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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Socialismo y nacionalismo

La resolución de las tensiones entre el PSC y el PSOE requiere clarificar el proyecto socialista de España

Enric Company

Choques entre el PSOE y el PSC como el registrado el 26 de febrero en la votación en las Cortes de una moción sobre una consulta a la ciudadanía en Cataluña acerca de su pertenencia al Estado español son a menudo presentadas ante la opinión pública española como una fastidiosa consecuencia de la existencia del nacionalismo catalán. Y en parte es obvio que es así. Pero es solo una parte de la ecuación. Si el nacionalismo catalán no existiera, no habría problemas entre el PSOE y el PSC. Claro. Tan claro como que tampoco los habría si no existiera el nacionalismo españolista.

En Europa y fuera de ella, todos los partidos socialistas son nacionales y, en consecuencia, son inevitablemente nacionalistas en alguna medida. Le ocurre al PS francés y a la socialdemocracia alemana. Y al socialismo portugués igual que al PSOE y al PSC. Esa es la realidad. Sin embargo, el socialismo es un movimiento que nació internacionalista y ha de serlo siempre si quiere mantener una elemental coherencia con sus postulados.

La dialéctica entre ser a la vez nacional e internacionalista ha dado lugar a enconados debates en el movimiento socialista en los dos siglos pasados y ha sido también de difícil gestión en estados plurinacionales como el español, donde las tensiones más o menos graves entre nacionalidades colocan en no pocas ocasiones a los socialistas de una u otra nación en posiciones enfrentadas.

Una de las particularidades de la política española radica en que el nacionalismo dominante en ella, que es transversal a sus grandes partidos, se niega a reconocerse a sí mismo explícitamente como tal y aspira a reducir la realidad plurinacional a la categoría de variedades regionales. Le empuja a ello la elemental obviedad de que reconocerla equivaldría a admitir el fracaso en la construcción de su idea de nación española, que hasta ahora ha comprendido siempre entre otras cosas una uniformización bajo parámetros culturales castellanos y el dominio exclusivo de los aparatos centrales del Estado.

El discurso nacional español de los grandes partidos es un mero eco del nacionalismo anterior, con el aderezo de la aceptación de la democracia por la derecha

El contenido ideológico del nacionalismo españolista está fuertemente marcado por décadas de hegemonía del nacionalcatolicismo franquista y el falangismo. Su renovación es, probablemente, una de las tareas pendientes más importantes a llevar a cabo por las generaciones socializadas en él. No abordarla conduce a situaciones tan penosas como la actual, en las que personalidades políticas que expresan estos contenidos, a veces sin darse cuenta, se dedican a denostar al nacionalismo catalán como si solo este fuera la encarnación del mal. Pero hace ya mucho tiempo que el anticatalanismo apareció como uno de los contenidos de la ideología de masas del nacionalismo españolista, y quienes recurren a este argumento lo que muestran es, en realidad, una matriz ideológica de la que, por lo menos en algunos casos, deberían avergonzarse.

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Hubo hace unos años un intento de renovar los contenidos del nacionalismo españolista cuando el PP se fijó en el patriotismo constitucional que se predicaba en Alemania como fruto, precisamente, de la necesidad de llenar el vacío dejado por la vampirización del nacionalismo alemán por el nazismo. Aquel intento del PP quedó en nada. Desde entonces, el discurso nacional español de los grandes partidos es un mero eco del nacionalismo anterior, con el aderezo de la aceptación de la democracia por la derecha y la invocación del federalismo por parte del PSOE, que también reduce la plurinacionalidad a simple variedad regional..

La primera condición para superar las tensiones nacionalistas en España es el reconocimiento de la realidad, es llamar a las cosas por su nombre. No sorprende que el actual presidente del Gobierno y líder del PP, que se niega a reconocer incluso que su tesorero ha sido su tesorero durante décadas, no se le ocurra otra idea ante el conflicto nacionalista que le ha estallado con Cataluña que tratarlo por vía judicial. Lo que, en su caso, equivale a negar la realidad. Los socialistas, en cambio, deberían arriesgarse a ir al fondo de la cuestión y plantearse qué proyectos de nación sirven y qué modelos de estado plurinacional son viables. No hacerlo implica asumir la hegemonía de un nacionalismo con contenido político-ideológico infumable tanto para el PSOE como para el PSC. Es de agradecer, por tanto, que Alfredo Pérez Rubalcaba y Pere Navarro mantuvieran sus posiciones el 26 de febrero. Porque en ambos casos supone asumir la realidad.

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