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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Acumulación de fuerzas

Ahora hay que hacer política de alianzas, puesto que los bloques estan muy definidos y apenas se moverán en el futuro

Lluís Bassets
El Parlamento vacío, a la espera de que el 17 de enero se inicie la nueva legislatura.
El Parlamento vacío, a la espera de que el 17 de enero se inicie la nueva legislatura.Carles Ribas

Nadie discute ya la cuestión. Ni siquiera dentro del independentismo más rupturista y radicalizado. Las fuerzas son insuficientes para alcanzar el objetivo perseguido. Mucho es el capital acumulado, que se acerca a la mitad salvífica en las sucesivas votaciones, pero aún falta un trecho más para disponer de una mayoría social.

Este argumento contiene un atisbo de autocrítica respecto a las famosas condiciones objetivas, las circunstancias indispensables que los clásicos requerían para acceder al momento redentor de la ruptura revolucionaria. Por muy favorables que fueran las condiciones subjetivas, y en este caso nadie puede discutirlo, nada se podrá hacer sin esas otras condiciones, entre las que se incluye otro tópico de nuestros clásicos, la correlación de fuerzas.

Todo este lenguaje de aroma leninista pertenece también al realismo político, a la exigencia intelectual de una mirada que no se deje engañar por las apariencias, los deseos, los sentimientos y las pasiones políticas. El revolucionario tiene que captar el momento maquiavélico, la oportunidad única que le ofrece la historia para proceder al asalto.

Quienes decidieron lanzar al entero nacionalismo en pos de la descabellada idea determinista de una secesión inmediata, a plazo fijo y sin retroceso, creyendo extraer sus estrategias del caudal leninista y maquiavélico, han incurrido en formas de autoengaño y de idealismo auténticamente suicidas. Contaban con las condiciones subjetivas y con parte de las objetivas (la crisis financiera, la sentencia del Estatut, la crisis institucional española, la debilidad de Rajoy y del PP), pero les ha fallado estrepitosamente la correlación de fuerzas (el Estado era más fuerte de lo previsto, no había ni un solo aliado ni amigo en Europa, apenas en el resto de España, e incluso les crecieron los adversarios en Cataluña en forma de reacción españolista).

Hace falta acumular más fuerzas, les venían diciendo los intelectuales más amistosos con sus propósitos o al menos con sus actitudes. Y algunos siguen diciéndolo todavía ahora mismo, como si no hubiera más capacidad crítica que la de este disco rayado para parar los pies a las aventuras disparatadas de Puigdemont por las Europas.

Quizás interese aclararlo de una vez: puede que fuera verdad hasta el otoño pasado, pero ahora ya es una verdad defasada e inválida, una mentira. No hay más fuerzas que rebañar. Todo lo que se podía acumular ya se ha acumulado. Las ganancias futuras serán marginales, si acaso no se produce una lenta pero inexorable erosión, fruto más del cansancio que de la rendición, entre los partidarios de este intento de secesión unilateral que hemos vivido.

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El estancamiento del independentismo y el correlato de consolidación de un bloque radicalmente enemigo significa el inicio de una nueva etapa en la que ya no se producirán incrementos notables ni desplazamientos en la opinión. Cataluña está profundamente dividida. En bloques se diría que perfectamente estancos. Hay una Cataluña que se siente ofendida por los porrazos del 1-0, los presos y la ausencia de Puigdemont, al igual que hay una Cataluña que no perdona las leyes antiestatutarias y anticonstitucionales del 6 y 8 de septiembre, que significaron la desposesión de sus derechos políticos para aquellos catalanes disconformes con la ruptura unilateral con el marco legal. Hay una Cataluña que se lamenta por los presos, más amplia que la independentista, al igual que hay otro Cataluña indiferente a la suerte de quienes han vulnerado a conciencia la legalidad e incluso han hecho exhibición de ello. Hay una Cataluña que solo ve inocencia y libertad de expresión, donde la otra Cataluña ve perversa deslealtad y actos políticos al menos sediciosos.

Estas durísimas contraposiciones no cambiarán en los próximos meses. La única posibilidad de un movimiento significativo en la célebre correlación de fuerzas interna vendría dada por la consolidación de un tercer bloque, la tercera Cataluña, capaz de imponer su ritmo y su agenda sobre las dos Cataluñas polarizadas que actualmente rigen en el escenario político. No hay que hacer muchos esfuerzos para intuir su programa: gobierno efectivo, defensa de los actuales niveles de autogobierno, reforma federal, compromiso con la Constitución y en el horizonte la resolución más civilizada posible al problema de los delitos y de las penas.

La cuestión de la acumulación de fuerzas, por tanto, ha sufrido una profunda mutación. Ahora se trata de establecer una política de alianzas que rompa la dinámica polarizada. El bloque independentista, si quiere crecer, tiene que empezar a ser menos bloque y más brazo tendido hacia la tercera Cataluña, que es donde encontrará a los amigos que necesita para conservar lo esencial, recuperar el aliento y limitar los daños y consecuencias de sus decisiones y acciones rupturistas. Un movimiento de esta naturaleza no dejará de tener consecuencia también en el tercer bloque, que ha crecido defensivamente ante la constante y temible acumulación de fuerzas independentista.

Abandonar la idea de la acumulación de fuerzas tiene sus inconvenientes. El mayor es que significa un reconocimiento, aunque sea implícito, de que la independencia de Cataluña nunca tendrá lugar por una dinámica que conduzca a una mayoría imbatible e irreversible, como Artur Mas pedía en fecha ya tan lejana como noviembre de 2012, cuando empezó a perder diputados a chorro. El método elegido desde entonces es muy bueno para crecer de prisa y de forma muy compacta, pero lo es también para dividir el país. Nadie puede pensar en un futuro interesante, con independencia o sin ella, aunque más bien sin ella, con un país cuarteado como el que tenemos ahora. La cuestión de cara al futuro, ya no lleva a escoger entre una independencia que se ha revelado inviable y el estatus quo, sino entre instalarnos y profundizar en la división o empezar cuanto antes a curarla y superarla.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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