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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fondo y forma de un debate

J. Ernesto Ayala-Dip

Fondo: Mariano Rajoy sigue teniendo la pelota en su tejado. Pero, lamentablemente, él sigue creyendo que la tiene Artur Mas. No sabe el presidente del Gobierno el privilegio que supone tener esa pelota, ser el encargado de dar el primer paso para desatascar el proceso catalán. Puede que él no lo sepa. Pero, ¿y sus asesores, sus ministros más allegados, no lo saben? Aquí lo tenemos crudo, porque el PP se ha convertido en un bloque monolítico entre la derecha y la ultraderecha (luego habría la derecha de la ultraderecha, representada por Aznar, Mayor Oreja y Aguirre), sin contar con la inmensa cantidad de agradecidos que no saben destilar otra cosa que parabienes y adulaciones mil al jefe. Pero volvamos al privilegio antes citado. Rajoy es un hombre afortunado, mejor dicho, lo seria si tuviera la suficiente inteligencia política para entrar de lleno en la mayor crisis de política interna que tiene ahora mismo planteada España.

Esta reflexión sobre la posición privilegiada de Rajoy me vino a la cabeza el día que afirmó tajantemente que llegaría a Barcelona con un plan para Cataluña. ¿Y si fuera cierto? Luego faltaría saber en qué consistiría ese plan. Se podría estar o no de acuerdo con él. Pero uno tendría la sensación de que algo se estaría moviendo, que las posiciones, todavía distantes, indicarían un empeño por empezar a abordar poco a poco pero con convincente decisión la crucial cuestión de la estructura del estado que abre la causa independentista. El día D llegó y nada se supo de ningún plan, salvo el si no quieres caldo toma dos tazas. El presidente de Gobierno se trajo consigo a sus lugartenientes más conspicuos, intentando dar la imagen que más les ponen: la confraternización de la caspa ideológica, una caspa sin fisuras, amedrentadora eso sí, todos a una jaleando los pronunciamientos del líder en materia tan sagrada como la unidad indivisible de España.

Para rematar el chasco (yo me lo di, porque hubiera jurado que Rajoy hablaba en serio), el presidente se trajo a su ministro de Hacienda para que a las dos tazas se le sumaran la tercera del agrio caldo fiscal. No habrá balanzas fiscales, pero sí en su lugar una hábil operación de birlibirloque llamada ‘balanzas regionalizadas’ (inversión por ciudadano en vez de inversión por territorio).

Rajoy dijo tener un plan para Cataluña pero llegó y nada se supo de ningún plan salvo ‘si no quieres caldo, toma dos tazas’

Sepa el lector que esto de las balanzas fiscales no es un invento de las hordas independentistas ni nacionalistas, que en 2008 se hicieron pública las de 2005, y en la introducción de dichas balanzas se decía: “El objetivo de la publicación de las balanzas el cumplimiento de un mandato parlamentario y el posterior compromiso expresado por el presidente del Gobierno en su debate de investidura el pasado 8 de marzo de 2008”. En resumen: Rajoy perdió una inmejorable oportunidad para demostrar que es un hombre de Estado. (Al hilo de esta reflexión, arriesgo una teoría: solo con que Rajoy se hubiera reunido con Mas, con el mismo talante y firmeza de criterio con que lo hizo Felipe González en el cara a cara que pudimos ver este domingo en el programa de Jordi Évole en la Sexta entre expresidente y el jefe del gabinete catalán, solo con una reunión del mismo contenido y, sobre todo, del mismo tono de respeto mutuo, ahora estaríamos muy probablemente en un nivel más optimista en el áspero contencioso que nos rodea. Deduje de este cara a cara con González que Mas estaría dispuesto en ceder en exigencias a cambio de una propuesta seria y creíble de plan alternativo a la consulta).

Pocos días más tarde, el PP desempolvó una convención que está en sus estatutos pero a la que nadie en sus filas echaba de menos, salvo su presidente. El mismo estribillo de siempre, el consabido y machacón paquete de noes. Aderezado con el renovado pero no por ello menos falaz mantra del fin de la crisis. Y, sobre todo, un manto de vergonzante silencio sobre la profunda y extensa mancha de corrupción que salpica (o imputa) a figuras prominentes del PP y a distintas administraciones en la que gobiernan.

Forma: quisiera ahora referirme a una cuestión que no por abstracta es menos molesta. Me refiero al tono de algunos articulistas a la hora de intentar rebatir todos los pros y los contras que el debate territorial ha traído consigo. Un tono de mirar por encima del hombro, cuando no un sarcasmo innecesario. Otros, junto a ese tono perdonavidas, agregan ocurrencias (del tipo: cuando Cataluña sea independiente comenzará a exigirse la independencia de no recuerdo qué esquina de Barcelona) que cuestan interpretarlas como un fructífero ejercicio de especulación constructiva.

Los hay también apocalípticos. No voy a nombrar a nadie, porque supongo que todos alguna vez incurrimos en los mismos defectos. Remito al lector a dos artículos que leí este último mes en este diario en su edición nacional, pródigo, lamento decirlo, en las piezas al principio de este párrafo caracterizadas. Son artículos que apuestan por la solución federalista. “Un espacio de diálogo y pacto”, de Francisco Longo y “El referéndum desde el punto de vista español”, de Santiago Petschen. Son dos ejemplos de serenidad reflexiva, empatía y generoso esfuerzo por encontrar soluciones.

J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.

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