La emboscada
Hoy se cumplen 55 años del asesinato del guerrillero antifranquista Josep Lluís Facerías
Al lado de un semáforo, en la plaza de las Madres de la Plaza de Mayo —en la confluencia de la calle del doctor Pi i Molist con los paseos de Urrutia y del Verdum—, hay una placa circular incrustada en el suelo. A primera vista parece la tapa de una alcantarilla. Y no es casual esa sensación, pues este modestísimo monumento recuerda una historia sórdida que tuvo lugar justo aquí en la tétrica posguerra. Si ustedes se acercan podrán leer la inscripción: “Josep Lluís Facerías. Militante libertario. Muerto en este lugar en una emboscada de las fuerzas de la dictadura el 30 de agosto de 1957 a las 10.45 de la mañana”.
Hoy se cumplen 55 años del asesinato de una de las figuras más conocidas de la guerrilla antifranquista. Facerías, Face o Petronio —que de todas estas maneras fue conocido— había nacido en la barriada de Poble Sec y tenía 16 años cuando comenzó la Guerra Civil. Era un adolescente lleno de ilusiones, procedente de esa línea de costa que dibujaba la Barcelona obrera. De la Torrassa y Sants al Poblenou, de Can Tunis a la Barceloneta o al Raval, jóvenes como él vivían ilusionados con la esperanza de conseguir una vida mejor. Una juventud que aguardaba, como la que años más tarde retrataría el escritor Paco Candel en sus libros. Allí donde la ciudad perdía su nombre, hacinados en los suburbios fabriles, supervivientes de mil migraciones, los barceloneses de su generación y clase social tuvieron que pelear recién pasada la pubertad y afrontar el largo túnel que vino después.
Josep Lluís Facerías se alistó muy pronto como miliciano en la Columna Ascaso y con ella combatió en el frente de Aragón. Pero al terminar la guerra cayó prisionero del ejército de Franco, mientras su mujer y su hija morían ametralladas por un avión cuando huían a pie junto a miles de refugiados, camino de Francia. Tras pasar por diversos campos de concentración, le obligaron a cumplir el servicio militar hasta 1945. De nuevo libre y en la calle, con 25 años entró a trabajar de camarero en el restaurante La Rotonda de la avenida del Tibidabo, donde se hizo popular al negarse taxativamente a aceptar las humillantes propinas. Allí, en contacto con militares, funcionarios y burgueses del bando vencedor comprendió que no podría adaptarse al nuevo orden, y decidió enfrentarse activamente a la dictadura.
Después de una corta estancia en la cárcel Modelo, en 1947 organizó un grupo armado y atracó la fábrica Hispano Olivetti. A partir de ese momento, su aspecto de dandi y sus sonadas acciones le granjearon una aureola legendaria. Junto a hombres como Guillermo Ganuza, Antonio Franquesa y Juan Cazorla inició un largo itinerario de robos a bancos y a empresas, participando junto a Quico Sabaté en atentados contra los consulados de aquellos países favorables a la entrada de España en la ONU. El pueblo le convirtió en un personaje mítico, cuya fama se agigantaba por sus sonados asaltos a los meublés y a los lupanares de la parte alta de la ciudad, donde desvalijaba en calzoncillos a los estraperlistas que se enriquecían gracias a la corrupción. Cuando se produjo la famosa huelga de tranvías de 1951, los panfletos que se lanzaron al asfalto pedían a Facerías que viniese a arreglar la situación, como un superhéroe.
Su fama le convirtió en uno de los principales dolores de cabeza de la policía franquista, que a finales de 1951 ya le tendió una primera emboscada en el barrio del Carmel, de la que sobrevivió abriéndose paso a tiros. Cada vez más acorralado se vio obligado a huir, primero a Francia y luego a Italia, de donde regresó en 1957 junto al italiano Goliardo Fiaschi y a Luis Agustín Vicente, alias El Metralla. Los tres viajaron como excursionistas desde Toulouse a Barcelona en bicicleta. Sin embargo, pocos días después sus dos compañeros fueron detenidos. Sometidos a tortura, confesaron que habían establecido una cita con Facerías en la puerta del manicomio de la Santa Creu, hoy parque Central de Nou Barris.
El 30 de agosto de 1957 llovía en Barcelona. Era uno de esos días desabridos que ya anunciaba el otoño. El guerrillero llegó al lugar del encuentro en un taxi, ignorante de la suerte que habían corrido sus amigos. Al bajar del vehículo ya recibió un disparo en el tobillo. Los tejados de las inmediaciones estaban ocupados por policías, que cuando le localizaron abrieron fuego sobre él. Facerías aún tuvo tiempo de sacar su pistola Walter P-38 y correr unos metros, pero no tardó en caer abatido bajo una tormenta de balas. Murió de nueve disparos y quedó tendido aproximadamente donde hoy tiene la placa que le recuerda.
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