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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pequeñez, medianía y corrupción

Quizá decepcione constatar que, por ahora, no hay valencianos en la 'lista Falciani', pero nunca fuimos la Arcadia opulenta que quisieron vendernos

La divulgación de la lista Falciani ha sido una de las novedades mediáticas más destacadas de estos días, eso que la jerga periodística calificaría como scoop bien aliñado de morbo. Ahí es nada eso de ver con nombres y apellidos una muestra contundente -aunque tan solo sea la punta del iceberg- de esa descomunal ladronera fiscal que se escaquea en la sociedad española. Porque una cosa es intuirlo o sospecharlo y muy otra darte de bruces con este espectáculo que políticamente nos homologa con las repúblicas bananeras o las autocracias africanas, dejando en evidencia tanto nuestro sistema tributario como la eficiencia y voluntad de la Unión Europea para atajar el problema. Claro que a la vista de quienes gobiernan también puede colegirse que simplemente lo toleran y hasta lo amparan.

Como cabe suponer y en tanto que valencianos a la gente le ha interesa especialmente el cupo de coterráneos que aparece en dicho listado. Y resulta chocante que se sienta despagada cuando constata que en tal cupo no hay por ahora mención alguna de paisanos más o menos conocidos. Lo cual tiene su lógica. Este país nuestro no es ni ha sido nunca la Arcadia opulenta que quisieron vendernos algunos políticos ignaros, obnubilados por el despilfarro de los dineros públicos. Existe, eso sí, algún que otro Creso e incluso unos cuantos linajes afortunados, pero lo que aquí cunde y resulta obvio es la pequeña y mediana empresa, y más pequeña que mediana, como el moderado patrimonio y renta, la parcela agrícola o el mismo paisaje nunca es desmedido, como escribía un viejo y sabio periodista que glosaba el aurea mediocritas, la feliz mediocridad que cundía a la vera de este mar calmo, cultivando esta tierra feraz.

Pero ya no son ciertamente esos tiempos en los que la felicidad se colmaba con trenta mil duros i tartana, si bien a la vista de la puñetera crisis que nos agobia tampoco sería extraño que lo añorásemos. Ahora, y volviendo al asunto del fraude fiscal y a las riquezas sobrevenidas y mal paridas que se han dado por estos pagos, lo que procede es preguntarnos dónde están tales dineros procedentes de la corrupción política y qué correctivos se han aplicado. Esa prolija lista de ámbito autonómico, tan fácil de elaborar, sí estaría nutrida de conocidos y hasta de famosillos que viven y colean con las imputaciones y procesamientos a cuestas.

En realidad y que sepamos tan solo dos de ellos han acabado en el trullo, decimos del prepotente Carlos Fabra y Augusto César Tauroni, que con tan pomposo nombre igual es el emperador de su galería carcelaria. Poco correctivo para tan descomunal atraco. Y es que nuestro sistema judicial, en punto a ineficiencia, está en sintonía con la Agencia Tributaria. Ésta, al menos, nos suele amenizar con los chismes y delaciones de su titular, el ministro del ramo, Cristóbal Montoro. Aquí, como mucho, podemos consolarnos con el topo que filtra algunas interioridades domésticas de la Generalitat. Pequeñeces.

Y una adenda. Parte, solo parte de la componente nacionalfolclorista de Compromís se manifiesta partidaria de bous al carrer, si bien rechaza que tal festejo se subvencione con dinero público. Con el tiempo y algunas lecturas es posible que estos ciudadanos acaben comprendiendo que la izquierda es incompatible con toda clase de tortura, aunque tal actitud se traduzca en una pérdida de votos. Es el precio de la coherencia.

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