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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las tres edades del catalanismo político

La llegada de Sánchez no debe ser interpretada como un retorno a la vía bilateral, sino al momento multilateral

José Montilla saluda a Artur Mas, al termino de un pleno de 2010 sobre el Estatut.
José Montilla saluda a Artur Mas, al termino de un pleno de 2010 sobre el Estatut.Tejederas

No es ningún secreto que el eje central del catalanismo político ha mutado a lo largo de los últimos cuarenta años. Pasados unos meses desde el frenético otoño de 2017, se dibujan con cierta claridad las tres edades del catalanismo político en su biografía democrática.

El momento multilateral. En la transición democrática, así como en buena medida también en los años posteriores, el catalanismo político participó, junto con otros actores con los que no tenía ninguna afinidad aparente, en la construcción del Estado. No hay que idealizar esos años —tampoco vilipendiarlos—, pero lo cierto es que aquel momento viene marcado por el hecho de que se puede y, en cierto sentido, se debe, hablar con todo el mundo. Y no sólo eso: se podía decir en público que había que hablar y negociar con todo el mundo. Y las consecuencias del momento multilateral fueron manifiestamente positivas para el catalanismo político: recuperación de la Generalitat; vuelta de Tarradellas en el marco de una operación de Estado; normalización del catalán en las escuelas y en las instituciones públicas; advenimiento de medios de comunicación públicos en catalán.

El momento bilateral. En la reforma del Estatut de 2003-2006, el catalanismo político propone de hecho un pacto de tú a tú al Estado. Esa relación de bilateralidad, sin contar con el resto de Comunidades Autónomas, siempre fue, según se dice, el sueño de los carlistas. Pero ese pretendido momento bilateral estuvo basado en un autoengaño que puede desglosarse en dos consideraciones. En primer lugar, el catalanismo eligió aferrarse a las frívolas palabras de un Zapatero en campaña electoral —el famoso mitin del Palau Sant Jordi en 2004— y con las encuestas en contra sin tener en cuenta que ése, justamente ése, era el resbaladizo contexto en que habían sido pronunciadas. Y, en segundo lugar, el catalanismo político eligió creer que, si se pactaba con el PSOE, se pactaba con el Estado. Pero el PSOE y su cultura política eran sólo una pata fundamental del Estado. Había otra, la que representaba el PP y su cultura política, que fue excluida del pacto. Involucrar al PP en la reforma del Estatut, aunque fuera años más tarde, cuando se le hubiera pasado la rabieta por perder las elecciones de 2004, significaba rebajar las pretensiones del mismo, pero simultáneamente significaba construir un pacto de Estado y evitar que la cosa llegara al Tribunal Constitucional. La relación bilateral resultó un fracaso político. La sentencia del Tribunal Constitucional de 2010 no es la causa del procés, como se sostiene muchas veces, sino, me temo, la consecuencia del autoengaño en el que estuvo basado ese torpe intento de establecer una relación bilateral con el Estado.

El momento unilateral. Después de ese fracaso, en lugar de volver a la vía multilateral, la que más réditos había dado, el catalanismo aceleró y adoptó ambiguamente una estrategia unilateral en el otoño de 2017. Ya conocemos las consecuencias: plenos esperpénticos en el Parlament con su consecuente desprestigio institucional; pérdida temporal del autogobierno por aplicación del artículo 155 de la Constitución; primeros pasos de fuga de empresas de Cataluña; riesgo de ulsterización social y cultural; o políticos encarcelados. El catalanismo político, ahora mutado en independentismo, debería hacer un ejercicio de realismo y contar qué consecuencias positivas tangibles —no pura e inertemente simbólicas— ha arrojado la estrategia unilateral. Yo diría que ninguna. La estrategia unilateral renuncia a la cultura del pacto político y apuesta por una basada en la fuerza política. Y en ese pulso de fuerza, el catalanismo político —y más aún su mutación independentista— lleva siempre las de perder.

¿Cuál es la moraleja de las tres edades del catalanismo político? Como más se aleja de la estrategia multilateral, más perjudicial resulta el escenario no ya sólo para el catalanismo político, sino para Cataluña y también para España. Desde luego uno puede vivir en la fantasía puigdemontiana según la cual —como dijo Jordi Amat hace unas semanas— destruyendo España y Cataluña se crean las condiciones para una República catalana. Pero el mero transcurrir de los hechos muestra el calibre de semejante autoengaño.

La historia de las ideas políticas es una noria. Sin embargo, la llegada de Sánchez a la presidencia del Gobierno no debería ser interpretada como una oportunidad para volver a la relación bilateral, tal y como insinuó Quim Torra hace unos días. Mi impresión es que si algo nos trae de vuelta esa noria es el momento multilateral.

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