Una sociedad transparente
Las tecnologías de la comunicación ofrecen la ventaja de la transparencia y, al mismo tiempo, mayor riesgo de intromisión
Estos días estamos reclamando una ley de transparencia y, al mismo tiempo, nos sorprendemos de los espionajes por Internet en los EE UU. Estamos ante una paradoja de nuestra organización política y económica. Por una parte, con mucha razón, exigimos transparencia. Y por la otra, también comprensiblemente, queremos protección para nuestra intimidad. Analicemos un poco porqué hemos llegado a este punto y cuáles son las previsibles consecuencias.
» 1. Tecnología. A lo largo de la historia han cambiado mucho las cosas en la transmisión de la información. En la transmisión verbal, antes de la escritura, la información pasaba de un cerebro a otro, pero no quedaba almacenada en ningún elemento externo a la persona; no dejaba rastro. En la transmisión escrita existía un almacén material externo al cerebro (tablilla, papiro, pergamino, libro…), que permitía que otras muchas personas que no coincidieran ni en el momento ni en el lugar, también la pudieran encontrar y leer; quedaba rastro permanente de difusión relativa. La sociedad electrónica de hace 50 años permitía la masificación, ya que la gente tenía acceso a información sonora o visual (radio, televisión), pero solo como receptores, ya que la “emisión” quedaba reservada a unas pocas emisoras o canales. En la sociedad digital, toda persona conectada a Internet puede recibir, crear y enviar información a quien quiera, o simplemente “colgarla en la red”, donde además queda almacenada en forma de bits, en ordenadores, teléfonos, servidores, discos… Queda rastro permanente y el acceso es fácil o difícil, legal o pirata, pero siempre técnicamente posible. Todos estos avances tecnológicos han creado una sociedad conectada y permiten pensar en una sociedad transparente, que sin duda necesita nuevas reglas. Sin ellos no hablaríamos de transparencia, ni nos preocuparíamos por sus excesos. La tecnología permite; el derecho regula.
Una persona que tenga acceso permitido, puede remitir o llevarse en el bolsillo una memoria con cantidad ingente de datos, que en otro tiempo hubiera ocupado docenas o centenares de tomos en papel
» 2. Contenido y continente. Todavía es mayor la facilidad de conocer los aspectos formales de las comunicaciones; es decir, quién ha hecho una llamada o quién ha enviado un mensaje a quién, a qué hora y desde dónde. Estos datos quedan también permanentemente registrados y su conocimiento puede ser a veces suficiente o tan importante como el contenido. Son normalmente mucho más accesibles ya que se pueden usar a efectos de facturación o de confección de perfiles de los usuarios, y están mucho menos protegidos. Asimismo, una persona que tenga acceso permitido, puede remitir o llevarse en el bolsillo una memoria con cantidad ingente de datos, que en otro tiempo hubiera ocupado docenas o centenares de tomos en papel.
» 3. Transparencia. Por todo ello, y debido a las dificultades de conseguir una seguridad completa, se puede hablar de una sociedad transparente, en la que es muy difícil que ocurra algo que pueda quedar permanentemente oculto, y en la que esta transparencia se puede extender para alcanzar, no solo círculos restringidos, sino muy amplios. No hay duda de que esto tiene muchas ventajas y supone algunos inconvenientes. La más importante de las primeras es que el riesgo de la creciente difusión puede ser un gran elemento de disuasión para comportamientos poco éticos o delictivos. En política o economía, el temor a que algo se sepa puede ayudar a reforzar los límites que impone la propia ética individual y disminuir la frecuencia de escándalos.
» 4. Comportamientos públicos y privados. Es evidente que el gran inconveniente de esta sociedad está en la dificultad de proteger la privacidad. El equilibrio entre intimidad y transparencia es uno de nuestros problemas inmediatos. Creo que debería conseguirse distinguiendo tres tipos de comportamientos: públicos (actuaciones en el ámbito político), a los que hay que exigir transparencia; privados sin repercusiones públicas (la vida privada de todos los ciudadanos), que debe mantenerse protegida, y privados con repercusión pública (actuaciones en el ámbito de las empresas públicas o cotizadas, cumplimiento de obligaciones fiscales, actuaciones de personas que son referentes), en donde la transparencia no tiene porqué ser automática pero tampoco puede ser impedida. En este último caso debería quedar muy claro que se puede generar escándalo sin necesidad de cometer delito; basta con cometer engaños o abusos.
Joan Majó es ingeniero y ex ministro.
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