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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En tierra de nadie

Vivimos insertos entre el nacionalismo centralista separador y el nacionalismo catalán secesionista

Disculpen la autocita: uno lleva décadas diciendo que no es ni nacionalista catalán ni nacionalista español y se sitúa reiteradamente en tierra de nadie pero eso sigue sin entenderse. Que un déjà vu cobre actualidad constata el inmovilismo pedestre (por mi parte, sí, pero también de ciertas 'circunstancias'). La veteranía ayuda a contemplar estas cosas con ironía. En 1996 publiqué El problema Barcelona/Madrid Madrid/Barcelona. En la página 18 del libro, un epígrafe se titulaba En tierra de nadie y situaba al lector en la óptica del autor. Confesaba allí mi simpatía por los apátridas: “Son mi modelo”. Ganas de provocar. “Ser apátrida de forma voluntaria conlleva la obligación de llevarse bien con todos, en cualquier situación, en cualquier momento, con depresión (crisis) o sin ella”. (…) “Al apátrida le compensa ver el mundo como su casa porque eso es lo que quiere”. Muy de aquella época.

¿Quién se atreve hoy a ver este inhóspito mundo como su casa? ¿Solo aquellos ingenuos que, como yo misma, creen en la capacidad innata de los individuos para colaborar y aprender unos de otros? A lo largo de estos 17 años he aprendido que gentes a las que respeto como Richard Sennet, Edgar Morin, la bióloga Lynn Margoulis con su teoría de la simbiogénesis y otros muchos apoyaban lo mismo. Incluso Paul Krugmann asegura que el mundo está lleno de mayorías colaboradoras y sólo una minoría vive para crear problemas. Esta ha sido también mi experiencia.

Sigo pensando que las diferencias son fascinantes y lo común reconforta: “El drama —escribí— sería que todo fuera igual, homogéneo o que el caos de las diferencias no permitiera la comunicación. Sería una condena, el aislamiento”. Lo cual venía a cuento sobre la España negra que aflora cuando se confunde (hoy todavía) lo común con “la unidad de destino en lo universal de José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco. Desde esta perspectiva cualquier diferencia resulta un drama. Y así se monta la tragedia de España”, tristeza y resentimiento. “Restos que perduran del franquismo y de la intolerancia histórica”.

La homogeneidad forzada frente a la diversidad y la pluralidad social. Así seguimos, insertos en el blanco y negro del nacionalismo centralista separador o del nacionalismo catalán hoy secesionista. Ambos se autoalimentan y niegan la enorme tierra de nadie en la que tantos estamos. Me quejaba en 1996 de que “los catalanes que hemos resultado ser 'poco catalanes' —un sambenito político utilizado para crearnos mala conciencia y llevarnos a la unidireccional 'catalanidad' nacionalista (hoy dicen que nos paga el CNI)— llegábamos a Madrid y se nos veía como catalanes tout court."

Entonces como ahora los catalanes y los españoles somos plurales, incluidos nacionalistas duros de aquí y allí

En tierra de nadie éramos y somos catalanes. Entonces como ahora los catalanes y los españoles somos plurales, incluidos nacionalistas duros de aquí y allí, minorías que sólo buscan el conflicto. En el Madrid del poder hay unas 400 personas que causan grandes problemas. Minorías tóxicas existen en todas partes y nunca reconocen sus equivocaciones: son excluyentes tribus de zombies en bicicleta, siempre al borde del abismo político al que caen si dejan de pedalear.

Mi generación ha pasado así la vida y sabe que la intolerancia se da a derecha e izquierda: los nacionalismos unívocos no necesitan ideología pero la ejercen. Tan tóxico es el rencor como la negación de la realidad. No me gusta la España sin libertades y con ultra desigualdades que configura Rajoy ni la austeridad intolerante que impone —con Merkel y Mas— porque hace sufrir a los ciudadanos, entre otros, a los catalanes.

En tierra de nadie se ama la tierra donde se nace: se disfruta con su diversidad, su bienestar. Por eso no me gusta que se planee una Cataluña unívoca y utópica basada en una fábula endogámica. La grandeza de un país son sus gentes, su capacidad de conectar y tener amigos para colaborar, crecer juntos. ¿Es mucho pedir? Algunos hemos pasado la vida defendiendo algo tan simple. El extremo contrario, como le oí a Santiago Carrillo, es el señor Aznar proponiéndose ¿como presidente de la República? Aquí no faltan candidatos a liderar broncas. ¿Todo menos pactar? En tierra de nadie se fraguan las soluciones. Hay que leer (ser independiente).

Margarita Rivière es periodista.

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