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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Entre Pyongyang y Torrespaña

¿Cuántos reportajes de Informe Semanal se han acercado con alguna objetividad a la situación en Cataluña?

Cuando les lees o escuchas manifestarse sobre el tema, dirías que viven en Corea del Norte, bajo un régimen totalitario y opresivo, donde existen una televisión y una radio únicas, y un solo periódico, consagrados todos ellos a adoctrinar y lavar el cerebro de una pobre masa alienada desde el poder. Pero no, se refieren a Cataluña, donde pueden sintonizarse libremente decenas de cadenas de radio y televisión, la inmensa mayoría de ellas con un marco de referencias y unos contenidos reciamente españoles. A Cataluña, donde la mayor parte de los diez o doce diarios con edición local, y entre ellos los de mayor tirada, son abiertamente contrarios a la hipótesis de la independencia. El escándalo y la indignación, pues, se circunscriben al supuesto furor soberanista de TV-3, cadena que el pasado mes de octubre alcanzó una cuota de pantalla del 14 %.

Si, a la vista de este dato irrefutable, llegan a admitir que, bueno, que quizá no estemos exactamente en Pyongyang, enseguida acude en su auxilio el síndrome del contribuyente indignado: “Sea cual sea su audiencia, el sectarismo de TV-3 es intolerable, porque es una cadena pública que yo también sostengo con mis impuestos”.

Hablemos, pues, de impuestos y de televisiones públicas. Servidor, verbigracia, lleva contribuyendo a la financiación de Televisión Española desde que comencé mi vida laboral —y, por ende, fiscal— hará pronto cuatro décadas. Pero, a partir de la pérdida del monopolio con la aparición de ETB y TV-3 (1982-83), TVE consideró que reflejar la realidad política, social y cultural catalana ya no le competía, fue asfixiando su brillante Circuito Catalán, desertizó los estudios de Sant Cugat y se convirtió en una cadena cada vez más madrileñocéntrica y gubernamental.

A lo largo de los últimos dos años, ¿Cuántos debates y tertulias políticas ha emitido TVE donde el soberanismo catalán estuviese mínimamente representado? ¿Cuántos reportajes de Informe Semanal se han acercado con alguna objetividad a la situación en Cataluña? ¿Es preciso recordar que, el pasado 11 de septiembre, en el Telediario de las nueve de la noche, la noticia de la V dibujada en Barcelona por una gigantesca manifestación apareció... en el minuto 20 del informativo? Pues, pese a ello, cientos de miles de contribuyentes catalanes hemos seguido financiando el Ente Público. Porque no tenemos otra opción, claro, pero sin mayores aspavientos victimistas.

La pasada semana, el flamante presidente de RTVE, José Antonio Sánchez Domínguez —conspicuo aznarista, con un extenso currículo profesional en medios tan ponderados como Abc, la cadena Cope o Telemadrid— nombró nuevo jefe de los servicios informativos de la casa. El agraciado ha sido el periodista José Antonio Álvarez Gundín, hasta ese momento subdirector de Opinión del diario La Razón, una cabecera cuyo sesgo ideológico y cuya hostilidad fóbica a las reivindicaciones nacionalistas catalanas no necesitan ser glosados.

En los los últimos dos años, ¿cuántos debates y tertulias políticas ha emitido TVE donde el soberanismo catalán estuviese representado?
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Y bien, ¿se imaginan ustedes el escándalo, si alguien tan independentista como españolista es Álvarez Gundín hubiese sido puesto al frente de los informativos de TV-3? Cuando los directivos de Televisió de Catalunya pueden ser descritos despectivamente como “publicistas de CiU” —incluso los nombrados por el Tripartito—, ¿qué cabrá decir de los Urdaci, Sáenz de Buruaga, González Ferrari, Somoano, Sánchez Domínguez, etcétera? ¿Por qué todos esos celadores de la objetividad y la independencia informativas en TVC no han dicho nunca una palabra acerca de TVE, que también es “nuestra”, al menos en la medida que la seguimos pagando? ¿Tal vez porque es una estructura de Estado y sus directivos —con La Moncloa detrás— no se dejan intimidar?

Desde luego, los recortes de plantilla, las reducciones salariales y otras estrecheces no hacen reinar la euforia en las instalaciones de Sant Joan Despí, y hay malestar, y críticas contra la dirección. En cambio, Torrespaña es la Arcadia feliz: el otro día, sin ir más lejos, 1.500 profesionales de la casa hicieron público un documento en el que denuncian “manipulación” y “falta de pluralismo”... Pero, al parecer, esto no tiene ningún significado, ni proyecta sombra alguna sobre la programación de la cadena.

TV-3 no es perfecta. Sin embargo —resulta fatigante tener que repetirlo tantas veces— resiste muy dignamente la comparación con las demás cadenas públicas o privadas de nuestro entorno, máxime cuando hace 19 años que en Cataluña no hay mayorías absolutas. Esta misma semana, un dirigente del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT, 20.000 afiliados) explicó que ellos no han aparecido jamás en Canal Sur, porque perturbarían la imagen que de Andalucía quiere proyectar la Junta perpetuamente controlada por el PSOE.

En cambio, portavoces políticos y sociales del unionismo —estos últimos, sin que nadie cuestione su representatividad ni les pregunte cuántos afiliados tienen— aparecen de manera asidua en TV-3. ¿En posición minoritaria? Tanto como lo son sus tesis en el Parlamento catalán, democráticamente elegido.

Pero no nos confundamos de debate. En el fondo —recuerden, diez años atrás, aquella teoría de la costra nacionalista— lo que sulfura es que TV-3 intente ser la televisión nacional de una nación distinta de España.

 Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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