El ‘pujolismo’ y el futuro son cosas diferentes
Cuanta más experiencia política acumule la sociedad catalana en esta etapa, más sana será la Cataluña del futuro
El caso Pujol es un estridente fin de ciclo. En cierta manera, con este escándalo se ha cerrado definitivamente la Transición, de la cual el pujolismo fue parte constituyente. En efecto, la Transición estableció un sistema que, sin quererlo sus fundadores, propicia la gran marea de corrupción que hoy ensucia (casi) todos los partidos que han tocado poder. Aquellos señores que tenían que poner las bases del sistema se dieron cuenta de dos cosas. Una, que los partidos que estaban obligados a estabilizar el sistema, superando lo que entonces se llamaba “contradicciones sociales y nacionales”, estaban poco implantados en la sociedad pero tenían que comerse en poco tiempo a sus competidores por la derecha y por la izquierda. Y dos, que prácticamente todas las instituciones que se estaban regulando con la Constitución estaban todavía integradas por franquistas y que lo único sanamente democrático que había eran, precisamente, esos partidos. La solución a los dos problemas era fortalecerlos más allá de lo prudente.
En cierta manera, con el 'caso Pujol' se ha cerrado definitivamente la Transición, de la cual el 'pujolismo' fue parte constituyente
Así nació la partitocracia española, basada en un bipartidismo intratable y en unos partidos verticales con excesivo papel sobre los otros poderes del Estado. La idea era ir suavizando estas características pero, como todo, el cambio está en la mano de quien se beneficia del statu quo. Peor aún, esto, más la generosidad cafetera, creó una estructuras de poder similares al antiguo caciquismo, basadas principalmente en las siempre opacas Diputaciones, y, en las autonomías convencionales, en unas burguesías provincianas atentas a los proyectos dictados desde Madrid pero aplicándolos con toda grandilocuencia. Aquí tenemos el ejemplo Gürtel. Casos aparte son las nacionalidades históricas, en las que cabe incluir Andalucía y su profunda red de corrupción gestada desde la Junta que, sin embargo, no parece desestabilizar tanto como se pretende que haga temblar el flagrante caso Pujol.
Vamos, pues, a Cataluña. No es necesario glosar la obra de reconstrucción nacional hecha desde la Generalitat, con el contrapunto interesantísimo de la renovación municipal comandada por la izquierda. Las dos construcciones fueron indispensables, las dos han hecho el país que tenemos, y las dos han sido proyectos potentísimos que muestran signos de degradación. La suma de las dos construcciones constituye el catalanismo convencional, el que buscaba aprovechar el espacio que España concede con reticencias. ¿Por qué el caso Pujol ha hecho temblar las estructuras emocionales de buena parte de la sociedad catalana, mucho más de lo que la han conmovido los casos de corrupción municipal socialista? Por la dimensión simbólica. Pujol había conseguido ligar su persona a la panoplia de virtudes que, según su alcance, marcaban la manera catalana de estar en el mundo.
El 'pujolismo' se desarrolló dentro de este esquema de "los partidos controlan a los partidos" que impone el sistema español
Esto es, obviamente, falso. Esa “manera” está en la tradición del catalanismo, conservador o progresista, que tiene una vocación clara de convivencia, modernidad, identidad y progreso. Que el mito Pujol se haya desplomado es bueno: ni la sacralidad ni la credulidad son inteligentes en política. Política es horizonte y gestión. El pujolismo se desarrolló, con su horizonte mesurado, dentro de este esquema de “los partidos controlan a los partidos” que impone el sistema español. El exabrupto del 3% pronunciado por Pasqual Maragall no fue casual. Me dijo una vez un político socialista: todos hacemos malas prácticas y la regla es mirar a otra parte sabiendo que, si te cazan, nos tiramos todos a la yugular del cazado. Y es exactamente así como ha funcionado el oasis.
La gran pregunta es si todo esto tiene influencia en el proceso de soberanía. La respuesta es que no. No tendría sentido. La conciencia de independencia es desligarse del pujolismo y sus pactos siempre a la baja, y buscar un horizonte sin limitaciones. Sin miedos. Y sin mitos. Es bueno saber ahora que el “amor a la patria” es compatible con la evasión fiscal, porque la vigilancia de la corrupción, para ser eficaz, debe estar en manos de los ciudadanos. Eso significa, para empezar, unas leyes radicales de transparencia y un funcionamiento ágil de la justicia que es difícil que el sistema español sepa estructurar desde dentro. Por eso, cuanta más experiencia política acumule la sociedad catalana en esta etapa, más sana será la Cataluña del futuro. Cuando hablamos de “empoderamiento” estamos diciendo conciencia civil e instrumentos de control. El fin del pujolismo ha sido un máster acelerado, al margen de las dimensiones exactas del caso, que se verán en los tribunales y, espero, se dirimirán en el Parlamento.
Jordi Pujol Soley era, en el proceso independentista, un figurante con frase. Ni impulsó el proceso ni lo ha liderado nunca, porque el pujolismo representaba la actitud contraria a la pulsión soberanista. Que haya acabado en decepción colectiva es lástima, pero las cosas son como son. Lo firma una persona que no ha sido nunca pujolista, pero que sentía por el viejo presidente un respeto que ahora se ha evaporado.
Patricia Gabancho es escritora.
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