El estilo de la derecha
Mas, Rajoy y Merkel comparten estilo y programa; legislar para desregular y utilizar la crisis para mantener privilegios
Dieron por hecho que la izquierda no existe. Lo sentenciaron gurús que como Fukuyama cantaron el fin de la historia. La caída del muro de Berlín les permitió el monopolio del pensamiento y se proclamaron herederos de la revolución. Tal ortodoxia aflora con Thatcher y Reagan en 1979/1980: hoy el club se mueve especialmente histérico en Europa. Cataluña y sus elecciones de ayer mismo puede ser el último ejemplo. No supondría novedad. Siempre ha existido una casta con tendencia a llevar a la gente por el buen camino para, con la mejor de las intenciones, fortalecerse. Crean conflictos inútiles: juegan con los derechos, las ideas y los intereses de todos.
Son lo opuesto a la izquierda. Son gente convencida de encarnar el futuro, autolegitimada para dictar dogmas como que democracia y mercado son equivalentes o la salud es un negocio. Les obsesiona la homogeneidad de acción: cambiar los poderes democráticos (Montesquieu) por el dios dinero y consolidar la mercantilización de la cultura y la comunicación. Gobiernos, legisladores y jueces, quedan en meros instrumentos, mientras dinero y comunicación modelan creencias y costumbres. Aman el espectáculo, fomentan conflictos, pero actúan desde la trastienda moviendo sus marionetas. Legislan para desregular, el caos les favorece para seguir siendo gente de orden. Así, la economía no sirve para producir bienes sino fantasías envueltas en notoriedad y prestigio.
Nuestro estilo de vida, consumista y ventajista hasta ayer, es su herencia; Tom Wolfe los describió como “amos del universo” (La hoguera de las vanidades, 1987). Ellos fueron modelo para tantos niños de esta generación de adultos cuyo 1% acumula hoy rentas multimillonarias mientras el restante 99% ve cómo crece su pobreza en países que pasaron por ser ricos. ¡Y ese 1% hoy ordena austeridad al 99%! Este es uno de resultados de aquel pronóstico autocumplido: la izquierda ha muerto.
La pregunta es obvia: si la izquierda no existe, ¿tampoco hay ya derecha o es que todo es derecha? Haber nacido en una familia de derechas permite, por ejemplo, reconocer su habilidad camaleónica, su vaciedad, su pericia en crear problemas para negarlos luego, su astucia para la apropiación de bienes materiales, espirituales o culturales ajenos, su necesidad imperiosa de hacer y deshacer sin importar el daño, y de culpar al otro del mal propio. Solo la derecha es capaz de negar su propia existencia y su poder y erigirse en árbitro neutral.
Ser de derechas —que no ser conservador— es un estilo. Desconfiados, están seguros de que hombres y mujeres, sin excepción, son malos, despreciables: proyectan así su yo íntimo. Entre ellos se reconocen, se agrupan. ¿Para controlarse y vigilarse? Se temen porque se ven como rivales, competidores. Pero estar con los “suyos” les da un confortable sentimiento de superioridad. Aquí mis iguales, allá los demás. No les mueve la cultura, sino su propia endogamia, una espiral de autoengaño.
Desde dentro, ser de derechas no resulta interesante: siempre es igual. En cambio, desde fuera, aparecen como una concentración de seres admirables. Como élite autoerigida exhiben promesa de escalada social: encarnan un envidiable modelo de vida. Oculta su vulgaridad esencial, tienen habilidad excepcional para aparecer como algo providencial e imprescindible.
Ese es el estilo. Por ello no ocultan su voluntad de “hacer historia” o “una revolución” que promete siempre “mejores tiempos”; explican que “momentos excepcionales requieren soluciones excepcionales” y seres como ellos, se deduce. La crisis (creada gracias a sus desregulaciones y fantasías) es ahora su aliada para decretar la austeridad de todos y proteger sus privilegios. Dicen que esa es la “solución única”, “hay que ser valientes” ante recortes “inevitables” que “protegen el Estado de bienestar y los derechos colectivos”. Estos entrecomillados pertenecen a Artur Mas, a Angela Merkel y a Mariano Rajoy en momentos recientes: son intercambiables. Los tres dicen encarnar la Europa del futuro.
Hay más puntos en común: Merkel ha trazado una línea entre la Europa del Norte y la del Sur, Rajoy entre la España de la verdad constitucional y la España otra, Mas reclama y se erige en representante de la unidad monolítica de catalanes. Los tres se dicen intérpretes de la democracia, pero niegan la pluralidad, creando así conflictos no menores. Meros ejemplos a vuela pluma: hay muchos más. Y cuestiones abiertas: ¿Todo es derecha? ¿Es la derecha hoy, a la vez, derecha e izquierda, o sea, su propia alternativa? Ese es el estilo: pura ideología.
Margarita Rivière es periodista.
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