La lotería siempre toca a los demás
La realidad necesita relatos, pero han de ser creíbles. Sin ilusión no se avanza, pero demasiada ilusión es un desastre
Uno de mis vecinos surfea la crisis y la situación política con el humor y la inocencia propia de un adolescente, pese a que ronda los 60 y a que su pequeña explotación se aguanta por los pelos. Sostiene la teoría de que la crisis forma parte de un guion, que al final todo quedará en casi nada y que ganarán “los buenos”. Los buenos es un genérico del final feliz de Hollywood, claro está. Según su opinión, cuando amaine la tormenta habrá una situación de bonanza similar a la anterior a la que vivimos en su día. Me parece una burrada, pero las hemos oído mayores en boca de economistas, ministros o presidentes de Gobiernos diversos. Y, además, aunque sea un sinsentido tiene algo de necesario. Si las películas, los libros y las canciones tienen que acabar bien, ¿cómo no va acabar todo esto de la misma manera?
El truco del guion es viejo. Algunos carteles de propaganda soviética mostraban un Stalin que permanecía despierto hasta la madrugada en su despacho. Mientras la URSS dormía, el camarada Stalin velaba por sus habitantes, nada podía salir mal. Al otro confín de la galaxia, el happy end del cine americano simbolizaba la realización del derecho a buscar la felicidad que recoge la Constitución de los Estados Unidos. El Estado de bienestar también forma parte de esa cosmología que nos dice que al final todo va a acabar bien. Lo contrario no puede estar dentro del horizonte de expectativas, necesitamos esa zona de confort estético porque, o eso, o la selva. La red de seguridad existe y ha creado su propia retórica. Es un “logro” que “hemos conquistado” y es, sí, “irrenunciable”, ahí es nada. Y alguien, que todavía no sabemos quién, siguiendo un guion del que se siente autor y protagonista lo va a proteger. La ilusión forma parte del proceso, sí, pero las cosas no acaban sucediendo solo porque nos hagan ilusión.
Para ser algo tan valioso, la verdad es que lo hemos tratado bastante mal. Los hospitales eran de fábula, pero cualquier espera era una tragedia. La mayor parte de las escuelas de este país recibieron inversiones que no paliaron el fracaso escolar. No hace tanto, la contestación por las infraestructuras era uno de los deportes más practicados del país. Cerca de la casa de mi vecino se proyectó una rotonda que tuvo más críticas que planos y gracias a esas protestas el cruce de la carretera sigue siendo peligrosísimo.
Una parte importante del país contribuyó a socavar sus propios cimientos. No todos de la misma forma, claro está. Mi vecino no invirtió ni un solo euro en el aeropuerto de Castellón, ni colocó a Díaz Ferrán al frente de la patronal, ni dejará de pagar los euros por receta. Y su economía familiar, pese a la abrasión de los últimos años, tiene mejor salud que las cuentas públicas de cualquier autonomía.
Desear que algo suceda es el primer paso para que ocurra, pero un paso del todo insuficiente. Siguiendo algunas leyes de la escuela, infantiles donde las haya, he visto aprobar alumnos porque se habían esforzado mucho. El ministro Wert se esfuerza en españolizar, le haría mucha ilusión jibarizar a los alumnos catalanes, pero claro, la gente es tozuda y no se deja desde hace varios siglos. Ni les cuento la ilusión que me haría que los intelectuales españoles firmasen algún manifiesto contra la reforma educativa del PP. Me gustaría que el millón y medio en la Diada hubiese sido real porque la independencia hubiese sido inmediata, pero una cosa es medio millón, y la otra, millón y medio. Que sí, que a Napoleón le hacía ilusión conquistar Europa, pero se tuvo que conformar con invadirla. Se esforzó mucho, pero no lo suficiente.
La realidad sin ilusiones es un asco, pero incrustar demasiadas ilusiones en la realidad es, además de peliculero, desastroso. La realidad necesita relatos, pero relatos creíbles. Mi vecino cree que todo va a acabar bien, lo que me pregunto yo es para quién, quién va a ganar y quién va a perder. Plantear que solo se va a ganar es demasiado bonito, ese guion no lo compra ni el peor director de cine. Los relatos, como los procesos políticos piden antagonistas y riesgo. Si no puede acabar mal, si no hay nada que perder, no hay nada que ganar. La lotería siempre toca en el pueblo de al lado.
Francesc Serés es escritor.
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