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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El tramo oficial

Sería la sexta ocasión en la que Cataluña es un fenómeno periodístico planetario

Independródomo de plaza Sant Jaume. Parroquia variopinta. Familias ara-sí-que-sí, ara-què-fem. Señores solos en eterna tarde de fútbol. Señoras solas, pre o post-tietes. Adolescentes con mamá, o con, guau, lo contrario a mamá. Mucha gente envuelta en bandera. Un compendio variado y difícil de interpretar. Desde hace varios días ha empezado una batalla interpretativa sobre el sentido del acto. Esta mañana, Mas ha culminado la polémica comunicando al mundo su interpretación. La cadena será una forma de presión en sus conversaciones con Rajoy —secretas, incluso en el tema: ¿son por una consulta? ¿por un pacto fiscal?—, propiciadas por Duran, un señor que se confunde con el Régimen’78 —es un diputado tan dilatado en el tiempo que vio a los leones del Congreso alimentarse con wiskas-cachorros—. El planteamiento oficial es que la cadena es una muestra cósmica de delegación social en un Gobierno del Sur/de ética creativa. Me temo que esa será la interpretación mañana. O, al menos, el Govern tiene un grupo comunicativo que puede modular opiniones con cierta efectividad —la semana pasada, glups, cambió el fastuoso viaje a Itaca por un charter a lo que sea, en un plis-plas—. Metáfora: un señor entra en Sant Jaume con un bafle a toda castaña, que retransmite un bucle informativo de Catalunya Ràdio de cuando el juez explicó lo de Ferrovial y CDC. La gente se aparta. Un grupo de abuelitos le increpan, hasta enmudecer el bafle con gritos patrióticos. Otra metáfora: cuando se produce la cadena —personas invitadas por la ANC al tramo—, por megafonía oficial suena la interpretación del asunto, vía radio de confianza.

La misma radio pública emite discursos patrióticos, vía bafles, en el Parlament. Donde se produce otra metáfora. La cadena sigue unida hasta llegar al espacio físico del Parlament, donde los representantes ya no están por el tema. Tal vez es la metáfora de un Parlament que, en una cultura de conversaciones secretas, está para la foto.

Megafonía informa del éxito de la cadena. Sería, pues, la sexta ocasión en la que Cataluña es un fenómeno periodístico planetario. Lo fue en 1714, cuando Voltaire intuyó lo que el pueblo de Barcelona había hecho —superar el marco que fijaron sus élites y formular algo parecido a la democracia—; en 1896 y 1907, cuando la prensa europea explica una represión atroz a una población que demandaba derechos; en 1936, cuando se produce una revolución social; y en 1977, cuando la mani gigantesca demandando derechos nacionales, amnistía y libertad. Es decir, derechos. Esta es la primera ocasión, en todo este trayecto, en el que un gobierno fija la interpretación del asunto. A ver qué dicen fuera. Dentro, ya tal.

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