El último yacimiento inédito catalán
Localizan restos arqueológicos de 4.200 años de antigüedad en Begur, junto al parador de Aiguablava
Un equipo de arqueólogos y geólogos gerundenses han localizado un nuevo yacimiento arqueológico entre el cerro d’Aiguablava y Sa Punta d’es Mut, en Begur (Baix Empordà). Cientos de restos arqueológicos se encuentran dispersos en una gran extensión de terreno de unos 70.000 metros cuadrado íntegramente propiedad del Parador Nacional de Aiguablava. Esto explicaría el porqué no se ha construido en la zona y se han podido conservar los restos.
El hallazgo de una postal en la Biblioteca de Catalunya originó la investigación que ha permitido descubrir este asentamiento. La primera noticia sobre la existencia de restos arqueológicos en el Valle de Aiguablava la dio, de forma poco precisa, el abogado e historiador begurense Pella i Forgas (1883) en su libro Historia del Ampurdán. No obstante, fue el hallazgo por parte de uno de los arqueólogos de este equipo de una postal que el prehistoriador Lluís Pericot i Garcia (1899-1978) mandó a un maestro y discípulo de Begur, Lluis Esteva i Cruañas (1906-1994) informándole de que “els amics de Girona” habían encontrado cerámica hecha a mano y a torno, lo que motivó la investigación. El croquis que mandó Pericot en la postal y las indicaciones más precisas que hace en una segunda misiva, sugieren “una localización entorno al espacio que ocupa el Parador de Turismo”, inaugurado en febrero de 1966.
Las visitas efectuadas por el equipo de investigadores gerundenses, Francesc Aicart, Enriqueta Pons, Xavier Rocas y Carles Roqué, constataron la existencia de una serie de vestigios arqueológicos que documentan un uso humano de este emplazamiento en épocas diversas. Los restos cerámicos indican que el lugar ya era frecuentado durante el Calcolítico-Bronce inicial (2500-1800 aC), si bien la fase de actividad más importante se sitúa en el periodo de transición entre la Edad del Bronce y la del Hierro Antiguo (siglo VII aC). En ese momento es cuando todo apunta que hubo un asentamiento que ocuparía, al menos, la parte alta del cerro y su vertiente meridional. Por razones desconocidas se abandonó durante el siglo VI aC. No obstante, en épocas posteriores la cala continuó siendo un fondeadero de barcos de cabotaje. Durante la primera mitad del siglo XVIII la zona ocupada por el yacimiento fue transformada por cultivos de bancales de los que todavía se conservan algunas paredes de piedra.
Una postal hallada en la Biblioteca de Catalunya dio la pista para localizarlo
La configuración topográfica del lugar lo convierte en fácilmente defendible. Al sur y al este queda delimitado por acantilados verticales, al oeste el cerro es prácticamente insalvable por tierra, de manera que solo había acceso por el norte. Además, la parte meridional del cerro queda protegida del viento de tramontana, su pendiente suave y diversos rellanos naturales le convierten en un espacio apropiado para el establecimiento de un asentamiento humano. A su especial situación, debe sumársele las características que la Playa de Aiguablava ofrece como excelente puerto natural, a receso de temporales, a excepción de los de levante. Históricamente ha sido un fondeadero para las embarcaciones de cabotaje que se han refugiado en él a la espera de superar el cabo de Begur durante los temporales de tramontana. En estas aguas se han localizado cinco pecios, cuatro de ellos romanos.
Sobre la vertiente sur del cerro se han identificado varias estructuras de piedra seca, algunas de planta más o menos curvada, que se sitúan directamente sobre afloramientos de la roca natural y que coinciden con los lugares donde hay más restos arqueológicos. Por sus características, los arqueólogos piensan que “podrían corresponder a restos de zócalos de cabañas o de otras estructuras relacionadas con la actividad agrícola”. Tienen una altura máxima de 30 centímetros y conservan entre una y tres hilera de bloques. Su anchura varía entre los 80 y los 105 centímetros. Junto a estos muros y los restos arqueológicos se han localizado fragmentos de arcilla y paja que se han interpretado como restos de tapial, con la que construyeron las paredes de estas construcciones y un buen número de guijarros, provenientes de la cercana cala de Aiguablava, que se interpretan como parte de los pavimentos de los fondos de las cabañas.
La mayor parte de los restos se concentran sobre la cresta del cerro de Aiguablava y la vertiente inclinada hacia el sur. A pesar de ello existe una gran dispersión del material debido a los trabajos agrícolas y a la erosión natural. Esto permite localizar restos hasta los mismos acantilados. La presencia de restos en los dos extremos de Sa Punta d'es Mut, hace suponer a los expertos, “que parte del yacimiento muy probablemente fue afectada por la construcción del parador”.
El material más abundante localizado corresponde a fragmentos de cerámica a mano. Se han estudiado una cuarentena de ellos datados entre el 2.200 aC hasta el siglo VI aC. Se trata de fragmentos de ollas, de vasos de grandes dimensiones, de bandejas, etcétera, cuyas características mineralógicas hacen pensar en un área de producción local, posiblemente el mismo asentamiento. La cerámica a torno es menos frecuente, pero también está presente por todo el yacimiento. Se han estudiado e inventariado una treintena de fragmentos de ánforas o vasos, datados entre finales del siglo VII y la primera mitad del VI aC.
Durante las tareas de cartografía de los muros de piedra seca, se han localizado un total de 42 molinos de mano insertados en los muros. Algunos de estos guijarros, por sus características o composiciones, hacen pensar que proceden de las playas de Sa Tuna o Fonda de Begur, y podrían ser parte del utillaje de artes de pesca empleadas.
No se sabe por qué el asentamiento fue abandonado en el siglo VI aC.
La vertiente norte de la montaña de Aiguablava conserva numerosos muros de piedra seca que sostienen un sistema de bancales rectos y paralelos, restos de una intensa explotación agrícola claramente especializada en la viña. La carretera que lleva al parador rompe parte de estas estructuras. La viña fue la producción agrícola por excelencia del litoral de l’Empordà y en Begur en 1855 todavía representaba el 55% del cultivo. Más tarde diversas plagas destruyeron la mayoría de las cepas.
El equipo que ha estudiado el yacimiento, ha publicado un primer balance del mismo en la revista Estudis del Baix Empordà y se ha mostrado esperanzado en que futuras intervenciones arqueológicas esclarezcan las dimensiones, la cronología precisa y las razones que comportaron el abandono del asentamiento en el siglo VI aC.
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