Derribar el muro
Nadie puede creerse que una Comunidad, como la Valenciana, única en Europa, haya caído tan bajo
Bien, aceptemos que ya muy poco puede hacerse para neutralizar los efectos negativos de ese aquelarre de chanchullos, sobrecostes, corruptelas varias, nefasta gestión de los asuntos públicos, financieros sin escrúpulos, y desvergüenzas sin fin, cometidos por aquellos que, precisamente, tenían que dar ejemplo de todo lo contrario. A no ser, claro está, la exigencia de responsabilidades de los principales actores del desaguisado, lo que, hoy por hoy, y a la vista del panorama, resulta muy poco probable. En realidad, no sería muy arriesgado suponer que, de no mediar el brutal impacto que la crisis económica ha tenido sobre la población en general, y particularmente entre los sectores más débiles, el nivel de conciencia crítica de una buena parte de los ciudadanos, ahora tan espantados por el deterioro institucional y la baja calidad de nuestra democracia, estaría, como siempre, muy por debajo de los niveles de alerta. Como lo ha estado durante lustros en esta Comunidad, convertida, por mor de nuestros megalómanos gobernantes, en el paradigma de sociedad enferma, despilfarradora, y autista, que es hoy, para nuestra desgracia.
¿O es que nadie sabía entonces, antes de estallar la burbuja, que las cajas de ahorro llegaron a tener hasta un 70% de su cartera de créditos en el sector inmobiliario, contraviniendo la obligada prudencia bancaria; o que las leyes de urbanismo abrían el camino a la especulación y a la corrupción; o que los Tribunales y Sindicaturas de Cuentas no controlaban casi nada, o lo hacían ex post; o que los interventores no hacían bien su trabajo; o que el sistema fiscal es el más injusto de Europa, con diferencia; o que la justicia estaba politizada hasta niveles insoportables; o que el Senado es una institución redundante, como las Diputaciones; o que las comisiones de investigación parlamentaria son una broma; o que la ley electoral es manifiestamente mejorable; o que los partidos políticos se financiaban ilegalmente, y además son poco democráticos, como manda la Constitución…? No me lo creo. Lo que ocurre es que, en medio de la abundancia, el oído ciudadano se suele mostrar muy selectivo, y acaba por escuchar únicamente lo que conviene a su estabilidad económica particular. A lo sumo, se permite almacenar en un archivo del disco duro de su cerebro todo aquello que resulte perturbador para sus intereses inmediatos.
Dicho lo cual, todo ello lo daría por bueno, si, al menos, hubiéramos aprendido de nuestros propios errores, y tuviéramos un firme propósito de enmienda, empezando por los responsables políticos y los partidos que los sustentan. Nadie puede creerse, excepto, al parecer, nosotros mismos, que una Comunidad, como la Valenciana, situada a orillas del Mediterráneo, con un clima envidiable, y una tradición agrícola, turística, industrial y artística, única en Europa, haya caído tan bajo. Derribemos, pues, el muro de las lamentaciones, situemos los problemas sobre la mesa, y pongámonos todos a trabajar. Pero, por favor, esta vez, en la dirección correcta… Si fueran tan amables.
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