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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sintomatología política

Rajoy quiere dar una respuesta autoritaria a las mareas de protesta, pero eso solo logrará agravar la crisis del sistema

Josep Ramoneda

Una oleada de movilizaciones ciudadanas, con los sindicatos en posición discreta, han salida a la calle en diversas ciudades de España para protestar por las políticas de austeridad. El malestar crece, la irritación también. Hay que leer la sintomatología política: las señales que la ciudadanía emite para llamar la atención sobre graves problemas enquistados que los poderes instalados se niegan a reconocer y para subrayar el alejamiento entre política y ciudadanía. Si el proceso independentista en Cataluña es un síntoma, como otras veces en la historia, de que el régimen político español está en crisis y los principales actores —PP y PSOE— no quieren darse por enterados, la expresión callejera de un malestar difuso pero intenso es indicativa de la crisis del sistema de representación. José María Maravall lo decía en este mismo periódico: “Hoy nadie se fía de nadie. Así no puede haber ni solidaridad ni responsabilidad”.

Los movimientos surgidos del 15-M fueron los primeros en poner altavoz a la crisis del régimen: “No nos representan”. Y las encuestas confirman, un día sí y otro también, que esta percepción es socialmente muy extendida. Sabemos que de un tiempo a esta parte la condición de chivo expiatorio de los males de la sociedad va incorporada a la función política. Pero la crisis —que ha dinamitado todas las promesas, primero del PSOE y después del PP— y la corrupción, que los partidos siguen sin tomarse en serio, han sido determinantes para la ruptura del vínculo representativo.

Los nuevos instrumentos de comunicación social abren poderosas, aunque inciertas, expectativas en muchas direcciones

Los nuevos instrumentos de comunicación social abren poderosas, aunque inciertas, expectativas en muchas direcciones. Por un lado, pueden ser una arma más para el control social, pero, por otro, son un instrumento para hacer visibles los abusos de poder, para impedir la utopía de la invisibilidad de la conflictividad social y para crear —a través de las redes sociales— comunidades activas. No olvidemos nunca que los derechos son individuales, pero siempre se han conquistado colectivamente.

El caso de la corrupción es muy peculiar porque la ciudadanía ha demostrado con ella tanta irritación como tolerancia. Un peligroso síntoma de naturalización del fenómeno que nos acercaría a países como los latinoamericanos en que se da por supuesto que se va a la política para forrarse. La pasada semana se supo que el juez Ruz tiene acreditado que el PP tenía una caja b. O sea que el partido del Gobierno que persigue el fraude fiscal se financiaba con dinero negro. ¿Quedará políticamente impune este hecho? Sin presión ciudadana difícilmente cambiarán las cosas.

La respuesta del Gobierno español a la crisis de representación y a la subida de la marea de la protesta consiste en la puesta en marcha de un proceso legislativo para tapar la boca a los que protestan y, de paso, complacer a la derecha más reaccionaria. Orden, desigualdad, autoritarismo, el PP asume las posiciones de su sector más radical, en una deriva que agrava la crisis de la democracia representativa. No se puede humillar a los ciudadanos si se quiere que se sientan representados por las instituciones.

La crisis de representación está hundiendo en las encuestas a los principales partidos, pero ni PP ni PSOE, ni CiU ni PSC parecen darse por aludidos. Siguen en sus cuitas, pendientes de los equilibrios internos y de la conservación de cuotas de poder, y con poca sensibilidad a las señales que vienen de fuera.

A diferencia de otros países en que la fronda toma tintes de populismo conservador, aquí se expresa en direcciones muy diversas, siempre con dificultades a la hora de la transformación política. De hecho, la única marea que ha ido tomando cuerpo como proyecto político ha sido la de la independencia de Cataluña. Las nuevas formas de participación se están configurando todavía y la renovación de los instrumentos para la expresión y la presión política (lo que el Gobierno de Rajoy quiere impedir) es un proceso que requiere mucha experimentación.

Pero, por responsabilidad, hay que exigir a los Gobiernos que lean estos síntomas y que no se empecinen en defender un statu quo que amenaza ruina. Hay políticos, como Rajoy, que, en expresión de Soledad Gallego-Díaz, “han renunciado a persuadir”. Es una manera de dar la espalda a la política democrática. Si no se recupera la política (propuesta, diálogo y persuasión), la marea puede llevarse muchas cosas por delante. Y no forzosamente para bien. Todo dependerá de la capacidad democrática de resistir tanto al inmovilismo y al autoritarismo como a los pescadores en río revuelto, los populistas portadores de propuestas de imposible cumplimiento. Hay que respetar las mareas, entender las señales que emiten, atender a los movimientos sociales, y reformar a fondo. Ni la independencia ni la irritación social son un capricho o una calentura como algunos pretenden. Son síntomas del estado de un régimen que amenaza ruina.

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