La osadía de Podemos
La formación política nace de la insuficiencia de las acomodadas democracias bipartidistas en la fase actual del capitalismo
Ciertamente, de la rabia a las urnas hay un buen trecho. De modo que hay que analizar con prudencia la escalada de Podemos en los sondeos que tanto pánico está generando tanto en las élites económicas como en los partidos hasta ahora hegemónicos. 2015 será un año de alta tensión en que los ciudadanos tendrán oportunidad de sancionar a los partidos políticos en una serie encadenada de elecciones municipales, autonómicas y generales que deberían marcar un punto de inflexión en la crisis social, institucional, territorial y moral que vive el país. El régimen bipartidista llega agotado a esta prueba. Por un lado, la falta de dirección política y de autoridad moral de un Gobierno atrapado por una estrategia de la dilación de los problemas que le ha conducido a la impotencia: todos los líos le están estallando en las manos a la vez. De otro lado, la incapacidad del PSOE de aparecer como una alternativa que de modo natural sustituya al averiado motor de la derecha, conforme a la lógica de la alternancia. La confianza en el PP está por los suelos, pero el valor del PSOE no aumenta como sería de esperar en función de la debacle del adversario. En esta situación, es natural que la ciudadanía busque en otra parte, y ahí está y estará Podemos, que en ocho meses a subido de la nada a las máximas expectativas. El principal enemigo de Podemos es el miedo, que es la estrategia que ya han puesto en marcha los partidos tradcionales.
Decía Pankaj Mishra que “se subestima demasiado el factor humillación en la historia humana”. En este momento hay muchos sectores de la ciudadanía que se sienten profundamente humillados. Por el desdén con que les tratan los gobernantes y por el carrusel de la arrogancia de gentes con poder y dinero que ni siquiera bajan la cabeza en sus visitas a los juzgados. Según la encuesta de Metroscopia, el 89% de los ciudadanos ve la situación económica como mala y muy mala. Cuando el Gobierno se empeña en decir que la recuperación está en marcha y que vamos bien, la gente, que no ha notado ninguna mejora en su vida cotidiana, solo puede vivirlo como un engaño, una burla o una humillación.
Podemos ha tenido una osadía: la de tratar de convertir las semillas sembradas por los movimientos sociales en organización política para participar en las elecciones y aspirar a cuotas de poder. Y ha generado el gran desconcierto. Desde que, a partir de finales de los ochenta, la derecha, en toda Europa, consolidó su hegemonía ideológica y la socialdemocracia perdió pie y se fue difuminando hasta convertirse en muleta de los conservadores, los movimientos de protesta habían quedado reducidos a fogonazos emocionales de indignación moral que, a veces daban lugar a masivas manifestaciones callejeras, pero que se agotaban en sí mismos. Era el escenario ideal del bipartidismo: fuera del espacio de lo reconocido, solo había momentos de ruido. Esta vez no: hay la voluntad de construir un proyecto político. Y ahí está Podemos en este interesantísimo ejercicio de dar representación política institucional a algo salido de los márgenes, que, para sorpresa de muchos, se está traduciendo no solo en expectativas de voto sino también en una disminución de la conflictividad social porque hay una posible vía de canalización representativa de la protesta. Una empresa nada fácil, que rompe con el puritanismo radical que rechaza la implicación con las instituciones para entrar en la disputa del poder y en el reformismo.
Podemos ha tenido la osadía de tratar de convertir las semillas sembradas por los movimientos sociales en organización política para participar en las elecciones y aspirar a cuotas de poder.
Podemos surge de la insuficiencia de las acomodadas democracias bipartidistas en la fase actual del capitalismo. Y es beneficiario de la crisis de la socialdemocracia. Durante los años del capitalismo industrial, esta hizo una función mediadora que permitía componer entre los intereses de unos y otros. Las nuevas élites, con el poder de chantaje que les ofrece la globalización, enmascaradas en este inefable dios todopoderoso llamado los mercados que tiene a los gobiernos permanentemente en vilo, no ven la necesidad de hacer concesiones ni de pactar con los demás sectores sociales. Y la socialdemocracia se ha encontrado de golpe sin otro papel que el de recambio de la derecha. Ha quedado así un vasto campo que alguien tenía que ocupar. El primero en probarlo está siendo Podemos. Querer penetrar en un sistema cerrado provoca la reacción defensiva unánime de este. Pero el problema no es Podemos, es el estado del sistema y la incapacidad de sus defensores para reformarlo. En esta reforma deberían emplearse y no en descalificar sistemáticamente a Podemos con el tópico recurso al populismo.
En tiempos de Felipe González, España era uno de los países europeos con menor diferencial de rentas, es decir, con mayores niveles de igualdad; ahora, es el segundo con mayor desigualdad y crecimiento de la pobreza. Si este es el saldo de estos últimos años, y el Congreso de los Diputados no ha tenido a bien hacer siquiera un debate sobre la pobreza, ¿dónde está el populismo, en los que nos quieren hacer creer que vamos por el buen camino, en los que nos dicen que la desigualdad es el precio para salir de la crisis o en los que hablan de hacer las cosas de otra manera?
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