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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Otro consenso social

Constatado el éxito de la inmersión lingüística y la absoluta ausencia de conflicto en las aulas, es hora de aplicar flexibilidad

Jordi Gracia

Da mucha rabia que la imaginación política del PP no dé para más y tengan que regresar a un recurso de baja categoría para calentar la campaña electoral. La lengua ha vuelto a las pantallas como carnaza electoralista y presuntamente justiciera. Lo único bueno que puede sacarse de ahí es el pretexto para una reflexión desdramatizada pero también veraz sobre lo que la mayoría de la sociedad reclama a su sistema público de escolarización, es decir, competencia y agilidad parecida del catalán y el castellano, una equiparable familiaridad con ambas lenguas, y equivalente soltura en el uso oral y escrito de ambas. Ese consenso me parece poderoso, tanto, por cierto, como otro consenso incontestable que habla del éxito de la inmersión lingüística.

Pero son dos consensos que parecen moverse en niveles distintos. De uno ninguno duda, y se reafirma continuamente, pero del otro apenas oímos hablar, cuando no tiene nada que ver con la defensa de una u otra lengua sino con la mejor preparación posible, a coste cero, de los escolares que habrán de vivir en un mundo abierto, permeable y como mínimo bilingüe. Este otro consenso se carga sin querer de un tono desafiante o provocador o incordiante, precisamente porque el uso aberrante de sentencias, declaraciones, casos particulares y nimiedades magnificadas por ambos contendientes políticos impide tranquilizar los ánimos y reconocer lo evidente: las familias quieren que sus hijos no salgan de las escuelas como monolingües y ni siquiera como usuarios óptimos de una lengua y sólo chapuceros usuarios de la otra cuando podrían sin ninguna dificultad habilitarse como usuarios competentes de ambas.

Norma unánime yo creo que no existe porque Cataluña es muy diversa socialmente. La experiencia de la docencia muestra que unas zonas necesitan un entrenamiento más intenso en castellano y otras zonas necesitan un entrenamiento más intenso en catalán. Incluso en las mismas zonas, pero en barrios distintos, la pluralidad de situaciones exige decisiones no dictadas por lógicas de partido ni ideológicas sino civiles, formativas y educativas.

Ni vivimos en la heroica resistencia antifranquista ni es deseable que un sistema de escolarización pública descuide o desatienda el uso de una de las dos lenguas

Pero mientras los políticos en campaña, aquí y allí, sigan utilizando la lengua como un jubiloso pretexto para andar a la greña no sólo delatan su inconsistencia como servidores públicos sino su indiferencia frívola por el futuro de los muchachos. Ni vivimos en la heroica resistencia antifranquista ni es deseable que un sistema de escolarización pública descuide o desatienda el uso de una de las dos lenguas que van a constituir el entorno social y profesional de los escolares. No parece de veras alarmante, pues, que un tribunal catalán y otro estatal aspiren a un uso vehicular del castellano en la escuela algo mayor que el restringido a la enseñanza misma del castellano. Imagino que nadie sueña con una Cataluña monolingüe y que la mayoría aspiramos a no padecer tosquedades excesivas en ninguna de las dos lenguas.

El consenso que invocaba Mas, por tanto, es efectivamente muy alto, pero ese consenso no dice sólo que la inmersión lingüística es intocable. Lo que dice es, posiblemente, que dado su incontestatable e irreversible éxito, y dada la absoluta ausencia de conflicto lingüístico que merezca ese nombre (fuera de paranoicos e incendiarios de ambos lados), ha desaparecido del horizonte la amenaza de que el catalán se extinga por culpa de que la clase de física llegue pronunciada en castellano. Incluso esa perspectiva podría contribuir a moderar las angustiosas situaciones en las que el reparto de materias obliga a profesores a enseñar en una lengua en condiciones más inseguras o deficientes que si lo hiciesen en la lengua que mejor dominan. Es otra de aquellas evidencias flagrantes que hace saltar chispas pero es común en las aulas y, mucho peor, causa común de rechiflas sin cuento.

La flexibilidad o la coherencia en ese sentido parece mejor norma que la rigidez reglamentaria y puede que incluso lo agradezcan ellos, los escolares, cuando empiecen a buscarse la vida y lo hagan, gracias a fervientes nacionalistas españoles y catalanes, fuera de Cataluña y fuera de España, por ejemplo en la anchísima América, espabilando ellos solos, y un tanto escamados si el entorno en el que han crecido ha sido impermeable por razones sociales, familiares o ideológicas al uso natural e indistinto de las dos lenguas. De ese lujo gratuito no debería quedar fuera nadie, y menos todavía desestimarlo como lujo.

Jordi Gràcia es profesor y ensayista

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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