Cien años haciendo muelles
Muelles Ros es la única tienda de la región madrileña especializada en estos resortes
Cuenta la familia Boixadera que el grafitero madrileño Muelle —fallecido en 1995— quiso pintar las paredes de la tienda centenaria Muelles Ros, ubicada en la ronda de Atocha, 16. Se trata de un local familiar dedicado a producir y vender resortes, que guarda 6.327 referencias para somieres, escaleras, pianos, manivelas, relojes, submarinos, satélites e incluso para montar el césped del Santiago Bernabéu. Aunque Muelle no pudo pintar, es posible que el espíritu del artista urbano perviva entre tanta espiral.
“Mi abuelo, Luis Boixadera Ros, fabricaba el resorte que nadie podía hacer”, cuenta Jorgina Ros, nieta del fundador de la tienda. “Empezó con un pequeño taller antes de la guerra y en los cuarenta fundó tres fábricas para sus tres hijos”. De las tres empresas sobrevivió Muelles Ros. Su abuelo fue un pionero en España en el desarrollo de estas piezas. “Las diseñaba con precisión y nos enseñó su técnica”.
El padre de Jorgina fue el único de los tres hermanos que continuó el negocio. “Quiso ser pastelero y mi abuelo le puso a descargar sacos de harina”, relata su hija por teléfono desde Barcelona. Pronto se adentró en el negocio familiar, hasta que llegó a ser uno de los primeros en traer acero inoxidable a España, según su hija. El negocio ha perdurado hasta estos días de la mano de Jorgina y su hermano.
¿Cómo ha sobrevivido Muelles Ros al delirio de neones y grandes superficies que asuelan el centro? Carlos Rodríguez, encargado del local, cuenta que los clientes son “casi los mismos que antaño: fábricas e industrias y particulares”. ¿Y qué uso le dan a un resorte? Durante una tarde, en la tienda entran clientes que quieren construir unos títeres o reparar una escalera, un ascensor antiguo o el sillín de una moto. Sorprende la afluencia y la diversidad de peticiones. “La tendencia es usar y tirar, pero por la coyuntura económica, hay gente que prefiere arreglar”, añade Rodríguez.
La empresa ha tenido clientes de todo tipo: el Teatro Real, producciones de cine e incluso una empresa que instala los campos de fútbol, que necesitaba muelles para sus máquinas: “Nos llamaron con urgencia; había partido en unos días en el Bernabéu y tenían que instalar el terreno de juego”. Jorgina recuerda que en otra época abrieron una fábrica en Buenos Aires y lograron que la palabra muelle fuera sustituida por el apellido familiar: “Decían: Voy a comprarme un Boixadera”, señala. “El primer colchón de la marca Flex fue elaborado con nuestros resortes y hemos sido reconocidos en varias ocasiones a nivel estatal como fábrica de utilidad pública por colaborar en la fabricación de hospitales, trenes, barcos, aviones...”.
En la tienda, los muelles cuestan desde un euro —de unas micras, para relojería— hasta 3.000, para los camiones mineros. Diseñan, fabrican —“a mano, si es preciso”— y venden resortes en acero al carbono, inoxidables o aleados de tres tipos: de compresión, de tracción y de torsión. Los primeros son los clásicos que sirven para amortiguar, los segundos tienen un gancho en cada extremo y los terceros son los que soportan la tensión de las manillas de las puertas o los cepos.
El futuro del negocio está a salvo, según Jorgina: “Intentamos potenciar las ventas fuera. Es un proyecto muy sentimental, nos conocen en toda España y no quiero que se muera, seguimos siendo los mismos: muelles diseñados y personalizados de calidad. Y la calidad es cara”, recuerda. Solo falta la placa de bronce en la vía para conmemorar sus cien años: “Está al caer”, sentencia Ros.
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