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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Compasión y generosidad ante la crisis

Hay que pedir a los gobernantes que doten de espíritu y alma a la política

Hace unos días, alguna de las muchas cadenas de televisión emitió un programa que recogía diferentes situaciones de personas y familias afectadas por la crisis de diferentes partes de España. Había casos variopintos, pero unos y otros mostraban las extraordinarias dificultades para llegar al final de mes o para hacer frente a las hipotecas de viviendas humildes, o para hacer frente a los gastos más básicos (luz, agua, comunidad de vecinos, material escolar, alimentos, etcétera).

Algunos recibían ayudas sociales que estaban a punto de caducar, y bastantes habían abandonado sus casas para regresar al hogar de sus padres y servirse de ellos, al menos en el aspecto económico. Algunos tenían su prole, más o menos numerosa. Iban mostrando a la cámara a sus hijos: los más pequeños se mostraban juguetones, como si la pobreza que se iba aposentando en sus casas no fuera una circunstancia dolorosa; los jóvenes mostraban sonrisas bastante más comedidas, como si se dieran cuenta de la difícil situación, pero intentaran ignorarla u ocultarla a los demás, y quienes ya estaban en edad laboral, esos sí, mostraban la clara intención de “trabajar en lo que sea”, en cualquier faena, por penosa que pueda llegar a ser.

Los padres mostraban la circunspección en sus rostros, la desesperanza del que espera con escasa convicción que llegue aquello que aguarda. Además, por si fueran pocas las desgracias, a muchos de ellos les adeudaban sueldos los patronos que les habían enviado al paro, por cierto, cantidades que ellos adeudaban a su vez a sus caseros, o a familiares y amigos que les habían prestado para salvar algún trance difícil que no podía esperar.

Me deprimió ver a aquellos matrimonios de personas aún jóvenes, que deberían sentirse ilusionados porque su juventud aún les permitía soñar con pasajes dichosos de sus vidas futuras, mostrando talantes inciertos y, sobre todo, derrotados. Hombres y mujeres que, a buen seguro, sentirán que la quietud oscura de la noche no les permite imaginar paisajes idílicos, sino que les sume en la más profunda congoja ante un futuro que se muestra más negro que la misma noche.

Tal es el ambiente en que se desarrolla buena parte de la obra teatral realista en que la crisis representa sus rigores. Los involuntarios actores salen dubitativos al escenario para dirigirse a quienes, desde cómodas butacas, les escucharán por un tiempo limitado. Y luego, cuando el patio de butacas se haya vaciado, ellos estarán llorando entre las bambalinas. Por todo esto, quienes desde lugares preeminentes proponen medidas para administrar la crisis, o reflexionan en torno a sus características, debieran hacerlo con la debida discreción, a sabiendas de que pueden llegar a escucharles estos sufridores.

Porque, casi a la vez que este programa, el zapping me permitió escuchar un noticiero en el que autoridades políticas del más alto nivel, gobernantes de magnas instituciones, hablaban también de la crisis. Se oyeron las frases ya acuñadas durante el pesado trayecto de esta situación: que no se puede gastar más de lo que se tiene, que no se debe pedir prestado lo que no se sabe si se va a poder pagar, que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, que nos hemos comportado como pobres ricos (¿qué es eso?) El diputado general de Bizkaia dijo en su solemne declaración anual: “Ha llegado el momento de decir claramente que vamos a pagar o mantener los servicios y el nivel de prestaciones que se pueden pagar”. La verdad que encierra esta frase es de Perogrullo, pero a su vez constituye una amenaza innecesaria. Menos mal que posteriormente mostró su disposición a elevar los impuestos para acrecentar las posibilidades de pagar. No obstante, la frase no es la más afortunada.

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Peor fue la afirmación del ministro De Guindos: “Si no se consiguen el crecimiento económico y del empleo no se podrán mantener las prestaciones sociales”. También esta afirmación es una perogrullada, pero como no expuso ninguna medida nueva en ninguna dirección la amenaza ha sido un nuevo hachazo dado a los españoles.

¿Acaso no hay en España multimillonarios que se han enriquecido a costa de los pobres que ahora sufren dolores y penurias? ¿Por qué ser tan remilgosos a la hora de hacerles tributar más? Si todos fuéramos más iguales, si nuestras carteras apilaran fortunas parecidas, estas amenazas no serían necesarias, incluso no serían tal, porque yendo todos en el mismo barco, todos pondríamos el mismo ahínco para evitar que hubiera zozobras excesivas que nos llevaran al naufragio. Pero no, unos van en el potente transatlántico, mientras son muchos más los que han sido acomodados en botes salvavidas. Y no faltan los que vagabundean por los enmarañados caminos de este océano que es la vida, en rústicas pateras buscando una miserable isla con un cocotero.

Hay que pedir a los Gobiernos las soluciones, pero hay que pedir a los gobernantes que doten de espíritu y alma a la política. Ahora mismo la mayor eficacia de un gobernante, y su gran responsabilidad, ha de ser “no amedrentar”. El gobernante debe conmoverse y sentir compasión ante quienes sufren. Y debe ser generoso como paso previo e indiscutible para poder ejercer e implantar la solidaridad que nos haga a todos más iguales. Es una maldad propia de irresponsables amenazar a los más pobres, con la posible supresión de las ayudas sociales, cuando hay tantos ricos y multimillonarios que viven en la opulencia.

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