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El Colegio de Arquitectos condecora a sus veteranos con platino y oro

Los laureados han permanecido entre 60 y 50 años vinculados a esta institución troncal de la sociedad civil madrileña

José María Ezquiaga, decano del Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM), en la sede de la institución.
José María Ezquiaga, decano del Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM), en la sede de la institución. CARLOS ROSILLO
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El Colegio de Arquitectos, entidad propulsora de la sociedad civil madrileña, acaba de condecorar con insignias de platino y oro a aquellos alarifes que han mantenido sus vínculos colegiales durante seis y cinco décadas, respectivamente. El hecho en sí podría pasar por un acto protocolario cualquiera, de los muchos que Madrid registra. Mas en este caso, dentro de la Semana de la Arquitectura 2018, no se trata de un acontecimiento al uso, sino que concierne a personas que, por su profesión, crearon ciudad, asentaron su tectónica, la impregnaron con sus concepciones estéticas y erigieron hitos o edificios urbanos donde ahora habitamos. Además, conservaron o retrazaron las líneas maestras que definen el alma de la ciudad con la que hemos convivido y conviviremos durante muchos años. Ellos animaron la enseñanza del espíritu que el Arte que cultivan nos brinda.

En una ceremonia celebrada este jueves en la sede colegial madrileña de la calle de Hortaleza, una quincena -de los 30 convocados- de veteranos arquitectos octogenarios y septuagenarios recibió sendas enseñas de platino y oro, con las que la institución madrileña quiere distinguirles por su valía profesional. Entre los convocados para recibir el platino tras 60 años figuraban Vicente Sánchez de León, otrora decano del COAM, el hombre que impulsó la presencia cultural del colegio profesional en Madrid; Antonio Vallejo, miembro de una saga de arquitectos, él mismo experto en la construcción con hormigón; Santiago de la Fuente, autor de edificios de la entidad de la sede de UGT en Avenida de América.

De los premiados con 50 años de colegiación a sus espaldas destacan Pilar Ferrándiz Josa, pionera de las mujeres arquitectas aquí colegiadas; Joaquín Roldán Pascual, uno de los arquitectos municipales de Madrid más renombrado, autor -entre muchas otras obras-, de la restauración de la Casa de la Panadería en la Plaza Mayor y del palacio O’Reilly, en la calle del Sacramento; Jaime Tarruell Vázquez, defensor de la estética urbana, adalid del patrimonio arbóreo de la ciudad, quien rehabilitara el Casón del Buen Retiro con el reto de preservar intactas las pinturas originales de Lucas Jordán sobre la bóveda del Salón de Baile del antiguo palacio de los Austrias; Juan Navarro Baldeweg, autor de los Teatros del Canal y pintor renombrado; Reinaldo Ruiz, artífice de algunos de los principales hospitales de toda España, el de Majadahonda incluido, más las principales reformas de los de La Paz y el Clínico; Miguel Oliver, quien ideara Puerto Sherry; Antonio Sabador, prestigioso perito judicial de Arquitectura o Felipe Samaran, el arquitecto que convocaba siempre a los arquitectos…Otros de los premiados vieron sus expedientes profesionales timbrados también por obras de nueva hechura, vivienda social, incluida, o apuestas urbanísticas trascendentes, fruto de la incesante modernización del centro capitalino, de la periferia, la región madrileña y numerosas provincias.

La insignia de oro del Colegio de Arquitectos.
La insignia de oro del Colegio de Arquitectos.

Los laureados idearon las modificaciones del semblante de la ciudad y pugnaron con denuedo por impedir que la piqueta arramblara con hitos que definen la personalidad histórica de Madrid. Y lo hicieron, en la mayoría de los casos, desde visiones cosmopolitas, sin concesiones a un casticismo que ha dañado mucho la textura de la ciudad. Esta generación de arquitectos ahora homenajeados muestra, asimismo, una impronta con rasgos muy especiales. Contó con referentes magistrales tan singulares como Francisco Javier Saénz de Oiza, al que el Colegio dedica estos días una exposición única en su centenario; Luis Gutiérrez Soto, Luis Moya, Miguel Fisac, Juan Manuel Fullaondo, Víctor D’Ors o Fernando Chueca Goitia, brioso decano, entre muchos otros, cuyas enseñanzas teórico-prácticas aplicaron a su ejercicio profesional con esmero, añadido éste al criterio propio que esgrimieron en sus actuaciones.

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Pero, además y sobre todo, los integrantes del segmento profesional laureado acometieron en torno a los años 80 del siglo XX la tarea de convertir su colegio profesional en un verdadero laboratorio de iniciativas ciudadanas, de fiscalización de la calidad de la actuación arquitectónica privada y pública, previa transformación colegial en clave democrática, alejada del corporativismo elitista que le había caracterizado durante la dictadura franquista. Y ello a costa de sortear varias escisiones colegiales en sectores enfrentados por divergencias conceptuales e ideológicas.

Por todo ello, el acto homenaje a la veteranía de los arquitectos condecorados este jueves en Madrid revistió un aura de historicidad que muy pocos eventos semejantes contienen: ellos consumieron horas, meses, años enteros de peleas frente al tablero de diseño, proyectando; lidiando con los contratantes y sus, a veces, tan extravagantes demandas; a vueltas con los cálculos infernales sobre el comportamiento de los materiales; visitando a pie de obra los frutos de lo proyectado; asaeteados por sofocantes cambios de normativas y reglamentos municipales; al cotejo de iniciativas técnicas que surgen por doquier; reciclándose a diario dentro de un panorama intelectual y estético mutante e inexorable; y, sobre todo, resistiendo las crueles crisis de las burbujas inmobiliarias que han dejado la profesión de arquitecto sumida en la incertidumbre.

Han sido sus vidas muestra evidente de preocupación por devolver a la sociedad la responsabilidad entregada en sus manos para hacer habitable la vida en la ciudad. Por ello, el respeto, la admiración, la gratitud y la consideración son las verdaderas insignias que ayer, sobre sus pechos, les impuso el Decano del Colegio de Arquitectos de Madrid, José María Ezquiaga, gozoso de que muchos de los premiados sobrevivan junto a sus meritorias obras.

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