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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nissan y la competitividad española

Ser punteros en base únicamente a la reducción de salarios supone renunciar a mejorar el nivel de vida y de los servicios

El pasado día 13, el Financial Times publicó un amplio comentario que, basado en la decisión de Nissan de ampliar la fabricación de vehículos en su planta de Barcelona, destacaba que “la disminución de costes laborales está haciendo de España una localización crecientemente competitiva para fabricar y exportar coches” y citaba como ejemplo decisiones similares de Ford, Renault o Volkswagen. Yo consideré una muy buena noticia la decisión final de Nissan, después de la dosis de teatralidad de la negociación. Una decisión en sentido contrario hubiera añadido un nuevo elemento de pesimismo en el ya tan deprimido ambiente de nuestra economía. El sacrificio laboral creo que estaba justificado. Pero ello no me impide hacer algunas reflexiones.

En una Europa con un mercado y moneda unificados, y en un mundo crecientemente globalizado, la competitividad solo se puede medir en términos globales ya que una parte muy importante de la producción ha de ir destinada a la exportación. El mundo es hoy nuestro mercado, y Europa nuestro mercado interior. Por tanto, todas aquellas medidas que nos permitan recuperar competitividad van en la buena dirección. Pero, por favor, no simplifiquemos: ¡Ni el coste laboral depende solo de los salarios, ni al hablar de costes se puede pensar solo en los laborales, ni la competitividad depende solo de los costes! Vayamos por partes.

1. Salarios. El importante aumento de costes salariales en la industria española (y catalana) durante los últimos 15 años se debió sobre todo a tres factores: el diferencial de inflación que se fue acumulando año tras año respecto a otros países del euro; los incrementos salariales indexados solamente con el IPC y pactados normalmente por encima del IPC, y la no compensación de estos incrementos con aumentos de la productividad (trabajar más o mejor, e invertir más para mejorar el equipo productivo). Esta es una constante de nuestra economía que, a lo largo de décadas, hemos ido resolviendo devaluando la moneda, cosa que ahora no podemos hacer. La moderación de costes salariales depende pues de compromisos mutuos entre trabajadores (productividad del factor trabajo) y empresas (inversión en capital físico y humano).

2. Costes. Hay otros muchos costes que influyen en el precio final. Pienso en los costes de la energía, que en algunos casos son muy importantes y que exigen una urgente revisión de la política energética. Pienso en los costes derivados de la utilización de infraestructuras, que exigen que las inversiones públicas se hagan con un criterio de mejora de la competitividad y no por razones suntuarias. Pienso en los costes financieros que exigen dedicar los recursos del ahorro a financiar la actividad productiva y no la especulativa. Y pienso en los márgenes de beneficio buscado por las empresas que, siguiendo el espejismo que han creado las rentabilidades de las inversiones especulativas, se han situado a veces en unos niveles exagerados.

3. Competir. Competir en precio a base de bajos costes corresponde a una etapa de desarrollo de los países, cuando abren sus economías al mercado mundial con unos niveles de vida relativamente bajos. Fue la situación de la economía española durante los años setenta y ochenta del siglo pasado. Pero esto se veía como un periodo transitorio, ya que había muchos países (en Asia, y también en el este de Europa) dispuestos a coger el relevo en los costes bajos. Por esto hubo que preparar al país reforzando sus aspectos de tecnología, de formación y de innovación. Siempre he simplificado en una frase esta estrategia: “Cuando no puedas fabricar un producto más barato, fabrica un producto mejor, y si no puedes fabricarlo con mejor calidad, fabrica un producto nuevo”. Costes, calidad e innovación son las tres etapas de la competitividad en los países que progresan.

La opinión del Financial Times me suena a una historia de 30 años atrás. Espero que Nissan no haya decidido solo por razón de costes laborales. Recuperar competitividad por esta parte es bueno porque en este tema también habíamos generado una burbuja. Pero pensar en volver a la etapa anterior sería renunciar al desarrollo y a la mejora del nivel de vida y de los servicios. Los recortes presupuestarios en formación, investigación o infraestructuras productivas, me lo hacen temer.

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Joan Majó, ingeniero y ex ministro.

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