Soberanías
Es más acertado enfocar la situación como una negociación sobre el reparto de soberanías que sobre la independencia
Como era de esperar, la Via catalana fue un éxito en todos los aspectos: organización, logística, participación, civismo y repercusión exterior. Muchos son los que preguntan: ¿Y ahora qué? Y muchos los que están respondiendo acertadamente: ahora es la hora de la política. El balón está ya, espero que definitivamente, en este campo y los equipos son dos gobiernos y dos parlamentos. Es a ellos a quienes dirijo estas reflexiones que intentan añadir al empuje popular la representatividad democrática, más diálogo y más rigor. Si los gobiernos no son capaces de hacerlo, el choque será inevitable y sus consecuencias imprevisibles.
Hay un diagnóstico coincidente: la Via supuso un enorme clamor por la independencia. Es acertado decirlo así, porque se convocó “para la Independencia”. De todos modos yo pienso que a veces las palabras rotundas desfiguran lo que hay detrás y hay que ser valiente para analizar a fondo este detrás. Soy de los que creen que una mayoría de catalanes ha dicho “basta” y desea cambiar su relación con el Estado, y soy de los que apoya este deseo. Pero sigo pensando que el concepto “independentismo” puede llegar a ser un obstáculo (interno y externo) al progreso de este proceso.
He sido siempre reticente al término “independentismo” porque creo que es un concepto del siglo pasado, ligado a un tipo de estado que en Europa ha desaparecido, y a una liquidación violenta de pueblos colonizados. Enfocar el proceso como la creación de un estado independiente creo que no responde exactamente a lo que se pretende. Los estados europeos cada vez son menos independientes y dejan de serlo aceleradamente. Por otra parte no partimos de una situación que se pueda describir como colonial. Por ello pienso que es mucho más acertado enfocar los objetivos y las negociaciones como una negociación sobre reparto de soberanías, teniendo en cuanta que ésta tiene múltiples facetas y grados.
Me explico. ¿Deseamos soberanía sobre el control de nuestras fronteras? ¿Deseamos soberanía para emitir moneda y controlar su valor? ¿Deseamos soberanía para controlar nuestro sistema financiero? ¿Deseamos soberanía para tener un ejército propio? España ya no tiene las tres primeras, y no sé si sirve de mucho la cuarta (en todo caso yo no quiero un ejército catalán). Realmente, yo no necesito ninguna de estas cuatro. Me parece que lo que debemos pretender lograr son tres dimensiones de la soberanía: soberanía fiscal (capacidad de decidir los impuestos, de recaudarlos y de fijar su utilización); soberanía lingüística y cultural (tenemos una lengua y una cultura propias que hemos de potenciar y defender, si hace falta); y soberanía política (reconocimiento como nación para poder decidir nosotros sobre nuestro futuro). La primera no es muy distinta a lo que se ha llamado “pacto fiscal/ concierto”, y la tercera coincide con lo que se conoce por el “derecho a decidir”.
El concepto de soberanía cada vez va más ligado al de soberanías compartidas, sea a través de fórmulas federales o bien otras (Europa es un gran ejemplo de ello)
Esta manera de acercarnos al problema tiene dos ventajas. La primera es que para afrontar un problema complejo, es de gran ayuda analizarlo, dividirlo en partes, y resolverlas en paralelo, o una tras otra. La segunda es que el concepto de soberanía cada vez va más ligado al de soberanías compartidas, sea a través de fórmulas federales o bien otras (Europa es un gran ejemplo de ello). Lo primero ayuda mucho a hacer comprensibles los objetivos concretos a los ciudadanos que deben apoyarlos, y a no recurrir a palabras épicas (unidad, libertad, dignidad…) Lo segundo, facilita mucho la negociación ya que permite dejar de lado los blancos/negros o los todo/nada que conducen al enfrentamiento total y a la fractura, ya que hay muchas fórmulas de compartir soberanías.
El Gobierno español ha de salir de una vez del enroque actual y entender que no es suficiente abrir una pequeña puerta para discutir “dinero, pero nada más”. Ha de aceptar que después de lo que ha pasado en este año, perdido por su culpa, hay que discutir soberanías. Y el gobierno catalán ha de dejar la épica que le contagian los más entusiastas y plantear problemas concretos de soberanía. Ha de eliminar las grandes palabras que generan reacciones épicas y que posiblemente intranquilizan a aquellos catalanes que quieren una nueva situación pero no desean enfrentamientos bruscos con personas e instituciones que no dejan de sentir también como suyas.
Joan Majó, ingeniero y exministro.
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