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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Contra la irresponsabilidad del mal

Las cooperativas aportan el 83% de la economía social y se sitúan en las antípodas del negocio de la corrupción

La celebración este pasado fin de semana de la III Fira d'Economia Solidària de Catalunya (FESC), organizada por la XES (Xarxa d'Economia Solidària de Catalunya) en el recinto de la antigua Fabra y Coats, en el barrio de Sant Andreu de Barcelona, con casi 10.000 visitantes, es un buen motivo de optimismo. Lo es por el lugar, este antiguo conjunto industrial convertido en fábrica de creación, siempre lleno de vida y que se va transformando para alojar a asociaciones y para promover actividades sociales y de arte contemporáneo, teatro, música o danza, tanto en sus naves como en sus espacios libres.

Y lo es por los contenidos, dedicados al espacio emergente de las cooperativas, que en 2013 hicieron crecer la ocupación en Cataluña en 1.400 personas, hasta sumar un total de 40.000 empleos en todo el sector. Salvo excepciones, el trabajo que se crea en las cooperativas es digno, tiene carácter indefinido en un 80% de los casos, y más del 50% de los puestos están ocupados por mujeres. En 2013 el número de cooperativas de trabajo creció en un 8%. Aportan el 83% de la economía social y ya representan casi el 1% del total de empresas de Cataluña que, con el 22.5% del total de España, es la comunidad autónoma con más cooperativas.

La feria ha potenciado interrelaciones y ha mostrado este mundo de la economía social, en el que los protagonistas no son individuos y empresarios sino personas y colectivos: cooperativas de vivienda, de energía verde, agrarias y de alimentación, de turismo sostenible, de arquitectura, ingeniería y rehabilitación, de producción textil y reciclaje de ropa, de consumo y de servicios. Hay, además, banca y finanzas éticas, bancos de tiempo, grupos feministas, comercio justo, economatos, huertos comunitarios, talleres, editoriales y revistas alternativas, grupos de comunicación y educación, monedas sociales alternativas al euro, colectivos de parados y todo tipo de asociaciones, plataformas y redes de cooperación.

El trabajo que se crea en las cooperativas es digno, tiene carácter indefinido en un 80% de los casos, y más del 50% de los puestos están ocupados por mujeres

El reforzamiento de este tipo de economía local, basada en la autoorganización y la proximidad, no es una moda, sino que tiene una trayectoria y plantea una auténtica alternativa frente a un mundo dominado por los grandes operadores económicos, la banca y los sectores inmobiliarios y turísticos. Aunque son una parte muy pequeña de las empresas, su valor simbólico es más alto, porque significa que, entre fisuras y oportunidades, ha renacido y se ha consolidado una manera audaz, solidaria y responsable de trabajar, consumir y vivir, de relacionarse y cooperar, nada desdeñable si queremos imaginar otros mundos posibles y necesarios.

Un fenómeno que no es nuevo, sino que sigue nuestra tradición asociativa de ateneos y sindicatos, de cooperativas de producción, como las vinícolas que aún perviven, y de búsqueda de modos de vida comunitarios, pero que posee un carácter emergente en este contexto de cambio de ciclo caracterizado por el hartazgo social y la voluntad de las personas de ser artífices y responsables de su destino. De la misma manera que no es nueva la oleada de corrupción que estamos vivido en estos últimos años: en los partidos políticos en el poder, en los bancos y cajas de ahorros, en el sector inmobiliario, en instituciones civiles como equipos de fútbol o entidades culturales, en el lavado de dinero negro y en los movimiento financieros a través de los paraísos fiscales.

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Las justificaciones de los corruptos, presuntos o confesos, nos recuerdan a aquel famoso juicio en Jerusalén al oficial nazi Adolf Eichmann en 1961, al que asistió la filósofa Hanna Arendt y que le llevo a su teoría de “la banalidad del mal”. El “no lo sabía”, “nadie me avisó de que debía declarar a Hacienda”, “lo hacía por el bien de la nación” o “cumplía con mi deber”, dicho por expresidentes de comunidades autónomas y de bancos se parecen a los argumentos de Eichmann. Y lo que señaló Hanna Arendt, que el mal radicaba en la mediocridad del burócrata, en la incapacidad de pensar con un espíritu crítico y de tener valores humanos, sigue siendo válido y lo podríamos actualizar y sintetizar en “la irresponsabilidad del mal”.

Las cooperativas significan el 1% del total de empresas y los corruptos que dominan los negocios deben sumar un 1%, de la sociedad, aunque muevan un alto porcentaje de capital. Lo que más les diferencia es que las primeras, en la mayoría de los casos, se basan en la responsabilidad: ¿Cómo podemos ahorrar energía, reciclar, generar las condiciones para trabajos dignos, organizar modos de vida dialogando sobre cada uno de los procesos, responsabilizarnos del otro, del migrante, del que sufre desahucio y marginación?

Los que encabezan este capitalismo corrupto, por el contrario, son, entre otras cosas, unos irresponsables, que con su ingeniería financiera y su despilfarro ostentoso hacen que aumente la pobreza y la desigualdad, se agoten los recursos, se deteriore el entorno y se amenace a la cohesión social. Lo dicho: la irresponsabilidad del mal.

Josep Maria Montaner, arquitecto y catedrático de la ETSAB-UPC

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