_
_
_
_
_
Café de Madrid
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Café de Verdad

El autor prueba por primera vez la bebida colombiana y jura "no volver a tomar brebajes descafeinados ni bebidas embotelladas"

J. F. H.

Vine a Colombia porque me dijeron que aquí servían un tal café, tan café que era café de verdad. Al buscarlo, Bogotá fue abriendo sus calles con aromas como anuncios y en no pocas esquinas anónimas vi que aparecían arcángeles con cafeteras al calce. Al pedirlo, un paisano me corrigió: una cosa es café de Colombia que se exporta por los Siete Mares y se puede degustar en cualquier polo como si estuvieras en Valledupar y otra cosa, muy diferente, es el Café de Verdad con mayúsculas que te hace callar y te abre los ojos, que lejos del insomnio te permite soñar, el café cargado que no precisa azúcar porque las Verdades que revela son a veces ácidas o acres, pero incontestables. Café de Verdad para los mentirosos irremediables y los políticos corruptos, los empresarios abusivos y las maestras que engañan; una probada de la infusión morena y se abatirían las trincheras de la simulación y del engaño, los espejos revelarían su verdadero reflejo y no quedaría títere con cabeza en la espesa selva de la improvisación y la mentirita.

Tanto me habló del mentado Café de Verdad que cuándo vi que se acercaba con una porción humeante en su mano izquierda, la cara ladeada y el paso de ballet folclórico pensé que estaría por iniciar una tortura de interrogatorios variados y confesiones impensables; el hombre sonreía quizá porque sabía que con solo probar el Café de Verdad quedaba yo expuesto de perfil y de frente al paredón inconfundible donde se diluyen toda falsedad y sí, así fue: al primer trago juré no volver a tomar brebajes descafeinados ni bebidas embotelladas y poco a poco, fui reconociendo el verdadero color del azul y el peso de las nubes que enmarcan los cerros de Bogotá y el nombre de una flor aparentemente desconocida. Empezaron a desfilar todos los fantasmas de los tiranos impunes, los plagiarios potentados y las faldas de todas las mentiras que se iban encordando como raro peinado sobre la almohadilla que ofrecen en el avión para el despistado turista que duerme sobre el mar todas las pesadillas que se han de aliviar en cuanto va floreciendo lentamente en el alma del elegido ese primer Café de Verdad que hasta parece que nos peina y nos cambia la piel del rostro y nos eleva por encima de los cansancios y nos ayuda a caminar despacio y todo se vuelve una psicodélica nube en medio de la nada… ¿o acaso será que me dieron un thé de Coca?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_