Hasta los ‘bollocks’ del Procés
Sin fugas al extranjero, difícilmente habría encarcelamientos provisionales. Y sin falsas repúblicas a construir tampoco habría riesgos de reiteración delictiva
La idea de que el territorio de un país pudiera separarse me llegó muy pronto en mi infancia a través de una célebre comedia cinematográfica inglesa, olvidada hoy del gran público pero conocida por todos los cinéfilos. Se titulaba Pasaporte para Pimlico (1949) y narraba una imaginaria peripecia independentista del céntrico barrio londinense, donde súbitamente se había descubierto una especie de soberanía borgoñona. La historia costumbrista y amable terminaba como no podía ser de otra forma, tal como explicaba uno de los personajes: “No le des más vueltas Jim. Siempre hemos sido ingleses y siempre seremos ingleses y precisamente porque somos ingleses, reclamamos nuestro derecho a ser borgoñones”.
He recordado el delicioso barrio londinense gracias al señor Charlie Mullin, fontanero y fundador de Pimlico Plumbers, próspera empresa con 400 trabajadores, a quien se debe una polémica iniciativa que ha escandalizado y estimulado los reflejos censores precisamente de los separatistas antieuropeos, los votantes del partido de la independencia (UKIP). Según Rafael de Miguel, el corresponsal de este diario en Londres, el multimillonario ha colocado un cartel en lo alto de la sede de su empresa, que reza “Bollocks to Brexit, algo así como hasta los huevos del Brexit o que le den al Brexit”. A pesar de algún intento de censura administrativa de sus carteles, Mullin está más que satisfecho de una polémica que le ha dado notoriedad y le ha permitido convocar a sus clientes a la manifestación del pasado sábado contra el Brexit.
Es ya un tópico que el Brexit y el Procés tienen mucho en común. En las causas: la gran recesión, el miedo a la pérdida de identidad, la globalización averiada, incluso las diferencias entre la gran ciudad cosmopolita y el país profundo. En los métodos propagandísticos: ya sea la visión piadosa del relato sobre un futuro radiante, ya la más cruel de las mentiras a raudales. Y en el cansancio de los ciudadanos ante una pugna interminable y sin salida, que finalmente es una lucha por el poder entre partidos e incluso entre protagonistas.
Incluso el horizonte futuro de ambos, Brexit y Procés, también parece tener algo en común. Primero por su lejanía: no sabemos cuándo terminarán, sujetos a una procrastinación insoportable (para emplear una palabreja de uso habitual en el mundo anglosajón). Y segundo, por el temor a que el engendro final sea menos que nada, es decir, una pérdida para todas las partes, Reino Unido y Unión Europea en un caso, España y Cataluña en el otro. La única perspectiva que ahora se atisba es un estatus para Reino Unido en la UE y para Cataluña en España peor del que gozaban. Si se produce un Brexit suave, el estatus final será parecido al de Noruega pero con menos poder político en Bruselas, sin capacidad para influir y menos para legislar. Si se alcanza la negociación política para reformar la Constitución y el Estatuto, también pinta que el estatus final pudiera ser un autogobierno con competencias más acotadas o vigiladas que las actuales.
La diferencia entre el Brexit i el Procés es que en Londres apenas queda margen para que las cosas empeoren. Si no hay acuerdos internos en la coalición de gobierno, dentro del partido conservador y entre el crucial unionismo norirlandés (DUP) y Theresa May, ya se sabe que la alternativa es el acantilado del Brexit catastrófico. Mientras que la ausencia de acuerdos en España llevan únicamente a la procrastinación, cuestión a la que los presos y los exilados contribuyen poderosamente: todo está pendiente del juicio, como más tarde estará de la sentencia y luego de las medidas de gracia.
Quienes están hasta los bollocks del Procés nada deberían desear con más intensidad que ver a los presos preventivos en sus casas, las sentencias amortizadas y los indultos solicitados y concedidos. Es pedir demasiado, está claro. Sobre todo a los que quieren que siga la fiesta. La fiesta, sí: a fin de cuentas son muchos los que viven para el Procés y del Procés. El procesismo ha creado incluso puestos de trabajo, oficinas redundantes que se ocupan de los derechos humanos, contratos millonarios y cargos creados ex profeso para destacados militantes o dirigentes. Este negocio tiene ya más de seis años de vida y ha creado su base social, sus intereses gremiales, sus redes de contraprestaciones e incluso su burguesía, esos personajes que han hecho sus pequeñas fortunas bajo las alas procesistas.
El peligro que viene ahora es el de los intereses procesistas, no sea caso que consigan minar el juicio después de haber minado los procesamientos. No está de más recordar que sin fugas al extranjero, esos falsos exilios, difícilmente habría encarcelamientos provisionales. Y sin falsas repúblicas a construir tampoco habría riesgos de reiteración delictiva. Ahora el procesismo dependerá de las estrategias de defensa. Quedará desactivado si los defensores optan por estrategias eficaces que sirvan para conseguir la absolución de sus clientes y recargará el Procés si la estrategia es de defensa política, con impugnación del sistema constitucional y apología del derecho de autodeterminación. Si esta última es la estrategia que se impone, sufrirán los presos y sufrirán todos los que están hasta los bollocks (o ‘hasta los mismísimos’) del Procés, que son muchos y me temo que incluyen también a buena parte de los independentistas.
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