Clubes de caballeros
La misteriosa, pero sistemática, desaparición de las mujeres de la esfera pública está pasando desapercibida
Parecía que iban a desaparecer, pero qué va. La involución ideológica y el viento de la crisis hace regresar con fuerza los viejos imaginarios, la confortabilidad de los papeles aprendidos, el olor a rancio de la tradición. Se vuelven a inaugurar por doquier club de caballeros con entrada limitada a ciertas damas bajo la supervisión de la autoridad competente. Lo sé porque algunas veces me invitan.
En la esfera política los nuevos gobiernos exhiben sin pudor su fuerte componente varonil. Hay que reconocer que el Gobierno de Artur Mas había marcado tendencia con solo tres mujeres frente a once varones y es que el nacionalismo debe tener un fuerte contenido de testosterona a la luz de la resistencia que ofrecen a la igualdad de las mujeres. Las ruedas de prensa del día electoral en Cataluña presentaban un desalentador panorama en cuanto a presencia femenina en todas las fuerzas políticas. Eso si, el Gobierno balear sigue ostentando el récord de una sola mujer en su directorio. Será por efecto de la insularidad.
El mundo empresarial no ha tenido que hacer cambios con la llegada de esta moda involucionista. El club de caballeros de la CEOE se había mantenido inalterable frente a las demandas de igualdad ya que el máximo número de mujeres en su estructura directiva había alcanzado la escalofriante cifra de ¡dos!
La ola igualitaria tampoco había alcanzado las costas de los órganos judiciales, un selecto club de togados con escasa presencia femenina, ni la estructura directiva de los medios de comunicación o sus contenidos. Las tertulias periodísticas, que antes se esforzaban por ser paritarias, han vuelto a colocar una sola mujer en cada uno de los paneles, más que nada para dar una nota de color.
La Real Academia puede, por méritos propios, reclamar el título del más antiguo e inalterable club de caballeros de nuestro país porque desde su fundación solo ha aceptado entre sus miembros a ocho mujeres frente a un millar de hombres, una verdadera tropelía que en más de 30 años de democracia no han querido en modo alguno compensar. Esta institución, a la que tanto desagradan los usos no sexistas del lenguaje, no tiene el menor reparo en seguir representando un papel casi perfecto de sexismo cultural. A fin de cuentas si no ingresan más féminas en la academia —como declaró alguno de sus miembros cuando negaron el ingreso a María Moliner—, no es porque sean mujeres sino porque simplemente no son hombres.
La misteriosa, pero sistemática, desaparición de las mujeres de la esfera pública está pasando desapercibida. Los grandes sufrimientos de la crisis económica acallan muchos otros desastres, esta lluvia fina que arrasa derechos recién conquistados y modelos de vida más igualitarios. Es importante la visibilidad de las mujeres en las artes, las ciencias, la política, la comunicación y la empresa. No somos seres económicos sino sociales para los que es muy importante la carga simbólica y la organización social.
A lo largo de la historia podemos comprobar cómo los cambios simbólicos y del imaginario son en realidad la punta de lanza de cualquier transformación social. Mucho antes de que se ponga en marcha una medida, un cambio efectivo en nuestras vidas, se recrean en el plano simbólico las condiciones de esa transformación. Ver solo clubes de hombres al mando de nuestras instituciones nos educa en un modelo social en el que las voces de las mujeres son subsidiarias y prescindibles. Nos dirán que no hay nada premeditado en esta desaparición lenta de las mujeres del escenario público, que es casual y coyuntural. Pero no es así. Les molesta la igualdad y se suprimen todos los organismos encargados de fomentarla, incluso aquellos que, como el de la ONU, salen gratis a nuestro país.
Se trata de una guerra encubierta, no declarada, que predica su insatisfacción con las nuevas mujeres del siglo XXI, que denigra el feminismo y que promociona la vuelta a un conservadurismo “dulcemente” sexista. Como nos descuidemos, de esta crisis no solo saldremos mucho más pobres, sino más desiguales e infelices.
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