Un millar de personas despiden a Leopoldo Rodés
La basílica de Santa María del Mar quedó pequeña para acoger a todos los asistentes Representantes de los ámbitos político, económico y cultural dieron su adiós a Rodés
“No hay mayor bendición que dejar este mundo con la inmortal corona de un buen nombre”. Con estas palabras del Talmud concluyó la masiva despedida que la sociedad civil catalana y española brindó a uno de sus pilares, el empresario Leopoldo Rodés, fallecido la semana pasada en accidente de tráfico. El funeral se celebró en la basílica de Santa María del Mar de Barcelona, enclave de líneas esenciales y rigurosas tal como fue la andadura de Rodés por la vida, llena a rebosar.
Todo el mundo quiso dar el pésame a la viuda del empresario y mecenas, Ainhoa Grandes, sentada con los hijos del primer matrimonio de Rodés y los nietos. Éstos protagonizaron la parte más emotiva al leer, al final, una carta a su abuelo.
Los empleados del Macba, uno sus proyectos de mecenazgo más destacados, acudieron a despedirle junto con el director en funciones, Bartomeu Marí. El mundo del arte, representado por galeristas (Joan Antonio Maragall, Joan de Muga, Carles Taché), responsables de fundaciones (Elisa Duran, de La Caixa; Mercedes Basso, de Arte y Mecenazgo), comisarios (Nimfa Bisbe, Gloria Moure) y artistas como Miralda y Frederic Amat, no fue el círculo más numeroso. Entre las casi mil personas habían políticos (el presidente Mas, el exalcalde Trias, Rodrigo Rato, Francesc Homs, María Llanos de Luna, delegada del Gobierno, Narcís Serra...) y, sobre todo, empresarios, como Joan Andik, de Mango; los hijos del editor Lara; Juan Luis Cebrián, presidente de Prisa; Miquel Roca, presidente del Patronato del MNAC; el duque de Alba y el marqués de Griñán. Tampoco faltaron numerosos periodistas y muchos curiosos que, mezclados con los fotógrafos en espera al pie de la escalinata, esperaban ver algún personaje asiduo de la prensa rosa, como Jaime de Marichalar, Nati Abascal con su hijo y el actor Juanjo Puigcorbé.
El cardenal Martínez Sistach recordó su labor social, solo una mención, como si en la muerte quisiera Rodés mantener esa discreción que tuvo en vida. El Virolai, himno a la Virgen de Montserrat, cerró la ceremonia mientras Bach acompañó la salida, parecida a un acto social porque, dice el Talmud, “cuando un mortal muere tras una vida plena deberíamos alegrarnos: ha completado un largo viaje”.
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