Cuando Madrid era en blanco y negro
Un libro recoge 50 años de instantáneas de Gabriel Carvajal
Los chicos del magnesio eran unos jóvenes que, en tiempos pretéritos, acompañaban a los fotógrafos allí donde estos fueran. Su labor consistía en prender los polvos de magnesio que provocaban el fogonazo que iluminaba la escena en los días en los que los actuales flashes aún no estaban inventados. Es una de tantas profesiones que han desaparecido arrolladas por el imparable avance del desarrollo tecnológico; pero algunos de aquellos chicos llegaron a ser fotógrafos profesionales.
Gabriel Carvajal (Madrid, 1932) es uno de ellos. Sus inicios, a la prematura edad de 12 años, no fueron vocacionales: se trataba de aportar algo a la precaria economía de una familia de posguerra, residente en Lavapiés y con un cabeza de familia panadero, culto y de izquierdas, que era víctima de la represión franquista. Carvajal se hizo fotógrafo bajo la tutela de Santos Yubero, responsable de fotografía del extinto diario Ya, donde Carvajal ejerció durante toda su carrera. Aunque en aquellas épocas Santos Yubero firmaba todas las fotografías que se publicaban, como si tuviera el don de la ubicuidad, muchas eran tomadas por otros fotógrafos, como el que nos ocupa, que permanecían anónimos. A la restauración de la verdadera autoría de muchas de estas fotos la llama Carvajal su “restauración profesional”. Con algunas de ellas ha compuesto el libro, de reciente aparición, Madrid, Crónica de un cambio (Temporae / Ediciones La Librería), un viaje en imágenes de la capital desde los años cincuenta hasta 1989, fecha de jubilación del fotógrafo.
Es un título bien elegido: el Madrid de las fotos más antiguas se ve casi aldeano y muy vetusto, como si la realidad por entonces fuese en blanco y negro, tal y como se ve en las fotos. Monjas, cigarreras y lavanderas en las calles, carros tirados por borricos, en una España poco desarrollada que ahora nos resulta ajena. Incluso llegando a los años setenta parece que estamos viendo las calles tristes y rancias de un país mal imaginado, como por ejemplo en la imagen de una calle de un Lavapiés decadente y ruinoso (ya en 1976) con ancianas de luto ocupando sillas en las aceras. “Aunque nací en Lavapiés, ya no lo frecuento mucho”, admite Carvajal. “Me dicen que hay mucha inmigración, cosa de la que no estoy en contra: el universo es para todos y cada uno puede vivir donde quiera”.
“En lo que sí ha cambiado mucho Madrid es en la tranquilidad. No siempre está bien que haya paz, porque puede ser la paz de los cementerios, cuando nadie puede decir nada, pero noto mucha más inseguridad”, opina el fotógrafo. Luego, según se retrata en sus fotografías, asistimos a la metamorfosis de un país que se democratiza, se abre y se moderniza. Carvajal fotografía entonces espectáculos taurinos y futbolísticos, pero también atentados (“eran casi diarios”), manifestaciones o eventos políticos (donde, a estas alturas, sorprende ver a políticos como Adolfo Suárez o Felipe González bien agarrados a sus cigarrillos allá donde van). “Lo bueno del periodismo gráfico”, explica Carvajal, “es que, mientras que los redactores se ocupan de un tema en particular, nosotros tenemos que hacer de todo, lo que lo hace una profesión muy enriquecedora y variada”.
Carvajal ganó el Premio Nacional de Periodismo Gráfico en 1982, premio que le entregó el propio González, por una colección de fotos tomadas ese año que en buena parte protagoniza junto con Alfonso Guerra, Blas Piñar o la Reina Sofía, y que se incluyen al final del libro. Mucho han cambiado las cosas en todos los aspectos, en la realidad, que ahora es en color, y en la fotografía, que ahora es digital: “Yo estoy a favor de los avances tecnológicos y no creo que haya que tener nostalgia de los tiempos del carrete y el revelado”, concluye. “Las imágenes que consiguen ahora los fotoperiodistas actuales son espectaculares”.
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