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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las cosas de comer

¿Quién y cuándo decidió que en Cataluña ya no hacía falta hacer las cosas bien?

Josep Cuní
La expresidenta del Parlament Carme Forcadell.
La expresidenta del Parlament Carme Forcadell.Samuel Sánchez

Cuando los hechos cambian, cambio de opinión. ¿Y usted?” La sentencia de John Maynard Keynes ha quedado para la historia como ejemplo de justificación. La que permite aparecer como alguien acomodaticio a las circunstancias sin necesidad de ser mínimamente coherente. Sucede, no obstante, que el influyente economista la soltó en un período tan difícil en lo social como escurridizo en lo político. Cuando le acusaban de ser un veleta sobre la política a seguir en tiempos de entreguerras y gran depresión. Época para la que pretendía un criterio moral marcado por la razón y no por los intereses de grupo o de partido, como ha explicado el profesor Antón Costas.

Pasados los decenios, la inagotable tendencia a la justificación como sinónimo de explicación, permite recurrir al aforismo con la misma frivolidad con la que se construyen trincheras ideológicas y se destruyen lazos fraternales. Y probablemente, como en todo, la cosa esté en el punto medio que es el que hemos decidido marginar porque buscarse enemigos facilita considerarse coherente o incluso alardear de los bandazos.

Fijémonos en el uso permanente del “pero” como argumento falsamente exculpatorio de los propios errores. Lo que empezó caricaturizado como el “y tú más” en la constante batalla partidista, se ha sofisticado hasta tal punto que nadie con proyección pública sería hoy capaz de soltar su arenga sin la conjunción adversativa. Ésta y las que la acompañan. En momentos de arrebato imagino un concurso protagonizado por políticos y adláteres, —periodistas incluidos, por supuesto— exponiendo sus argumentos sobre la actualidad sin poder contraponer la propia posición con la del contrario. Y que sonara una gran fanfarria acompañada de gritos reprobatorios al estilo de los Tacañones del añorado Un, dos, tres para gozo del divertido público cada vez que se cayera en el error. De regreso a la serenidad, lo antojo imposible. Por falta de concursantes con pericia, claro. Una perversa tradición nos ha situado en el consuelo del oprobio ajeno como justificante de la limitación propia. Y así seguimos los pasos de Lord Keynes inadecuadamente porque pueden más los intereses personales o de grupo a las razones económicas, políticas y sociales contra las que él luchaba. Ante los ejemplos sobrados que nos acribillan a diario de falta de coherencia ya solo cabe esperar que más que practicar lo que se piensa, se piense lo que se hace en línea con lo que se dice. Escuchar estos días las declaraciones judiciales de los políticos imputados a causa del procés redunda en la imperiosa exigencia de rigor, otra virtud pública aparcada. Y claro, la coherencia sin rigor tiende a parecer un pulpo en un garaje. Sé que todo esto tiene réplica, por supuesto, porque si algo parece inmutable es la capacidad del gobierno español, con la maquinaria del estado detrás, de pervertir el sentido más profundo de la democracia para insistir en que las cosas sean más lo que aparentan que lo que son. Pero esta táctica previsible, avalada por cientos de años de práctica, no dispensa ni de los errores propios ni de la exigencia inherente que había macado a fuego el ADN catalán.

Sigue pendiente de respuesta la doble pregunta inexcusable: ¿Quién y cuándo decidió que en Cataluña ya no hacía falta hacer las cosas bien? Convertir la legítima bandera reivindicativa en la sábana que todo lo envuelve es tan cansino como ineficaz. A las pruebas no hace falta ya remitirse de tantas y tan constantes como son. Añadir el martirologio a las cuentas del rosario solo hace envalentonar a un contrario que tampoco es capaz de entender que más pronto que tarde le espera un inevitable efecto boomerang. Pero sobretodo, sigue manteniendo encarcelados de forma inaceptable a quienes han asumido con coherencia la consecuencia de los hechos que se les imputan.

El riesgo intangible de Puigdemont hoy es que cada día que pasa con Junqueras, Forn y los Jordis en prisión es una jornada favorable a una alta consideración hacia ellos por su valor por parte de quienes no votaron independentismo. Es como si la conciencia cívica y moral de los empujados a subirse a la reivindicación más para denunciar la abulia española que por convicción quisiera reparar lo que consideran error electoral de haber premiado a un huido más que a un preso. Todo esto tiene que ver con las palabras. Con las que se usan voluntariamente de manera imprecisa para crear equívocos. Con las que configuran una permanente lluvia de propaganda cruzada. Con las que se pretende esconder por parte de todos una realidad ineludible. Y ya deberíamos saber que podemos evadir la realidad pero no podemos evadir las consecuencias de evadir la realidad. Lo escribió Ayn Rand mucho antes de que el Tea Party la convirtiera en su pensadora de cabecera. Y lo hizo porque sabía que con las cosas de comer no se juega.

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