Mas, un acusado feliz y tardón
El expresidente llegó 28 minutos tarde mientras los magistrados y fiscales lo esperaban como un clavo
La justicia pocas veces conoce de acusados felices. Artur Mas es la excepción. Tras recibir el esperado calor popular en la calle, ha llegado al Palacio de Justicia con un rostro de rotunda satisfacción. Ha llegado, por cierto, un poco tarde: 28 minutos después de lo previsto. Los tres magistrados le esperaban, como un clavo, desde antes de la hora prevista (las 9); lo mismo los fiscales, a quienes han acompañado jefes y colegas para transmitir una imagen de unidad. “A ver si vamos a tener que dictar una orden de busca y captura”, ha bromeado uno de ellos viendo que no venía. También se ha oído decir, en el TSJC, que Mas es un “maleducado” y que ha “faltado al respeto” al tribunal.
La alegría de Mas ante la perspectiva de ser juzgado contrasta con las emociones, más turbias, que experimentan los acusados de a pie, los que se juegan su libertad, los que no tienen a nadie que les acompañe al juzgado. Eso no significa que no haya espacio para la felicidad en la sede del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, pero siempre es posterior al juicio. Una absolución, por ejemplo, como la que celebraron 40 proxenetas del Raval de Barcelona que, tras saberse libres gracias a un error formal en una resolución judicial, bailaron, rieron a carcajadas e insultaron a los periodistas a las puertas del mismo Palacio de Justicia donde hoy Mas agradecía, con aplausos, el respaldo ciudadano.
Pero la alegría no es el sentimiento más habitual en estos lugares. Los acusados entran a la vista serios, tensos. Algunos, los que permanecen en prisión provisional, lo hacen esposados. Los hay que lanzan miradas de desprecio a los policías que les han investigado y que quieren comprobar si su trabajo llega a buen puerto; también hay miradas de intimidación, como las que reciben los chivatos que les han llevado entre rejas. Como las que recibió en la sala de vistas Juan Pedro Lozano, un narco arrepentido que señaló a una presunta red corrupta de guardias civiles, la banda del puerto.
Ese odio a veces estalla de forma violenta, y hay acusados que la lían. Los Casuals, los jóvenes de la facción más violenta de los Boixos Nois, que en 2013 se rebelaron en la sala de vistas y amenazaron con marcharse. Los Mossos d'Esquadra tuvieron que impedirlo por la fuerza, lo que provocó una tangana histórica.
Aún si se abandona la delincuencia más negra y criminal, cuesta encontrar una alegría consciente como la de Mas. Tampoco entre los políticos que han sido juzgados por causas relacionadas con la corrupción. El exalcalde de Lloret de Mar, Xavier Crespo (CiU) no reía cuando le preguntaban por sus tratos con un empresario ruso de fortuna dudosa. Tampoco parecían felices Daniel Fernández o Manuel Bustos (PSC) cuando tuvieron que dar explicaciones por sus tejemanejes para enchufar a una persona de su confianza en el Ayuntamiento de Montcada. Si acaso exhibían una sonrisa forzada, para las cámaras, pero que apenas amagaba la tensión de sus rostros, su impaciencia, la amargura de estar en el banquillo.
Mas, en cambio, salió tan contento como había entrado, repartiendo besos y abrazos mientras atendía brevemente a la prensa (“ha ido bien”) y se tomaba su tiempo antes de volver a salir: estelades al viento, aplausos, gritos de independencia. Le acompañaban, como a la entrada, la exvicepresidenta Joana Ortega e Irene Rigau. La exconsejera de Enseñanza, por cierto, salía también contentísima del juicio. “¡Se me ha hecho corto y todo!”
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