El desencanto de un burgués de Barcelona
Médico pediatra, Trias no ha revalidado la alcaldía ante la que se estrellaron nacionalistas tan ilustres como Miquel Roca
“Le estoy tomando gusto a esto de ser alcalde”, dijo hace meses Xavier Trias en un mensaje inequívoco de que quería revalidar su mandato y de que sus eventuales delfines deberían esperar. Afable, educado y con gesto del abuelo perfecto, con gafas de pasta de color naranja para dar un toque de modernidad, Trias no ha logrado al final retener la alcaldía ni seducir a los barceloneses, que, tras el paréntesis del último mandato, han vuelto a brindar a la izquierda el Consistorio que la había gobernado durante 32 años. CiU ganó la joya de la corona en 2011 y este domingo acogió desolada la pérdida. Con un discurso impecable, Trias, sin el menor circunloquio y ambages, felicitó a Ada Colau y encajó la derrota con elegancia en un mensaje con eco de despedida.
Hijo de un industrial farmacéutico y nacido en 1946 en la Rambla de Catalunya, en una de las manzanas más selectas de Barcelona –la denominada quadrat d’or porque allí compitieron los arquitectos Gaudí, Puig i Cadafalch y Domànech i Muntaner por la belleza de sus edificios- Trias no ha revalidado la alcaldía en la que se estrellaron nacionalistas tan ilustres como Miquel Roca y deja con el paso cambiado al proceso soberanista que lidera Artur Mas. Médico cirujano, con la especialidad en pediatría, que completó su formación en Génova y Berna en las postrimerías del franquismo, Trias ha sido leal a Mas ignorando las críticas que le acusaban de comportarse como el banco de la Generalitat de la misma forma que ha sido fiel a CiU desde que Jordi Pujol le fichó en 1981. El expresidente le fichó entonces para impulsar el modelo sanitario catalán. Fue nombrado en 1992 consejero del ramo; en 1996 portavoz del Gobierno catalán; en 2000 la voz nacionalista en el Congreso y desde 2003 la de CiU en Barcelona.
Admirador de la obra de Pasqual Maragall y pese a que se define socialdemócrata, este hombre arquetipo del burgués de Barcelona vivió de gestionar las rentas del PSC –ha asumido la idea de celebrar los Juegos Olímpicos de Invierno- y de marcar su mandato con brochazos de liberalismo a favor de la empresa privada. Dio prioridad a mantener las cuentas saneadas que heredó e impulsó obras tan poco urgentes y poco sensibles con la galopante crisis social como la reforma de los paseos más lujosos de Barcelona como el de Gràcia, la Diagonal o transformar el encanto del coqueto Port Vell en un puerto para grandes yates de lujo. “O nos lo quedamos nosotros o se lo lleva Montecarlo”, sostiene tras privatizar, por ejemplo, la gestión de los aparcamientos públicos.
Casado con Puri Arraut, también doctora, padre de cuatro hijos y abuelo de nueve nietos, Trias tiene suficiente sentido del humor como para reírse de su incapacidad para pronunciar la “r” –la estira y dice eeeeere- e incorporó a su ADN el pacto. Revoloteó como una mariposa para gobernar firmando alianzas con el PP, PSC o ERC para sobrevivir en el alambre cuatro años. Esta vez no le alcanzará y al menos anoche asumió que lideraría una oposición constructiva. Amante de la bicicleta, del esquí y socio del Barça, tiene como buen convergente pata negra una casa en la idílica Viladrau, en el Montseny, y pasa los veranos en Menorca. Firme defensor ahora del proceso independentista,Trias casi nunca pierde la compostura. Quizá por eso sorprendió que en julio instara a Jordi Pujol a desaparecer de la faz de la tierra tras descubrirse su fraude fiscal y que el jueves acusara a Ada Colau de “enmerdarlo” todo. No fue gratuito que perdiera su talante de gentelmen porque quizá presintió sin equivocarse que eran los principales obstáculos que debía salvar para hacer lo que tanto le gustaba y ya no podrá: ser alcalde.
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