Queridos Reyes Magos:
El derecho a decidir ha de valer también para decir que no a una independencia de juguete que tiene líderes cuanto menos infantilmente unívocos
Entramos en un interesante año. Nuestra circunstancia colectiva de catalanes plurales podría resumirse así: Uno, estamos atrapados entre dos nacionalismos duros, tan complementarios (el español y el catalán) que se apoyan el uno al otro. Dos, nos envuelve un triple ultraliberalismo: el del Gobierno de Rajoy, el del segundo Gobierno de Mas, ambos fieles seguidores del neoeuropeísmo dictatorial del Gobierno de Merkel. Los tres comparten doctrina: la austeridad nos hará ricos (a quienes deciden por todos, se entiende) y el despido nos dará trabajo (a estos mismos decididores, claro). Todo lo cual “es lo que hay que hacer”, “no se puede hacer otra cosa” (que recortar la sanidad, la educación, el bienestar, la igualdad de oportunidades).
Y, tres, el resultado de esta política compartida (cobrar menos salario y pagar más impuestos) se resume en la cifra de más de cinco millones de parados en España y casi uno en Cataluña, con un 27% de la gente al borde de la pobreza y una generación de jóvenes ya sentenciada.
Hechos que han de completarse con el último hit de los decididores: son casi dos millones de euros de dinero público (nuestro, pues) que recibirá la Fundación FAES (de mister Aznar, of course) por su cara bonita como “ayuda a las fundaciones políticas”. Aclaremos enseguida que todas las fundaciones de todos los partidos políticos reciben su trozo de nuestro generoso pastel, aunque en mucha menor medida que la de los amigos del Gobierno de Madrid (CiU y ERC incluidas). Como colofón, alguien lo ha contado: hay, al parecer, no menos de 300 políticos españoles y catalanes corruptos, pillados con las manos en la masa, o sea en tribunales. Por supuesto, ni los Gobiernos de Madrid ni Barcelona (aquí es especialmente notorio en los últimos dos años) saben lo que es “rendir cuentas”, es decir, la explicación clara y honesta de cómo se gastan nuestros impuestos. Entre nosotros (Madrid o Barcelona) los presupuestos son el cuento de la lechera.
La interesante perspectiva que se dibuja requiere alguna precisión: ambos polos nacionalistas, el español y el catalán, hacen alarde de que “solo quieren diálogo”. No les cree nadie: llevamos meses asistiendo a un diálogo de sordos. Bastaría, tal vez, un gesto concreto: por ejemplo, que Rajoy se mostrara dispuesto a considerar (y reducir mediante pacto) la elevada contribución fiscal catalana a la solidaridad colectiva.
Bastaría que Rajoy se mostrara dispuesto a considerar (y reducir mediante pacto) la elevada contribución fiscal catalana a la solidaridad colectiva
Mas llevaba tanto tiempo pidiendo ese gesto (que tantos catalanes no nacionalistas de nada hubiéramos agradecido) que ha dado la respuesta menos adecuada: gobierna con el permiso y el visto bueno de Esquerra Republicana de Cataluña. Esta es una izquierda exquisita y primmirada que dispone de comisarios de control para cada conselleria. En resumen: ERC gobierna y controla (en la sombra), apoya al Gobierno a la vez que lidera la oposición. ¡Listos que son!
A ese par de líderes y sus huestes les parece tan normal confundir Gobierno y oposición como priorizar una “declaración de soberanía” (catalana, claro) o aprobar una dudosa ley catalana de consultas (¿servirá para que Duran Lleida pueda seguir diciendo que la consulta “será legal o no será”? y Rajoy se quede con tres palmos de narices) sobre los presupuestos que permiten el funcionamiento del día a día. ¿A quién le importan los presupuestos de Cataluña y el día a día? Mas y Junqueras construyen su casa (independiente) por el tejado: antes de saber cuántos catalanes querrán esta independencia de la señorita Pepis ya van a montar las “estructuras de Estado” que nadie sabe lo que costarán. ¿Estarán en los presupuestos diarios que paga esta atónita y plural Cataluña?
El historiador Gabriel Jackson escribió hace años un estupendo artículo en EL PAÍS titulado El Estado como botín: se extrañaba de que esta era una mentalidad que perdurara en la España y la Cataluña contemporáneas.
No les pido, queridos Reyes Magos, lo imposible, pero sí su mediación para aclarar qué es el derecho a decidir. El derecho a decidir ha de valer también para decir que no a una independencia de juguete que tiene unos líderes cuanto menos infantilmente unívocos y con delirios de grandeza: el mundo nos mira.
Sean buenos y arreglen este malentendido universal.
Margarita Rivière es periodista.
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