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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El relato Pujol

La voluntad de empezar de nuevo resulta coherente con la necesidad de limpiar las instituciones

Joan Subirats

Han sido décadas de convivencia con una narración épica en la que se hablaba de la íntima relación entre la trayectoria de una persona y la reconstrucción de una identidad nacional catalana sojuzgada por el franquismo y el españolismo recalcitrante. El personaje, que desafió a la dictadura en el Palau de la Música y que asumió con dignidad la cárcel, construyó hace 40 años un partido en torno a su persona y a sus ideales. Si Convergència quería ser el “pal de paller” de Cataluña, Jordi Pujol era ese punto nodal en el que todo empezaba. Tenía negocios, asumía riesgos en inversiones, construía una banca que luego no cuajó, pero todo se explicaba, no por un afán especulativo o de medrar, sino por un único objetivo: “fer país”. Y así, poco a poco se fue confundiendo persona, familia, partido y país. Lo cierto es que Pujol supo, en la transición, conectar mejor que otros con la voluntad mayoritaria de mirar hacia adelante, sin buscar responsabilidades en el pasado. En sus muchos años en el gobierno encontramos tanto indudables logros como también un sinfín de tics personalistas y de vaivenes políticos que siempre tenían a Cataluña como justificación. Pragmatismo, visión europea, capacidad de convertir cada anécdota en categoría, un nivel de información directa y envidiable sobre lo que acontecía en cada rincón, le permitieron a él y a su partido gobernar placidamente a lo largo de muchos años, repartiéndose las estructuras de poder con los socialistas. Unos en la Generalitat y en la ruralidad, los otros en Barcelona y en las grandes ciudades metropolitanas, azuzándose, pero sin hacerse daño. Mientras, los grandes partidos españoles se disputaban su apoyo y le ponían precio cuando necesitaban sus votos. De las componendas en Madrid saben mucho Roca y Duran.

Si Convergència quería ser el “pal de paller” de Cataluña, Jordi Pujol era ese punto nodal en el que todo empezaba

Los últimos años de su presidencia fueron ya sintomáticos de lo que ha ido aconteciendo. Sus trucos y sus chascarrillos ya solo entretenían a los más devotos. Quiso encontrar en Mas lo que no había encontrado en otros. Alguien de confianza, crecido en su regazo, que entendiera y que respetara y honrara su legado y sus deudos. A cambio, aceptaba cambiar de escenario y corregirse a si mismo, enfilando el difícil “congost” del soberanismo independentista. El día 25 de julio todo se rompió en pedazos. Todo lo que era consistente y tenía sentido, dejaba de tenerlo. No es que lo bueno que haya podido hacer Pujol para el país y sus gentes, ya no lo sea. Sino que quién lo ha encarnado nos mintió. No era quién decía ser. Los catalanes, ya mosqueados con Millet, ven de golpe que Pujol es uno más de los que, sin relato, también nos han estado engañando y que en esto no somos diferentes. Mucha patria, pero muchos dividendos. De golpe aparece otro personaje. Otro relato. El anciano de Queralbs que quiere proteger a una familia que no controlaba y que no encontró la ocasión en 34 años de regularizar una herencia de la que ni su hermana conocía la existencia. Dispuesto a expiar sus culpas. Su partido, su heredero, su relato, tratan de pervivir utilizando cortafuegos variopintos. Pero el daño es terrible. ¿Cómo separar CDC de Pujol, o Mas de Pujol, si hasta hace unos días él y su familia seguían estando ahí? ¿Si no se explican los unos sin los otros?.

¿Y ahora? Es cierto que la movilización social en torno al derecho a decidir no tiene porqué quedar colapsada por el caso Pujol. Veremos como reacciona la ANC, una organización muy bien pertrechada y enraizada socialmente, pero que ha de decidir cómo plantear sus relaciones con el poder. La voluntad de empezar de nuevo resulta coherente con la necesidad de limpiar de podredumbre unas instituciones que precisamente quieren refundarse de abajo a arriba. Pero lo que me parece indudable es que la falsedad del relato Pujol, afecta la verosimilitud del relato soberanista, sobre todo porqué quién lo personaliza no es solo la ANC, sino también Mas y el gobierno de CiU. ¿Puede estar el anciano en Queralbs poniéndose a disposición de la justicia y del Parlament sin que nada ocurra? ¿Qué hará ERC en otoño con los presupuestos y su apoyo si van desgranándose y conociéndose más eslabones de la cadena de corruptelas y chanchullos que presuntamente han cometido los hijos de Pujol y el entorno de poder que los facilitaba, y no precisamente hace 34 años?. ¿Con que legitimidad se encara el 9N? No creo que lleguemos muy lejos con este gobierno, ni que la vida de Convergència vaya a ser un camino de rosas refundacional. Visto lo visto, ¿nos extraña aún que la gente dirija sus miradas y canalice su indignación hacia alternativas que ponen en primer lugar su compromiso ético y su voluntad de radicalidad democrática? El relato Pujol y su deplorable final es un ejemplo más del declive de una forma obsoleta y vergonzosa de entender y practicar la política.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política e investigador del IGOP de la UAB.

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