El futuro que queremos
En 1992, se celebró en Brasil la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo que supuso la consagración internacional del paradigma de la sostenibilidad, ya adelantado en el Informe Bruntland cinco años antes. En esa conferencia se aprobó la Declaración de Río, en cuyo primer Principio se afirma con rotundidad que “los seres humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionas con el desarrollo sostenible” y, entre otras muchas cuestiones, se nos advertía que “la protección del medio ambiente deberá constituir parte integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse en forma aislada” (Principio 5).
Veinte años después, en junio de 2012, se ha celebrado, de nuevo en Río, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible y su documento final se ha titulado El futuro que queremos, que supone la renovación del compromiso a favor del desarrollo sostenible desde el punto de vista económico, social y ambiental para todo nuestro planeta y para las generaciones actuales y futuras.
Las orientaciones de ese compromiso se dirigen esencialmente a todos los Gobiernos (locales, regionales y estatales) y a la propia sociedad civil, y en estos difíciles tiempos de crisis económica es oportuno subrayar esos principios básicos, ya enunciados también en la precitada Declaración de Río de 1992, y que son tan esenciales que parecería innecesario recordarlos si no fuera por el escaso aprecio que muchos de nuestros gobernantes les tienen.
“Las personas son el elemento central del desarrollo sostenible y nos debemos esforzar por lograr un mundo que sea justo, equitativo e inclusivo”. En El futuro que queremos se apela a la responsabilidad de los gobernantes para “respetar, proteger y promover los derechos humanos y las libertades fundamentales de todos, sin distinción alguna por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento, discapacidad u otra condición”. ¿Lo habrán entendido?
Son tiempos de austeridad, se nos repite hasta la saciedad, pero la cuestión, me parece, no es tanto gastar menos, o sea recortes en todos los ámbitos, sino gastar mejor lo que tenemos. Eliminar todo gasto supérfluo o aplazable para invertir el dinero de todos los ciudadanos en la lucha contra la pobreza, y especialmente contra la terrible pobreza infantil que también aquí se da en forma angustiosa y creciente; promover un crecimiento inclusivo y equitativo, con mayores oportunidades para todos y esencialmente para los jóvenes; garantizar en plenitud los derechos sociales básicos a la salud, la educación, el trabajo, los recursos económicos, la vivienda, la protección social y la cultura; ordenar de forma integrada y sostenible nuestras ciudades y nuestros espacios y recursos naturales…
Éste es el futuro que queremos, un futuro que queremos convertirlo ya en presente, pero que nos interpela a todos porque en esta tarea es imprescindible el compromiso de todos de una manera responsable y fraternal, y en la que, como nos alentaba Pablo Neruda, tendremos que andar con el viento y el agua / abrir ventadas / echar abajo puertas / romper muros /iluminar rincones… hasta que todo sea claridad y alegría en la tierra.
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