciaba Jesús en los evangelios.
La ingenuidad de Pedro Sánchez —y de Iceta— durante estos meses pasados, y me temo que en el futuro, ha consistido en buscar el diálogo con aquellos que han demostrado con los hechos que no lo quieren. Más valdría formar una coalición de gobierno constitucionalista en la Generalitat para iniciar desde esa posición una acción política que convenciera a los ciudadanos de las grandes posibilidades y beneficios de una Cataluña autonómica dentro de España y de la UE.
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