Malestar
Faltaban unos días para que finalizaran las vacaciones de Navidad y tomaba un café mañanero en mi bar de costumbre. El camarero me comentó que se me acababa lo bueno, a lo que respondí que aún me quedaba algún día y que no era para lamentarse. No lo era, ciertamente, pero él añadió que poco antes otra clienta, también profesora, se había mostrado compungida por el inminente retorno al trabajo y le había manifestado que sólo sentía ganas de llorar. El camarero deslizó un comentario irónico y fue entonces cuando un tercer cliente, que no participaba en la conversación pero que sin duda la seguía con atención, soltó su dictamen: "¡Hay que ponerlos a trabajar!", exclamó, y con aire satisfecho pagó su consumición y se marchó. La anécdota es indicativa de lo engorroso que resulta ya manifestar nuestra profesión, cuyas privilegiadas vacaciones siempre fueron objeto de envidia, pero a la que se le empieza a adherir el estigma de que en ella, además, se trabaja poco y mal, y de que disfruta de excesivas ventajas.
Hay que ponerlos a trabajar. Esta es la opinión más o menos generalizada, que algunos la proclaman de forma explícita y otros sólo con socarronería, opinión que facilitará que las medidas anunciadas por el ministro de Educación José Ignacio Wert, sean recibidas con complacencia, o al menos sin demasiados reparos, por la mayoría de la población. Ignoro si esas medidas van a ser de obligado cumplimiento en todas las comunidades, pero, si lo son, es evidente que vamos a tener que impartir más horas lectivas, que al tener más alumnos por aula se va a incrementar igualmente nuestra carga de trabajo en horas no lectivas, carga de trabajo que aumentará también al tener que cubrir las bajas inferiores a quince días, que no serán cubiertas por sustitutos. Pero cuando todo eso se traduce en horarios lectivos mínimos de 25 horas en Primaria y de 20 en Secundaria, las medidas adoptadas parecen tímidas y las cifras ofrecen fácil campo a toda clase de demagogias: ¡pese a todo, sólo vamos a trabajar eso!
Me resulta difícil defender nuestro estatus y nuestra profesión, que dista mucho de la comodidad y de la condición privilegiada que se le atribuye. Puedo criticar las medidas del ministro Wert por el perjuicio que van a causar a nuestros alumnos, o porque van a enviar al paro a miles de profesores interinos, pero es posible que todas esas críticas suenen a excusa para la opinión pública, coartadas para defender lo único que me interesa, esos supuestos privilegios que se me atribuyen. La educación en España, y también la tarea del profesor, tienen que ser sometidas a una profunda revisión, pero si nuestra profesión nunca ha gozado de demasiada estima, la ruda exposición de datos que la someten al agravio en ningún caso hará que ésta mejore. Y es ésta, la consideración de nuestra tarea, la que está saliendo también perjudicada tras todas estas medidas que parecen ser adoptadas a tontas y a locas. A lo que salga.
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