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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Es el PP un monopartito?

El PP de la Comunidad Valenciana nunca tuvo una sola cabeza sino tres, como el perro guardián de la puerta del inframundo griego

Miquel Alberola

Uno de los dos principales argumentos del PP valenciano para ponerse en valor electoral ante su eventual derrumbe es que la alternativa tendrá morfología de tripartito. El otro, como este, también se fundamenta en el miedo: el fantasma catalán. ¿Qué le ha ocurrido al PP para que, tras 19 años al frente de las principales instituciones políticas de la Comunidad Valenciana, lo más positivo que pueda ofrecer es asustar al electorado? La respuesta puede que esté en la literatura judicial que ha suministrado su modo de gestionar el dinero público y en el uso perverso que haya podido hacer de las instituciones. Sin olvidar el desmantelamiento de la red pública sanitaria y educativa, en parte como consecuencia de lo anterior y por el desfavorable sistema de financiación (que de haber sido mejor, a tenor del manga por hombro vigente, quizá habría aumentado nuestra deuda y empeorado aún más nuestra situación). Todo eso ha sepultado para los propios populares las consecuciones que pudiera haber logrado el partido durante todo este tiempo en el poder.

Sin duda, su extenuado argumentario refleja el estado de ánimo con el que el PP afronta la recta final de la legislatura. No reconoce ninguna capacidad propia y fía su suerte al hipotético defecto de formato que pudiera adoptar la oposición para superar su ineficiencia electoral. Es cierto que la experiencia del tripartito en Cataluña no fue uno de los períodos más brillantes de la Generalitat vecina, pero, visto lo visto, ¿lo han sido las mayorías simples o absolutas del PP, y su inagotable espectro de casos de corrupción, para la Generalitat valenciana? Es más: ¿es el PP valenciano un monopartito? Es cierto que en el último minuto de las casi dos décadas en los que ha sido hegemónico, y coincidiendo con el desguace judicial de la cúpula orgánica, el PP valenciano (si no se tiene en cuenta el grupo de los imputados) pudiera parecer uno. Pero es gelatina por consolidar en el transitorio episodio que ahora vive el partido.

El PP de la Comunidad Valenciana nunca tuvo una sola cabeza sino tres, como el perro guardián de la puerta del inframundo griego, en el que no entraba nadie que no llevara la moneda debajo de la lengua. Nunca fue un trípode para afianzar una organización sobre diversas posiciones, sino tres cabezas con sus respectivas bocas y las funciones que les son propias (criterio, nutrición y depredación). La estructura provincial ha sido el patrón natural de este armazón orgánico de expresión triple tras una figurada uniforme fachada. Siempre decidió sus asuntos a tres bandas y el reparto (no exento de extorsión orgánica) hizo posible ese equilibrio, se tratara de inversiones, presupuestos o representatividades. Carlos Fabra se negoció lo suyo, primero con Eduardo Zaplana (como este hizo antes con Rita Barberá y los suyos) y luego con Francisco Camps. Y otro tanto hizo José Joaquín Ripoll como heraldo de Zaplana.

Debajo de esa fingida cohesión, los conflictos derivados de los intereses particulares han generado frecuentes turbulencias entre el Palau de la Generalitat y las Diputaciones de Castellón y Alicante. Tanto como los pudiera ocasionar un combinado coyuntural con ingredientes tan heterogéneos como PSPV, Compromís y Esquerra Unida. Por no hablar de los efectos de coctelería a los que se sometería el PP, que ya lleva lo suyo, de necesitar la bisagra de UPyD para volver a abrir la puerta del Palau.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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