Lo que la renta antigua se llevó
Decenas de comercios clásicos han desaparecido del centro de Madrid. Algunos han sido sustituidos por franquicias o tiendas de ropa; otros locales siguen vacíos
El proceso comenzó hace ya bastante tiempo: el comercio tradicional empezó a desaparecer del centro de Madrid, presionado por los cambios de hábitos de los consumidores (cada vez había menos residentes y más visitantes y turistas) y por los exorbitantes precios que las grandes marcas y las franquicias ofrecían por los locales. Algunos de ellos aguantaron muchos años, protegidos por la conocida renta antigua, esa que mantenía la renovación automática del alquiler para contratos anteriores a 1985, con subidas limitadas que resultaron con el paso de los años en precios mucho más baratos que los del mercado. Pero esto también acabó: la Ley de Arrendamientos Urbanos de 1994 estableció su fin en enero de 2015, momento en el que desapareció otro buen puñado de comercios clásicos del centro de la ciudad.
Los nuevos precios que se les pedían eran inalcanzables —suponía multiplicar hasta por 10 lo que estaban pagando— para unos empresarios que en muchos casos ya resistían a duras penas. Así que cerraron o se marcharon a otros puntos con alquileres más asequibles. Ahora, la camisería Hernando fundada a mediados del siglo XIX se ha convertido en un restaurante del grupo Compañía del Trópico, el mismo al que pertenece la pastelería que ha sustituido la enorme mercería Almacenes San Carlos, a mitad de la calle de Atocha; mientras, el lugar donde ha pasado décadas el Bazar Matey, famoso entre los amantes de las maquetas de trenes, lo ocupa ahora una de las 16 tiendas que tiene en Madrid la marca de ropa y hogar Natura. Otros locales, como los que llenaban hasta poco la antigua juguetería Asi de Gran Vía o la tienda de antigüedades Rústika de San Bernardino, siguen vacíos a la espera de una buena oferta, de cerrar tratos o de hacer obras.
“La ciudad se convierte una vez más en un decorado vacío”, suspira Álvaro Bonet, del colectivo Madrid Ciudadanía y Patrimonio, el mismo que advirtió de que el paisaje comercial de la ciudad y su propia identidad se iba a resentir con la huida de esos establecimientos. Cualquiera puede entender que los caseros quieran sacar el máximo rendimiento a sus locales, pero el colectivo insiste una y otra vez que desde las administraciones tenían que haber apoyado mucho más a estos comercios, algunos, incluso, centenarios.
Lo era la bisutería Otero, fundada en 1905, y que hasta hace año y medio, regentada por la nieta de los fundadores, vendía todo tipo de adornos vintage: peinetas, collares, pendientes, anillos... Ahora, una tienda de ropa y complementos, también vintage, lo ha sustituido, aunque ha mantenido los adornos de la fachada, algo que preocupaba profundamente a su antigua inquilina, Almudena Zarco Otero.
Otros de los comercios emblemáticos que estuvieron amenazados por el fin la renta antigua, como el Café Central, han conseguido sobrevivir. En el caso del mítico local de conicertos, consiguió in extremis una prórroga de cinco años más, hasta 2019. Aunque entonces se puede volver a encontrar en la misma tesitura.
El concejal de distrito Centro, Jorge García Castaño (Ahora Madrid), admite que se ha producido una gran uniformización de los comercios en las arterias principales entre la puerta del Sol y Gran Vía. Y, aunque señala que en otras zonas hay mayor diversidad (Malasaña o Chueca), le preocupa esa “tendencia de fondo que es muy difícil de encarar”, la de la presión turística sobre el corazón de las ciudades que condiciona la oferta comercial y hostelera. “Tenemos que conseguir que los barrios del centro sigan siendo residenciales”, declara el concejal.
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