“¿Acaso nosotros no pagamos impuestos?”
El tren de media distancia entre Madrid y Ávila es uno de los 48 que van a desaparecer
Podría ser un problema de cuadernillo de matemáticas. Si un tren sale de Madrid con destino a Ávila y en cada estación se bajan x pasajeros y suben 0, ¿cuántos quedarán al final del trayecto? La respuesta aproximada, aunque no se hayan aportado cifras en el enunciado, es bastante evidente: muy pocos. Este planteamiento es, sin embargo, la realidad de muchos recorridos de media distancia de Renfe y la excusa de Fomento para deshacerse de medio centenar de líneas. La que une la capital con la provincia castellanoleonesa es una de ellas, y la preocupación por su desaparición ya se deja notar a medida que el tren pasa por las estaciones de Zarzalejo, Robledo de Chavela, Santa María de la Alameda, El Pimpollar, Las Navas del Marqués, Navalperal y Herradón-La Cañada.
Para el usuario ocasional, una ruta que serpentea durante horas por poblaciones diminutas recogiendo pasajeros para acabar uniendo dos puntos que se podrían recorrer en la mitad de tiempo o incluso menos puede resultar ineficiente, un anacronismo. Pero rutas como la que une Madrid con Ávila son imprescindibles para vecinos de localidades alejadas de los grandes núcleos urbanos que precisan de un medio de transporte que cubra un trayecto que de otra manera quedaría desierto. “Van a dejar morir a los pueblos. Toda la vida pasando la Renfe y ahora, ¿qué? ¿Acaso nosotros no pagamos impuestos?”, se queja indignada Emilia, que emplea tres horas diarias para desplazarse entre Navalperal y Madrid, donde trabaja como asistenta. Lleva haciendo el mismo recorrido 13 años. “Salgo de casa a las siete de la mañana y vuelvo a las cinco y media de la tarde”.
Tan comprensible es que sin este servicio habrá –pocos– viajeros que perderán un medio esencial de desplazamiento como que un tren con compartimentos en los que todos los asientos menos uno van desocupados nunca puede ser rentable. Y ese es el panorama que resulta cuando se apean del vagón dos de las tres personas que han llegado hasta Herradón–La Cañada.
La carretera de montaña es muy mala y desde noviembre a marzo se cubre de nieve. En esos meses es una trampa
“En el pueblo no hay trabajo”, explica poco antes Emilia. Hace unos años podía llegar a Recoletos, donde trabaja, sin cambiar de vehículo desde que subía al tren en su estación. “Ahora tengo que hacer dos transbordos”. Si se suprime este servicio no sabe cómo irá a trabajar. “Si tuviera que coger todos los días el tren que sale de Chamartín a las siete y media llegaría a casa a las 10 de la noche”. Por eso ya ha empezado a movilizarse para salvar el trayecto. “Hemos recogido firmas en La Cañada, Navas del Marqués y Navalperal”.
“Dicen que van a poner un autobús, pero eso sí que no va a ser viable. Ya hay uno que va por la autopista, y si pasase por aquí tendría que ir por carretera de montaña, que es muy mala y desde noviembre a marzo se cubre de nieve. En esos meses es una trampa”, interviene Araceli mientras saca de su cartera un abono de transporte por el que paga 172,90 euros al mes. Pilar es mucho más directa y también se siente más involucrada –es ferroviaria–. “Necesitamos el tren para comer. Si nos lo quitan no nos dejan ir a ganarnos el pan”.
Pero lo que les preocupa no es únicamente que se suspenda el trayecto Madrid-Ávila. “Trabajamos en Madrid y no vamos a dejar de ir. No vamos a dejar de dar de comer a nuestros hijos”, argumenta Emilia. Denuncian una condena al olvido y a la obsolescencia para un medio de transporte que forma parte de su modo de vida. “El centro de atención primaria está en el pueblo de al lado y los vecinos son gente mayor que no tiene coche. La costumbre es moverse en el tren. Para ir al especialista o a la compra hay que ir a Ávila; los niños van a Ávila a estudiar. Si quitan los trenes de viajeros estos pueblos se mueren y la poca gente joven que queda se irá”.
Las tres mujeres se apean en Navalperal y animan a echar un vistazo afuera. Junto a ellas se baja otra decena de personas. No está mal para una localidad que supera por poco los mil habitantes. Cuando el vagón queda prácticamente vacío, José Luis, que ha venido al pueblo a comprar unas semillas, matiza. “Para ver cómo funciona esto hay que coger el tren más días, porque hoy hay poca gente, pero los viernes va lleno”.
Al llegar a Ávila salen los pocos que quedan; una veintena escasa. Un minuto después el andén vuelve a quedar desierto excepto por tres chicas que revisan aburridas sus teléfonos móviles junto a sus maletas mientras esperan al próximo tren.
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