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Crónica
Texto informativo con interpretación

Un despacho en el mundo

Se está bien en el despacho del President en el Parlament, con ese frescor, esa temperatura de visita a las cavas de Sant Sadurní. También la luz es tenue y artificial como el amor en el cine. La gruesa madera le da a las paredes un aire de cabaña, de refugio en la helada quimera del oro. Hemos llegado después de cruzar cuatro puertas y una sucesión de despachos enigmáticos y funcionales, que recuerdan el cuartel general de James Bond. La espera se ha prolongado porque antes algo gordo se estaba cociendo ahí dentro. Primero se vio entrar al vicepresidente Oriol Junqueras, paso largo, chaqueta corta, gesto rígido. Luego, una comitiva de la CUP. Corría el reloj y no salía nadie. En los pasillos, los periodistas esperaban a que pasara algo o por lo menos a que pasara alguien. Por eso la entrevista ha empezado con una hora de retraso. ¿Dónde prefieren hacerla, en los sillones, en la mesa redonda? El responsable de fotografía de este diario busca la luz y elige la mesa. ¡Un momento! El jefe de comunicación del President toma de un rincón una senyera de tamaño natural y la coloca tras Puigdemont. Ahora sí puede se empezar.

Carles Puigdemont, traje negro, nariz adolescente, labios finos, aspecto juvenil. Sin embargo, no ha sido el President de la Generalitat más joven. Eso, como todo, lo hizo hizo Pujol a los 49. Y Montilla a los 51. Puigdemont tiene 53 años y las manos suaves. Está en pie tecleando uno de los dos móviles, uno gris y otro negro, que va a dejar sobre una silla junto a él todo lo que dure la entrevista. Puigdemont es de carácter inamovible. Adopta una posición, sentado de lado para ver a la vez a los dos periodistas que le preguntan, las piernas cruzadas, y ya no se va a mover, ya no va a cambiar de postura ni un instante. Sólo cuando pronuncia la palabra CUP, reacciona y se limpia el oído con un dedo como si le estorbara algo en la cabeza. Es un hombre de manos, de dedos. Ahí se concentra todo su movimiento y toda su expresión. Juega con ellos incesantemente, los apiña, los separa, los vuelve a unir. Parecen unas manos pacíficas, hechas para tomar notas, cómodas al servicio de una causa. No son manos creadoras de artesano. Puigdemont sonríe cuando calla. Habla de su legislatura y se refiere a ella como el período de "preindependencia". Y sí, da la impresión de que, aunque le pusieron deprisa y corriendo a última hora, llegó antes de tiempo. Éste no es su sitio, como la mujer de los Burning. Ni siquiera parece de Convergència. Pertenece a algo previo que tiene que ocurrir cuando ese partido acabe, cuando todo esto pase. Pertenece a algo que viene dentro de él, como en el cine de Cronenberg. Algo muy íntimo enfrentado a un mundo real y hostil.

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