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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuenta atrás

Algunos nunca pensamos que nos llevarían a movernos entre elucubraciones inverosímiles y enloquecidas

Faltan dos días para la gran V de victoria, votos, voluntad, que confirme (o desmienta) que Cataluña (un pueblo que en la realidad de sus ciudadanos es perfectamente plural) es más democrática que nadie. El mundo nos mira: y se asombra, dijo en este diario un articulista. Y aquí nos seguimos asombrando de lo que nosotros mismos somos capaces de dar de sí (no digo si mucho o poquísimo). Somos como niños, nos gusta jugar. Cuenta atrás: quién sabe si… Es el primer paso del gran partido: nadie en su sano juicio puede augurar el resultado. ¿El definitivo (¿otro señuelo?) el 9-N? Algunos dicen que o votamos o morimos. Todos queremos saber inútilmente: la especulación reina con la oscuridad y el engaño. Así juegan, los listos: desconfía, nadas esperes del otro. Ay.

Algunos nunca pensamos que las cosas discurrirían así y que nos llevarían a movernos entre especulaciones o elucubraciones inverosímiles y enloquecidas. Estas epopeyas grandiosas, plagadas de incertidumbre y del todos a una, el día de buenos contra malos eran cosa de novelas, de clásicos. Estamos en esas vísperas: comentaristas nacionalistas ortodoxos hablan de “días de vértigo” y todos caemos en el enredo del suspense como fin. Es la cuenta atrás. ¿Sabe alguien hacia dónde?

Un suspense artificial: porque estar contra la independencia es tan legítimo como estar a favor. En la vida real no hay solo independentistas y antiindependentistas, sino muchas otras formas de ser catalán. ¿Qué es ser catalán, francés o chino? El sociólogo Nathan Glazer, estudioso de la idiosincrasia estadounidense, se rió de mí cuando le pregunté en una entrevista (años noventa) qué es la identidad: “No hay una identidad, sino identidades: ¡todos tenemos varias a la vez, señorita! No es difícil de entender”.

Este relato de suspense folletinesco oculta toda otra realidad: parece que aquí no importa el paro, la corrupción, la desigualdad, los desequilibrios en sanidad, educación y oportunidades o que los jóvenes no puedan hacer proyectos y los gobiernos cumplan su obligación ¿Solo importa el monotema, la demostración del grado de catalanidad suprema (independentista) en hora y fecha fija? ¿Todo depende esa agenda?

Vivimos algo excepcional en nuestra experiencia: nunca nadie nos había unificado hasta lograr imponernos lo único que debe importarnos y llevarnos a prescindir de todo lo demás. Para los que logramos superar, con esfuerzo, el monolítico legado franquista es una situación inquietante. Hablo en el plano de la sensibilidad humana, al margen de la política (de una política delirante, unidimensional). Nadie escucha a nadie (en Europa, en España y en Cataluña). Son días de grandes lecciones y de un aprendizaje acelerado que empieza, como dijo otro lúcido articulista de este diario, por el sueño de la autodeterminación y continúa por el descubrimiento de la predeterminación real. Una cadena de episodios que marcan las conciencias.

Esta lección inolvidable tiene, curiosamente, mucho de viejuno y anticuado, pero no poco de ultra posmoderno. Una revista francesa explicaba el experimento que lleva a cabo una marca alemana de coches: se introducen en un robot los datos cruzados (sanitarios, internet, etcétera) de un individuo y entonces este y un grupo robots con los datos de otros tantos individuos se enfrentan a un spot televisivo y se observa atentamente su reacción. Supuestamente, la reacción de los robots equivale a la que sería la reacción del individuo que representa y se traduce en aceptación o rechazo del anuncio en cuestión. Según esta reacción se programa el anuncio en el medio adecuado. Todo el proceso tarda milésimas de segundos y permite programar con éxito el anuncio hacia el individuo que reaccionará positivamente. No es el futuro, esto existe.

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Un cómic norteamericano, titulado Human stock Exchange (Dargaud, 2014), describe un mundo (hoy real) en el que el individuo es un valor en la bolsa humana y, claro está, un ser totalmente privatizado propiedad de sus inversores (Le Monde Diplomatique, agosto, 2014). No nos escandalicemos, esto sucede ya con las estrellas de deportes como el fútbol. La compra y venta (a terceros) de seres humanos resulta hoy tan natural como lo que las generaciones que crecimos durante la guerra fría llamábamos peyorativamente lavado de cerebro.

Hoy día cualquier anuncio (cuanto más breve mejor) se apodera de la parte más íntima de nuestro ser y predetermina las conductas más maleables y convenientes para el mercado. La autodeterminación, como la felicidad, es siempre un gancho inexcusable en este tipo de hechos que nos rodean cada día. Ahí pesca también la política: las conciencias humanas son un objetivo (goal) claro y venerado. Siempre ha sido así.

La historia se repite, no es la primera vez que el flautista de Hamelin sale a la calle. Lo nuevo es que hoy parece como si aquí todos estuviéramos convocados, no a mirar el espectáculo sino, quizás, a jugarnos la vida y la inteligencia. La cuenta atrás es parte del plan.

Margarita Rivière es periodista.

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