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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El ministro chivato

Montoro hace acusaciones genéricas sin aportar pruebas

Una vez más el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, ha hecho acusaciones genéricas sin aportar prueba alguna, utilizando información reservada de su departamento y con el único fin de zaherir y atacar a sus adversarios.

Lo hizo hace meses cuando trató de descalificar a los periódicos que criticaban su amnistía fiscal dejando caer que alguno de ellos no paga correctamente sus impuestos. Lo volvió a hacer cuando los actores criticaron la política del Gobierno, diciendo de nuevo que algunos tampoco pagan. Y ha vuelto a utilizar el mismo procedimiento para desembarazarse de los críticas de otros parlamentarios de izquierdas, a quienes también ha acusado veladamente de no cumplir sus obligaciones con Hacienda. En ningún caso dio datos ni probó lo que decía. Arrojó una piedra claramente ofensiva y escondió la mano.

Nos hemos acostumbrado a que los políticos puedan hacer este tipo de cosas con impunidad, a oírles acusar sin motivo, a mentir y a decir hoy una cosa y mañana lo contrario sin que tengan que dar explicación alguna por nada de ello. Montoro puede salir a la calle de la mano de Rajoy o Esperanza Aguirre para denunciar subidas del IVA o decir que subir impuestos en recesión es una barbaridad, y hacer justo todo lo contrario cuando lo hacen ministro sin que le cambie ni un milímetro la expresión de su cara. Y no estoy haciendo una figura literaria: con tal de atacar al PSOE cuando era ministro con Aznar, Montoro llegó a decir que “el concepto de burbuja inmobiliaria es una especulación de la oposición” (2 de octubre de 2003). Cuando era él quien no gobernaba criticaba al Gobierno diciéndole que “el problema económico de España no se soluciona con el abaratamiento del despido” (junio de 2010), que “más impuestos comportan menos crecimiento y empleo” (noviembre de 2011), o que lo que había que hacer es bajarlos “para ganar recaudación y no al revés” (29 de agosto de 2011). Pero formando parte del gobierno de Rajoy abarata el despido y sube impuestos diciendo que así ayuda a que la economía crezca, a crear empleo y a que aumente la recaudación. Y se queda tan pancho, como cuando despacha con un par de falsedades la relación de Bárcenas con su partido.

El comportamiento del ministro de Hacienda es la prueba evidente de que en la política española hay personas para los que vale todo porque solo buscan sacar provecho de lo que hacen en cada momento. Pero si en las relaciones personales y sociales condenamos a quien acusa sin pruebas o a quien no demuestra las ofensas que comete, ¿por qué hemos de admitirlo cuando se trata, para colmo, de nuestros representantes? ¿Dónde está escrito que los ciudadanos de a pie tengamos que consentir que alguien lance acusaciones como las de Montoro sin que se le pidan luego explicaciones por lo que ha dicho?

Sé que algunos argumentan que para eso están las elecciones, y que cada cuatro años podemos censurar al político que ha mentido no votándolo, pero no creo que ese medio sea suficiente. Los políticos que actúan como Montoro no lo hacen aisladamente sino que forman la costra que en los partidos cubre las mentiras y la irresponsabilidad de unos con las del otro. Y así ganan poder y una influencia que va mucho más allá de esos aparatos, pues conlleva dádivas y favores mutuos con empresas y grupos de comunicación que terminan creando una auténtica cultura de la impunidad.

No creo, pues, que baste con esa simple sanción electoral. Me parece que sería necesario también que en la vida pública existan mecanismos efectivos de rendición de cuentas a los que debiera someterse cualquier autoridad, representante o gestor público, con independencia de lo que electoralmente ocurra con la formación política de la que formen parte; una especie de poder moral que revele y sancione la incoherencia, los comportamientos oportunistas, la mentira y la falta de respeto a los demás, por muy adversarios que sean. El ejercicio de la política representativa es siempre referencial y ejemplarizante. La gente normal se fija en lo que hacen aquellos a los que ha elegido como representantes y por eso no se puede permitir que el ejemplo que éstos den sea tan zafio y negativo como el de Montoro.

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